?Qu¨¦ tal su d¨ªa?
Etiquetas e ingresos aparte, el taxista y yo ¨¦ramos los mismos peones cansados como mulas volviendo a casa a medianoche cual Cenicientas. Al menos, ¨¦l se hab¨ªa dignado a quitarse las orejeras e interesarse por el pr¨®jimo
La otra noche, al final de una jornada de curro, par¨¦ un taxi en pleno atasco, tir¨¦ el bolso, me desplom¨¦ en el asiento, dije ¡°hola¡± y la calle donde iba, me puse a fisgar el m¨®vil y, nada m¨¢s arrancar, va el taxista y me suelta: ¡°?Qu¨¦ tal su d¨ªa?¡±. Me qued¨¦ patidifusa con las confianzas. ¡°?Nos conocemos?¡±, le pregunt¨¦, clavando mis ojos en los suyos en el espejo, desde donde me miraba con lo que parec¨ªa inter¨¦s genuino. ¡°No, que yo sepa, solo intentaba ser amable¡±, repuso, poni¨¦ndome en mi sitio. Solo entonces me fij¨¦ en el ch¨®fer. Un tipo entre los 40 y los 50, pelo en retirada peinado en arado hacia la nuca, polo cort¨¢ndole la circulaci¨®n de los brazos de gimnasio y profusi¨®n de pulseritas con la bandera de Espa?a: el paquete completo para ir directo al caj¨®n de mis prejuicios. Le contest¨¦ que mi d¨ªa bien, gracias, que qu¨¦ tal el suyo y, para mi sorpresa, va el t¨ªo y me lo cuenta.
Que viv¨ªa a 40 kil¨®metros del centro, que llevaba 14 horas al volante, que el m¨ªo era su ¨²ltimo servicio y que estaba deseandito llegar a casa para calentarse un t¨¢per, entregar el cuerpo al sof¨¢ y el alma a lo que le echaran en la tele. Entonces una, que cre¨ªa haber tenido un d¨ªa de mierda, incluyendo una entrevista con una eminencia m¨¦dica, una comida de trabajo en un sitio car¨ªsimo, otra entrevista con una estrella del pop y una fiesta por la que otros hubieran pagado entrada en la reventa, se sinti¨® una pija mala p¨¦cora vestida como para una boda y pintada como una puerta. Etiquetas e ingresos aparte, el taxista y yo ¨¦ramos los mismos peones cansados como mulas volviendo a su vida a medianoche cual Cenicientas. Pero ¨¦l, al menos, se hab¨ªa dignado quitarse las orejeras para interesarse por el pr¨®jimo. Al final, quedamos tan amigos. Por cierto, despu¨¦s de despedirle, coger mi propio coche y comerme los ¨²ltimos 30 kil¨®metros hasta mi tresillo, tuve que parar en un chino a comprar papel higi¨¦nico, que faltaba en casa, tal y como me hicieron saber mis herederas con elocuentes pruebas gr¨¢ficas en el grupo de WhatsApp de la familia. No se molesten, ya me lo digo yo sola: soy una privilegiada. Pero las privilegiadas tambi¨¦n lloran.
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