El miedo al populismo reaccionario ya no da miedo
La pol¨ªtica tradicional ?conservadora y progresista? debe rearmarse inteligentemente para confrontar con una opci¨®n que ofrece esperanza inmediata, atajo r¨¢pido y soluciones f¨¢ciles y directas
Es dif¨ªcil combatir lo que no se comprende. Y la tentaci¨®n de usar un repertorio de t¨®picos agotado e insuficiente para analizar y competir con fen¨®menos nuevos forma parte de la incapacidad de la pol¨ªtica formal y tradicional. Sucede as¨ª con la irrupci¨®n desbordante de actores pol¨ªticos dif¨ªciles de clasificar como los libertarios en Argentina o los republicanos en Chile. ?Qu¨¦ f¨¢cil es reducirlos a t¨®picos y etiquetarlos de extrema derecha! Pero la realidad ?tozuda? es m¨¢s compleja. Ambos proyectos han acechado a la derecha tradicional y la arrinconan con un renovado br¨ªo y audacia que los hace muy atractivos para un amplio registro de votantes: desde los m¨¢s conservadores a amplios sectores de j¨®venes que donde la pol¨ªtica tradicional ve involuci¨®n reaccionaria, ellos ven innovaci¨®n revolucionaria.
Y crecen sobre una izquierda que sigue mirando estas realidades desde la atalaya de la arrogancia intelectual y la superioridad moral. Esta izquierda, por incapacidad o por comodidad, prefiere usar el cat¨¢logo del miedo ?con todas sus variantes? para alertar y ahuyentar a los electores del poderoso atractivo del este tipo de populismo tan eficaz. ¡°Nosotros ?la izquierda, los acad¨¦micos, los profesores? hemos abandonado la pol¨ªtica en manos de aquellos para quienes el poder real es mucho m¨¢s interesante que sus implicaciones metaf¨®ricas¡±, escribi¨® Tony Judt en El refugio de la memoria.
En lugar de comprender su magnetismo y su seductor lenguaje y armado formal y est¨¦tico, la pereza intelectual prefiere el t¨®pico del ¡°?No pasar¨¢n!¡±, como si esta nueva derecha fuera un revival de las reaccionarias del siglo pasado. Pero el miedo ya no da miedo. O al menos no como ¨²nico movilizador del voto anti.
Estas podr¨ªan ser las razones por las cuales este recurso no sirve y hay que explorar otras v¨ªas si se quiere competir ?y ganar? a una expresi¨®n pol¨ªtica dif¨ªcilmente clasificable.
1. La autopercepci¨®n de lo negativo. Para muchos electores que viven ?o sienten? que su metro cuadrado, sus expectativas presentes (y mucho m¨¢s las futuras) no tienen horizonte de superaci¨®n, la frontera entre estar mal o muy mal no es movilizadora. Para quien no tiene nada, ?qu¨¦ significa estar peor? Para quien considera que su mundo es perdedor o ignorado por la pol¨ªtica tradicional, el miedo significa otra cosa. ?C¨®mo pueden estar peor de lo que ya est¨¢n?
2. La falta de cultura pol¨ªtica. La banalizaci¨®n del fascismo, la relativizaci¨®n moral, y la falta de cultura democr¨¢tica profunda transforma en superficial el relato peligroso de la derecha radical. Hay datos que sobrecogen. Seg¨²n el ¨²ltimo Latinobar¨®metro, uno de cada cinco menores de 25 a?os preferir¨ªa un sistema autoritario.
3. La historia no est¨¢ presente. El peso y las ense?anzas de la historia est¨¢n cada vez m¨¢s ausentes de nuestras vidas. El desconocimiento de los hechos, la lejan¨ªa de estos, la falta de testimonios revalorizados y la p¨¦rdida de sentimientos de culpa o deuda, hace que la amenaza reaccionaria (del pasado) no tenga un efecto en la conciencia de los electores. La historia ha dejado de ser una herencia que conservar, cuidar o valorar. La oferta autocr¨¢tica o radical no se siente como amenaza al desconocer el pasado. Se ha perdido el v¨ªnculo de las relaciones causales.
4. La naturalizaci¨®n del exceso. El populismo radical polariza, divide, agrede y no duda en usar el lenguaje como arma de guerra. El insulto o la groser¨ªa forman parte de una descarada pose desafiante que estimula la peineta verbal y es vista por muchos electores como expresi¨®n de rabia leg¨ªtima, valent¨ªa o sinceridad extrema. As¨ª, el lenguaje pol¨ªticamente correcto es desafiado por el exabrupto que se presenta como un signo de audacia revolucionaria. Cada vez m¨¢s, el desprop¨®sito o la provocaci¨®n blanquea las posiciones extremas y radicalizadas. No se ven como extremas, sino como histri¨®nicas, a lo sumo. Y se tienden a disculpar. En la sociedad de los gritos, los insultos o las mentiras parecen m¨¢s ruido, simplemente.
5. Sin culpa. Muchos electores se atreven a compartir ideas, temas, y contenidos abiertamente radicales y reaccionarios. Pero estos ciudadanos no se sienten de derechas ?y mucho menos fascistas?, no se sienten interpelados o avergonzados por la identificaci¨®n acusatoria de una supuesta identidad reaccionaria. Esas etiquetas han perdido sentido para ellos. E incluso se pueden volver como argumento de afirmaci¨®n y combate. ?Si ser de derechas es esto¡, ?pues soy de derechas!?, piensan para sus adentros.
Competir contra lo nuevo con las l¨®gicas del pasado es melanc¨®lico e in¨²til. La pol¨ªtica tradicional ?conservadora y progresista? debe rearmarse inteligentemente para confrontar con un populismo reaccionario que no da miedo, aunque esto nos escandalice. Este populismo ofrece esperanza inmediata, atajo r¨¢pido y soluciones f¨¢ciles y directas. ?Qu¨¦ m¨¢s se puede pedir cuando el futuro ha dejado de ser superador y el presente es decepcionante? Cuando el miedo a lo desconocido es menor que el miedo ?y la desesperanza? de lo que ya se conoce¡ la posibilidad de que irrumpa lo impensable es m¨¢s cierta de lo que nos podemos imaginar.
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