?Qui¨¦n quiere la democracia, pudiendo jugar a la pol¨ªtica?
En lugar de discutir sobre el deterioro de la sanidad, la protecci¨®n de parajes naturales o la regulaci¨®n de las energ¨ªas renovables en el campo, nos hemos engolosinado en discusiones mucho m¨¢s excitantes sobre apocalipsis ideol¨®gicos y olas reaccionarias
La pol¨ªtica puede ser una partida de p¨®quer (o de mus), pero la democracia es algo m¨¢s. El poder puede narrarse como un juego de victorias y derrotas sobre cuyo tapete los jugadores m¨¢s temerarios ganan o pierden todo. Identificamos al cobarde, al timorato, al fanfarr¨®n, al farolero y al tramposo, y admiramos la fiereza del jugador que apuesta hasta el alma. Buena parte del columnismo y la literatura pol¨ªticas consisten precisamente ...
La pol¨ªtica puede ser una partida de p¨®quer (o de mus), pero la democracia es algo m¨¢s. El poder puede narrarse como un juego de victorias y derrotas sobre cuyo tapete los jugadores m¨¢s temerarios ganan o pierden todo. Identificamos al cobarde, al timorato, al fanfarr¨®n, al farolero y al tramposo, y admiramos la fiereza del jugador que apuesta hasta el alma. Buena parte del columnismo y la literatura pol¨ªticas consisten precisamente en eso: se analizan las estrategias, se deploran las trampas y se aplauden los golpes de efecto. Desde las Meditaciones de Marco Aurelio hasta la ¨²ltima serie de televisi¨®n sobre presidentes y embajadores, la pol¨ªtica se narra con una frivolidad muy solemne. Que la realidad, a poco que se asome uno, se parezca m¨¢s a una pel¨ªcula de Torrente que al segundo acto de Ricardo III no importa demasiado: vista de cerca y a las tres de la madrugada, una timba tampoco transmite mucho encanto. Ya se encargar¨¢ el narrador (el columnista, el tertuliano, el cronista, el guionista) de echarle ¨¦pica y l¨ªrica.
A diferencia del juego del poder, que siempre es entretenido, la democracia es una cosa aburrida de la que estamos deseando olvidarnos. Todos le agradecen a Pedro S¨¢nchez sus gestos hiperb¨®licos. Quienes est¨¢n a favor, por razones obvias, y quienes est¨¢n en contra, porque da que hablar y permite eludir un mont¨®n de asuntos sopor¨ªferos. Desde que convirti¨® la campa?a de las municipales y auton¨®micas en un preludio al plebiscito, nos hemos ahorrado miles de horas de debate acerca de cuestiones municipales, financiaci¨®n auton¨®mica, gesti¨®n de servicios p¨²blicos, inversiones en infraestructuras y un largo etc¨¦tera de temas sobre los que efectivamente se votaba este domingo. En lugar de discutir sobre el deterioro de la sanidad, la protecci¨®n de parajes naturales o la regulaci¨®n de las energ¨ªas renovables en el campo, nos hemos engolosinado en discusiones mucho m¨¢s excitantes sobre apocalipsis ideol¨®gicos y olas reaccionarias. Que las autonom¨ªas y los municipios acumulen un caudal de competencias enorme que incide de lleno en la vida de sus administrados parece irrelevante al lado de la supervivencia pol¨ªtica del presidente del Gobierno.
Con el adelanto electoral tambi¨¦n se quedan sin tramitar varias leyes importantes, como la de familias, que supon¨ªa un avance reformista muy notable. Pero quedarse para defenderla y ponerla en marcha es democracia aburrida. ?Qui¨¦n quiere remangarse y hacer funcionar los trabajosos resortes de un Estado social cuando puede alargar la partida con unos ¨®rdagos? ?Qui¨¦n va a elegir la democracia, pudiendo jugar a la pol¨ªtica?