Odiadores de bien
El odio se convierte en un capital pol¨ªtico y un factor de cohesi¨®n capaz de generar nuevas comunidades de votantes que, m¨¢s all¨¢ de pensar parecido, se unen en el reconocimiento de enemigos pol¨ªticos comunes
¡°Dije que quer¨ªa cambiar el mundo, lo hice, lo empeor¨¦¡±. En 2011 Arthur Finkelstein, uno de los estrategas electorales m¨¢s influyentes de todos los tiempos, sorprendi¨® con este arrebato de sinceridad a los asistentes de uno de sus escasos discursos p¨²blicos. Finkelstein, (1945-2017) asesor¨® durante los a?os 70 y 80 a candidatos como Nixon o Reagan y cre¨® para este ¨²ltimo uno de los esl¨®ganes pol¨ªticos m¨¢s exitosamente reciclados: ¡°Hagamos a Am¨¦rica grande otra vez¡±. Pas¨® a la historia, sin embargo, como el mejor alquimista de una receta magistral para ganar elecciones: inocular el odio en el votante. El primer ministro israel¨ª Benjam¨ªn Netanyahu o el h¨²ngaro Viktor Orb¨¢n confiaron en la f¨®rmula Finkelstein de campa?as en negativo: ataca sin piedad a tu contrincante, y convi¨¦rtelo en alguien tan digno de odio que sus propios simpatizantes optar¨¢n por abstenerse. Haz de ¨¦l un enemigo, un peligro para todos. Sus potenciales votantes quiz¨¢s no voten por ti, pero tampoco lo har¨¢n por ¨¦l. Las campa?as en negativo dise?adas por este asesor electoral neoyorkino ten¨ªan una poderosa herramienta dial¨¦ctica para arremeter contra los principios ideol¨®gicos del adversario: convertir sus ideales en insultos a fuerza de repetirlos con desprecio una y otra vez.
Finkelstein dej¨® a sus clientes plenamente satisfechos e inspir¨® una forma de hacer pol¨ªtica que ha dejado huella. Y lo m¨¢s preocupante: ha encontrado un enorme margen de mejora gracias a las infinitas posibilidades que ofrecen las redes sociales para generar conversaciones en las que los debates de ideas y programas quedan enterrados y el flujo de la conversaci¨®n se sit¨²a en un plano netamente emocional. Es exactamente lo que ha sucedido en el arranque de la actual campa?a electoral. La decisi¨®n de EH Bildu de integrar terroristas con delitos de sangre en sus listas ha vuelto a situar en el centro de la actualidad a la banda terrorista ETA, una organizaci¨®n extinta pero capaz a¨²n de generar una cascada de emociones en pr¨¢cticamente todos sectores de la poblaci¨®n. Para los fontaneros del odio, no existe un mejor marco de trabajo cuando se trata de una red social: la viralidad favorece la amplificaci¨®n de esa afrenta dolorosa y la sensaci¨®n de peligro, por muy desactivado que est¨¦, se vuelve real. Emerge entonces el reproche social permanente hacia los que quedan designados como responsables, es decir, los enemigos. De esta forma, la campa?a electoral parece quedar inmersa en un bucle emocional del que resulta dif¨ªcil salir. El odio se convierte as¨ª en un capital pol¨ªtico y un factor de cohesi¨®n capaz de generar nuevas comunidades de votantes que, m¨¢s all¨¢ de pensar parecido, se unen en el reconocimiento de enemigos pol¨ªticos comunes.
Finkelstein fue un maestro en dise?ar procesos como este, campa?as que trascend¨ªan el debate de ideas y noqueaban al contrario de un derechazo emocional. En 1996 llev¨® al poder a Netanyahu tras acusar sin pruebas a su principal oponente, el candidato laborista Shimon Peres, de querer dividir Jerusal¨¦n. El eslogan de campa?a, ¡°Peres dividir¨¢ Jerusalen¡±, fue repetido machaconamente y acab¨® por convencer a una gran parte del electorado. Desde ese momento, Finkelstein se convirti¨® en ¡°el cerebro de Bibi¡±, el gur¨² que contribuy¨® a modificar los contornos ¨¦ticos de las campa?as modernas en democracia.
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