Las palabras de un hombre peligroso
Por si no fuera suficiente con lo que hizo en su presidencia, los cien minutos de discurso de Donald Trump ante una convenci¨®n conservadora bastan para meterle a cualquiera el miedo en el cuerpo
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Cuanto m¨¢s lo pienso, m¨¢s claro me parece: Donald Trump es, desde la semana pasada, uno de los hombres m¨¢s peligrosos de nuestro tiempo. Ya hab¨ªamos visto lo peligroso que pod¨ªa llegar a ser durante su infeliz Gobierno, cuya negligencia criminal condujo probablemente a la muerte por covid de miles de personas mientras el presidente defend¨ªa en p¨²blico las virtudes de beber desinfectante; o cuando daba m¨¢s cr¨¦dito a las palabras de Vlad¨ªmir Putin que a las de sus propios servicios de inteligencia; o cuando llamaba a Zelenski para pedirle, al mejor estilo mafioso, que le ayudara a encontrar pruebas contra el hijo de Biden a cambio de armas para defenderse de una potencial agresi¨®n. Lo vimos, en fin, cuando recurri¨® a todas las artima?as imaginables para desconocer los resultados leg¨ªtimos de una elecci¨®n, y despu¨¦s, al ver que las artima?as no daban resultado, azuz¨® a los m¨¢s cr¨¦dulos de sus seguidores para que convirtieran su derrota electoral en un intento de golpe de Estado, de clara estirpe fascista, que se sald¨® con varios muertos y un pa¨ªs resquebrajado que tardar¨¢ varias generaciones en volver a hablarse.
Todav¨ªa no es imposible que Trump tenga que responder por ambas circunstancias: por el intento de subvertir unas elecciones y por incitar a la insurrecci¨®n del 6 de enero. Pero la acusaci¨®n de la semana pasada ha cambiado las cosas irreversiblemente. Pues la interferencia con los procesos electorales ¡ªpor ejemplo, la llamada al secretario de Estado de Georgia para ordenarle que le consiguiera m¨¢s de 11.000 votos¡ª y la incitaci¨®n a la insurrecci¨®n violenta ten¨ªan, para el narcisista en jefe, un objetivo di¨¢fano: quedarse en el poder. Y no ser¨¦ el primero en preguntarse, ahora que a Trump le hacen sombra 34 cargos penales, qu¨¦ ser¨¢ capaz de hacer ya no para quedarse en el poder, sino para no ser condenado penalmente. Mi respuesta es que ser¨¢ capaz de cualquier cosa, incluso de arrasar con la democracia que jur¨® defender, incluso de incendiar las calles. Si no bastara con los cuatro a?os de su presidencia para llegar a esa conclusi¨®n, tiene que bastar con los cien minutos de un discurso que pronunci¨® a comienzos del mes pasado: cien minutos que bastan para meterle a cualquiera el miedo en el cuerpo.
Ocurri¨® ante la CPAC, la Conferencia Pol¨ªtica de Acci¨®n Conservadora, que en los ¨²ltimos a?os se ha convertido en un parque tem¨¢tico para negacionistas, fan¨¢ticos y conspiranoides. Trump comenz¨® su mon¨®logo delirante como suele hacerlo: llamando a lista. Entre otros simpatizantes que recibieron la gratitud del l¨ªder estaban Marjorie Taylor-Greene, la congresista que cree en la existencia de una conspiraci¨®n dem¨®crata para violar ni?os, ha dicho que los incendios de California son culpa de rayos l¨¢ser jud¨ªos y ha confundido gazpacho con Gestapo; un abogado que recibi¨® los elogios de Trump por tirar al suelo a un hombre que lo atac¨® con un cuchillo (¡°es un t¨ªo muy fuerte¡±, lo elogi¨® Trump con admiraci¨®n de mat¨®n adolescente); y el expresidente Jair Bolsonaro. Frente a todos ellos, Trump habl¨® de ¡°fuerzas siniestras que tratan de asesinar a Estados Unidos¡± y ¡°transformar este pa¨ªs en un vertedero socialista para criminales, drogadictos, marxistas y radicales¡±. ¡°Nuestros enemigos est¨¢n desesperados por detenernos¡± dijo. ¡°Pero no vienen a por m¨ª¡±, a?adi¨®, ¡°vienen a por ustedes, y yo s¨®lo estoy en medio¡±.
Lo dem¨¢s fueron los grandes ¨¦xitos de la realidad alternativa en que viven Trump y los suyos. Los atacantes del 6 de enero eran ¡°grandes, grandes patriotas¡± que se estaban pudriendo en alguna c¨¢rcel, mientras los ¡°radicales antifa¡± vagaban libres por las calles. El dinero de George Soros, el demonio favorito de los conspiranoides de extrema derecha, financiaba a estos fiscales ¡°racistas¡± que persegu¨ªan injustamente a Trump. ¡°O ganamos nosotros o ganan ellos¡±, dijo el expresidente. ¡°Y si ganan ellos, ya no tendremos pa¨ªs¡±. Y entonces vino esta secci¨®n sin desperdicio, que debo transcribir aunque me d¨¦ verg¨¹enza ajena y me duelan los o¨ªdos, y aunque se revuelquen en sus tumbas los grandes oradores ¡ªAbraham Lincoln, Franklin Roosevelt, Martin Luther King¡ª que ha tenido en el pasado la pol¨ªtica norteamericana. ¡°Estados Unidos ser¨¢ un pa¨ªs libre otra vez¡±, dijo Trump. ¡°Ahora no somos un pa¨ªs libre. No tenemos una prensa libre. No tenemos nada libre. En 2016 declar¨¦ que soy vuestra voz. Hoy a?ado que soy vuestro guerrero, soy vuestra justicia. Y para aquellos que han sufrido agravios y traiciones, yo soy vuestra retribuci¨®n. Yo soy vuestra retribuci¨®n¡±.
Uno tendr¨ªa que remitirse a ciertos totalitarismos del siglo pasado para encontrar un discurso montado, como este, sobre la idea de que la pol¨ªtica es una guerra, el contradictor es un enemigo a muerte y las elecciones son una forma de venganza: venganza por las ofensas y las humillaciones del pasado, sin que importe si son reales o imaginarias. S¨ª, esos cien minutos de marzo son un verdadero programa de gobierno; y ese programa, basado en el resentimiento y el victimismo y articulado mediante una ret¨®rica de violencia, remite a momentos oscuros, por lo menos para quienes tengan la memoria larga. En diciembre del a?o pasado, durante uno de sus llamados rutinarios a la anulaci¨®n de las ¨²ltimas elecciones, Trump escribi¨® en su red social: ¡°Un fraude masivo de este tipo y magnitud permite poner fin a todas las normas, reglamentos y art¨ªculos, incluso los que se encuentran en la Constituci¨®n¡±. ¡°Poner fin¡± es mi traducci¨®n de una palabra que en ingl¨¦s suena mucho m¨¢s terror¨ªfica: termination. Acabar con la ley, arrasarla, obliterarla: tomar esa palabra por lo que vale, y verla junto al discurso de la retribuci¨®n, tendr¨ªa que resultarnos francamente espeluznante.
Lo ¨²nico m¨¢s estremecedor que esta suma de palabras es el hecho de que Trump las haya proferido antes de verse obligado a comparecer ante la justicia, cuando solo lo mov¨ªan ¡ªs¨ª, lo han adivinado ustedes¡ª el agravio y la traici¨®n. Ahora tendr¨¢ otros motivos, mucho m¨¢s fuertes, para hacer lo que ya hizo con ¨¦xito el 6 de enero: usar la lealtad que le tiene su base para defenderse de la justicia. En esta recopilaci¨®n de palabras, habr¨ªa que recordar otro de los posts de Trump en su red social, impagablemente bautizada con la palabra ¡°verdad¡±: Truth Social, se llama. Una madrugada de finales de marzo, cuando ya estaba en boca de todos la posibilidad muy seria de que el fiscal de Manhattan lo acabara acusando, Trump escribi¨® que las ¡°acusaciones falsas¡± del fiscal podr¨ªan llevar a ¡°potenciales muerte y destrucci¨®n¡±, y ser¨ªan ¡°catastr¨®ficas¡± para el pa¨ªs. ¡°?Qui¨¦n ser¨ªa capaz de hacer algo as¨ª?¡±, aull¨®. ¡°?Solo un psic¨®pata degenerado que odia a Estados Unidos!¡±. Horas despu¨¦s de aquellas amenazas de madrugada, la oficina del fiscal recibi¨® un sobre con polvo blanco y un mensaje seguido de 13 signos de admiraci¨®n: ¡°ALVIN: TE VOY A MATAR¡±.
Trump no es la misma figura que hace unos a?os parec¨ªa dispuesta a romper todas las reglas para llegar al poder: ahora es una figura nueva, m¨¢s extremista y tambi¨¦n m¨¢s desesperada, que amenaza con violencia y ofrece a sus fieles un horizonte de venganza. ?Venganza contra qu¨¦? Contra todo lo que odien. Sabemos bien que eso, razones para sentir odio o gente en la cual descargarlo, no ha escaseado recientemente en los Estados Unidos; pero es probable que nunca, desde la guerra de Secesi¨®n, nos hayamos visto frente a un hombre tan capaz de recoger esas emociones y manejarlas a su antojo. Y luego, como dice un poema, que alguien pase a recoger los restos.
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