?De qu¨¦ se reir¨¢n esos idiotas?
Durante 30 a?os Jorge Luis Borges cen¨® en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, o¨ªa las carcajadas
"Todos caminamos hacia el anonimato", dijo Borges, "solo que lo mediocres llegan un poco antes". Este era la clase de ingenio malvado, el ¨²nico permitido como postre en las cenas que durante 30 a?os mantuvo todas las noches Jorge Luis Borges en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, o¨ªa las carcajadas. "?De qu¨¦ se reir¨¢n estos idiotas?", pensaba. Se re¨ªan de la propia crueldad con la que pasaban por la piedra a otros colegas, y seg¨²n parece Borges ten¨ªa una risa desga?itada muy desagradable. Silvina, la menor de las seis hermanas Ocampo, fue pintora, disc¨ªpula de Giorgio de Chirico, poeta y escritora de cuentos. Permaneci¨® siempre en un segundo plano, oscurecida por la prepotencia avasalladora de su hermana mayor Victoria, que desde la revista Sur ten¨ªa bajo absoluto control la cultura argentina de entreguerras, y por el talento literario y la seducci¨®n de su marido, de quien tuvo que soportar en silencio su voracidad consumidora de amantes. La figura de esta artista emerge ahora desde la sombra. Sucede a veces que los mediocres regresan del anonimato solo para vengarse.
El retrato de Silvina Ocampo que ha publicado Mariana Enr¨ªquez en Anagrama me ha devuelto al d¨ªa en que visit¨¦ a Bioy Casares en Buenos Aires, en la calle Posadas, esquina Schiaffino, frente a los jardines de La Recoleta, en uno de los cinco pisos de una finca que pertenec¨ªa entera a la familia Ocampo. Me recibi¨® Jovita Iglesias, la gallega ama de llaves. En un sal¨®n muy amplio, elegantemente deshabitado de muebles, solo con grandes espejos que multiplicaban el vac¨ªo de algunas paredes cubiertas de bibliotecas fatigadas, de maderas que cruj¨ªan bajo los pasos, me esperaba Bioy a la hora del t¨¦ sentado en una silla de ruedas junto a una mesa con mantel de hilo llena de bandejas con pastelillos y otras delicadezas. Se hab¨ªa quebrado la cadera por una ca¨ªda que se produjo desde una banqueta mientras trataba de alcanzar un volumen del ¨²ltimo estante de la biblioteca, y los analg¨¦sicos lo ten¨ªan sumido en un sopor que era la exacta expresi¨®n de aquel mundo ya fenecido. Estuvo extraordinariamente amable. No le hables de libros, me dijeron, h¨¢blale de mujeres, de coches, de tenis, de perros, de caballos. Bioy me dijo que en esa misma sala, sentados los dos a aquella misma mesa, Borges y ¨¦l cenaron solos todas las noches durante m¨¢s de 30 a?os hasta que se lo prohibi¨® Mar¨ªa Kodama. Cuando Borges se desped¨ªa, Bioy pasaba al gabinete y anotaba esas conversaciones de sobremesa como un notario que levanta acta. Me asegur¨® que ten¨ªa m¨¢s de 3.000 p¨¢ginas escritas e in¨¦ditas. Eran las que se publicaron posteriormente con el t¨ªtulo Borges en Destino. El dietario est¨¢ lleno de ingeniosas maldades, pero ninguna ata?e a su adorada y enga?ada Silvina. "Lo que le suced¨ªa a Borges con las mujeres es que se enamoraba si ellas lo placaban". Bioy cruz¨® los brazos con un gesto de tenaza sobre su pecho como hacen los jugadores de rugby para proteger la pelota.
Nada m¨¢s literario que las pasiones que se entrecruzaron estas dos familias de estancieros argentinos absolutamente adinerados, con aire aristocr¨¢tico, las hermanas Ocampo y el gal¨¢n Adolfito Bioy Casares. Silvina era la menor, la m¨¢s discreta, pero tambi¨¦n la m¨¢s extra?a, bruja o maga, hasta el punto que le gustaban los mendigos y amaba a los sirvientes de la casa. En su primer libro, Viaje olvidado, retrata su infancia deformada por la memoria de sus incursiones a las dependencias del piso superior habitadas por el servicio, que imagina llenas de ni?os crueles, asesinos, asesinados o suicidas. Bioy descend¨ªa tambi¨¦n de una familia de terratenientes, aunque no tan imp¨²dicamente ricos. Iba para estanciero pero deriv¨® hacia la literatura y las mujeres. El a?o 1940, despu¨¦s de su triunfo literario con La invenci¨®n de Morel, se cas¨® con Silvina Ocampo. Hac¨ªa tiempo que eran novios y viv¨ªan juntos en la estancia Rinc¨®n Viejo, propiedad de los Bioy en la localidad de Pardo, Las Flores, provincia de Buenos Aires. Su vida era considerada un esc¨¢ndalo. ?Por qu¨¦ no les hab¨ªan obligado a casarse? Se habla de que Ramona, la madre de Bioy, ya viuda, manten¨ªa una relaci¨®n l¨¦sbica con Silvina, su futura nuera y la reten¨ªa a su lado. Por otro lado, cuando Bioy convirti¨® en su amante a Genca, una sobrina adolescente de 16 a?os e hija de Silvia Ang¨¦lica, una de las hermanas Ocampo, tambi¨¦n se habl¨® de que Silvina formaba parte con gusto de ese tri¨¢ngulo. Fue una historia de tantas, la m¨¢s obsesiva, pero Bioy estaba siempre de cacer¨ªa y por sus brazos pasaron innumerables mujeres, unas muy finas y otras bataclanas. De hecho, este dorado don Juan llev¨® una vida muy atareada: tenis por la ma?ana, amores por la tarde, lecturas y literatura a cualquier hora y de cena, como plato ¨²nico, Borges en su propia salsa. "?De qu¨¦ se reir¨¢n esos idiotas? Sin duda, de pavadas", pensaba Silvina. Eso es m¨¢s o menos la literatura.
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