De un lado est¨¢ la gente decente
Delante de la papeleta que contiene el nombre del asesino del padre o del hijo de sus vecinos, usted puede teorizar durante horas hasta llegar a una conclusi¨®n o alg¨²n Petit de Murat le puede simplificar las cosas: a veces basta elegir entre la decencia o no
Sobre la presencia de exetarras (a estas horas ya en retirada) en las listas de Bildu se han le¨ªdo y escuchado escrupulos¨ªsimos an¨¢lisis y muy pensadas reflexiones sobre leyes, ¨¦tica y moral. Ha habido hemeroteca jugosa (no es la primera vez que en esas listas hay condenados por terrorismo y se ha recordado, porque se ha dicho a izquierda y derecha, que despu¨¦s de las armas, y dentro de la democracia, ven¨ªa la pol¨ªtica). No se ha dicho mucho que uno puede ser exetarra, pero no puede ser exasesino. Y tampoco he visto citado un p¨¢rrafo esencial del monumental Borges que escribi¨® su amigo Bioy Casares sobre la estrecha amistad de los dos (aquella declaraci¨®n de amor portentosa al enterarse Bioy de la muerte de Borges en Ginebra: ¡°Eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges¡±) y que resume de una manera muy ligera y divertida algo que se ha querido convertir en una compleja materia de debate.
Ocurri¨® cuando empez¨® la Segunda Guerra Mundial y Bioy Casares, Borges y varios amigos m¨¢s se reunieron en un restaurante de Buenos Aires con la intenci¨®n de firmar un manifiesto a favor de los aliados. La implacable confianza de los intelectuales en los manifiestos ante conflictos b¨¦licos, o de cualquier otra ¨ªndole, es impresionante y se prolonga con euforia hasta estos d¨ªas. A m¨ª, que he firmado uno o dos, me ha parecido siempre una manera de firmar a favor de uno mismo; de decirle al mundo: mi firma importa. Pero en la guerra, por desgracia, importan m¨¢s las bombas.
El caso es que llegados a la reuni¨®n, uno de esos amigos de Bioy y Borges, llamado Mart¨ªnez Estrada, quiso hacer una salvedad, ¡°o por lo menos un llamado a la reflexi¨®n¡±, seg¨²n Bioy. Siempre que hay un pero a un manifiesto contra los nazis se trata indiscutiblemente de un pero nazi. Se pregunt¨® Mart¨ªnez Estrada si ¡°no hab¨ªamos pensado que tal vez de un lado estaban la fuerza, la juventud, lo nuevo en toda su pureza, y del otro, la decadencia, la corrupci¨®n de un mundo viejo¡±. Bioy lo descart¨® mentalmente como firmante del manifiesto. Pero se levant¨® otro hombre, Petit de Murat, y dijo que el asunto era muy simple, mucho m¨¢s simple de lo que se quer¨ªa hacer ver: ¡°De un lado est¨¢ la gente decente, del otro los hijos de puta¡±. Entonces Mart¨ªnez Estrada, sofocado, dijo: ¡°Hombre, si eso es as¨ª, yo firmo con ustedes encantado¡±.
El gusto de este pa¨ªs por el debate lleva a menudo a intelectualizar soluciones sencillas. No, Bildu no es un partido nazi y s¨ª, sus exetarras tienen derecho a presentarse a las elecciones. Luego usted, delante de la papeleta que contiene el nombre del asesino del padre o del hijo de sus vecinos, puede teorizar durante horas hasta llegar a alguna conclusi¨®n, pero si no es as¨ª, alg¨²n Petit de Murat habr¨¢ cerca de usted que le simplifique las cosas: a veces basta elegir entre la decencia o no. Normalmente, cuando las cosas se explican de un modo tan contundente, las conclusiones son m¨¢s r¨¢pidas y dignas. Si quiere ser usted un indecente d¨ªgalo r¨¢pido, no firme el manifiesto si no quiere, pero no nos hable de la fuerza, la juventud y el mundo nuevo. Si quiere ser indecente no nos explique por qu¨¦, fue lo que dijo Petit de Murat. Y entonces, al no dejarle justificar su indecencia, Mart¨ªnez Estrada se fue con los decentes. Que es mucho m¨¢s f¨¢cil de explicar.
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