Ign¨ªfuga
Ahora que la educaci¨®n est¨¢ devaluada, quiz¨¢ deber¨ªamos utilizarla para extinguir el ardor de las privilegiadas lenguas del odio que no se sienten responsables de ninguno de nuestros males
Ese echar fuego por ojos y boca de una vi?eta de El Roto, vocaci¨®n de dragones incineradores y pasterizaci¨®n a 72 grados durante 15 segundos, hoguera y crematorio ¡ªagua helada contra las enloquecidas ministras¡ª no se llama populismo. Se llama fascismo, producto de un rapaz y belicoso siglo XX, que crece ante el adormecimiento de ciertos valores-contrapeso que, no por ser antiguos, son reaccionarios ni invitan a una nostalgia de merienda de mam¨¢: educaci¨®n, racionalidad, igualdad, justicia sin Tali¨®n. Lo que nos humaniza. Sin embargo, sobrevaloramos frescura y espontaneidad, emociones sencillas, de las que alardeamos cuando, por ejemplo, frente a un cuadro sentenciamos: ¡°Es una mierda¡±, diciendo lo que pensamos sin pensar lo que decimos. Sin iniciar ni un m¨ªnimo movimiento hacia la comprensi¨®n ¡ªel arte solo sirve si me adula¡ª hasta alcanzar el nirvana de no tener siquiera necesidad de mirar. Todo inmediato, breve, literal. As¨ª tambi¨¦n comprendemos el deseo de castraci¨®n y degollamiento para el asesino violador. Empatizamos con el dolor inabarcable de las v¨ªctimas frente al que la mediaci¨®n de la racionalidad nos parece insultante devaluaci¨®n del crimen. Pero justicia e instituciones no pueden operar desde la bilis, sino tomar distancia y valorar, desde una perspectiva sist¨¦mica, los delitos. Recuerdo a las hijas de Ernest Lluch. Su valor, su cordura, su ejemplaridad democr¨¢tica. Populismo punitivo, espectacularizaci¨®n del crimen, velocidad del gatillo-tecla, mentiras, propagaci¨®n del miedo hacia los cuerpos fr¨¢giles ¡ªsin techo, menas, mujeres rojas¡ª se llaman fascismo. En sinton¨ªa con el florecimiento de econom¨ªas neoliberales, que producen desigualdad y malestar, se est¨¢n rompiendo c¨¢scaras de huevos de v¨ªbora. En toda Europa. Giorgia Meloni denuncia a Roberto Saviano. El mundo patas arriba. Convivencias dif¨ªciles sobre las que hay que reflexionar cr¨ªticamente; sin embargo, inventamos el overthinking ¡ªcomerse el coco¡ª: lacra aplicable al darle vueltas a lo chorra, pero quiz¨¢ tambi¨¦n extensiva a todo pensamiento. Pensar como patolog¨ªa.
La sobrevaloraci¨®n ¡ªinarm¨®nica, chirriante¡ª de una frescura y una espontaneidad que venden colonias y esl¨®ganes demag¨®gicos degrada el concepto de educaci¨®n: nos ensoberbecemos en nuestras carencias transformando nuestro derecho al capital cultural en odioso elitismo. Enorgullecerse de una carencia social no tiene nada que ver con la conciencia de clase, sino con la renuncia a un derecho. Ahora que la educaci¨®n est¨¢ devaluada y poco importa que Froil¨¢n no sepa hacer la o con un canuto, quiz¨¢ deber¨ªamos utilizarla para reivindicar desde abajo y extinguir el ardor de las privilegiadas lenguas del odio que no se sienten responsables de ninguno de nuestros males: tampoco de la cultura de la violaci¨®n. Buscar las razones por las que un cuadro te parece una mierda es un derecho que acaso transforme un mundo en el que ya no tenemos tiempo ni para la respiraci¨®n. Es buscar el hueco para tomar aire y pensar qui¨¦n nos lo est¨¢ quitando. Cuando hablo de educaci¨®n no me refiero solo a una selecci¨®n de contenidos ¡ªhay doctos latiniparla que esgrimen su cultura como frontera y objeto suntuario¡ª, sino a una predisposici¨®n a mirar, entender, empinarse o escarbar m¨¢s all¨¢ de las cortezas. Comprender el arte, leer con ni?as, pensar con tiempo, educarnos, no adormece la rabia por la injusticia y la muerte, a veces incluso las hace visibles. Y nos ayuda a calibrar el poder del fuego ¡ªtambi¨¦n del asqueroso fuego amigo¡ª para no destruir la vida siempre de la misma gente.
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