Lea este libro, se?or Feij¨®o
En ¡®La mala costumbre¡¯, Alana S. Portero habla de una adolescente marica que, llegada del barrio obrero de San Blas a Chueca, pod¨ªa permitirse el lujo de acariciarse con un chico por vez primera en p¨²blico
Llegar al barrio de Chueca en los primeros noventa era adentrarse en un pueblo manchego dentro de Madrid. Me asomaba a mi balc¨®n de la calle Pelayo y el abuelo de enfrente, en camiseta, saludaba desganado o hac¨ªa alg¨²n comentario sobre un suceso de la noche anterior. A¨²n era el tiempo en que las abuelas sal¨ªan en bata, aferradas al monedero, a comprar la pistola a la panader¨ªa de Pili, donde se daban cita travestis ya de retirada, yonquis que buscaban chucher¨ªas que aliviaran el baj¨®n y algunas madres con ni?o, como yo. Cuando Chueca a¨²n no era Chueca, el actual barrio del Orgullo cosmopolita, conviv¨ªan los ¨²ltimos supervivientes de la droga que un d¨ªa amanec¨ªan envueltos en papel policial de aluminio, las starlets de los pubs oscuros que imitaban a las reinas del pop o de la copla, y la gran Sandra, que tras una noche encarnando a Sarit¨ªsima se incorporaba desmaquillada a su kiosco de prensa, en una esquina donde hoy hay una tienda de bolsos caros. No apelo a la nostalgia, solo afirmo que cuando Chueca no era Chueca la diversidad era mayor en un sentido amplio, porque en sus calles de hace tres d¨¦cadas conflu¨ªa la ¨²ltima ancianidad que pobl¨® el centro, unas abuelas con una capacidad extraordinaria para convivir con los excluidos de la tierra. Todos aquellos personajes encontraban en el entramado de calles estrechas y gris¨¢ceas un refugio, la sagrada barra de un bar en la que acodarse junto a iguales. La luz de ne¨®n del Bar Santander confer¨ªa un toque de belleza a mi calle mal iluminada, como una luz en la espesura del bosque, y aunque nuestros parientes no acabaran de entender que nos sinti¨¦ramos bien en un barrio de apariencia intimidante la realidad es que, una vez que te familiarizabas con su fauna, te sent¨ªas extra?amente protegido, como si la calle fuera el pasillo de casa. A aquel Chueca se asom¨® una adolescente de San Blas con la imperiosa necesidad de sentirse viva, integrada entre iguales, de mostrarse fiel a una identidad que llevaba ocultando desde que ten¨ªa uso de raz¨®n. Me pregunto si la vi, si me fij¨¦ en ella, si me pareci¨® demasiado tierna o desubicada entre gais cuarentones que ya hab¨ªan sufrido numerosas bajas por el sida. Lo he pensado estos d¨ªas, leyendo La mala costumbre de Alana S. Portero, y me gusta creer que s¨ª, que habitando ese ¨²ltimo reducto de un Madrid previo a la especulaci¨®n que a¨²n no hab¨ªa expulsado a los pobres castizos cruc¨¦ alguna mirada con aquella adolescente marica que, llegada del barrio obrero de San Blas, pod¨ªa permitirse el lujo de acariciarse con un chico por vez primera en p¨²blico y sentirse protegida por el gay maduro o por la travesti melodram¨¢tica y maternal que hac¨ªa la calle.
Los pasos de nuestra hero¨ªna de la clase obrera nos llevan desde el castigado barrio de San Blas hasta la parte trasera, siempre canalla, de la Gran V¨ªa. Son paseos on¨ªricos, m¨¢gicos, a veces brutales, otras son¨¢mbulos y plenos de felicidad. La joven, alma en pena, va buscando presencias tutelares a las que confesar un secreto del que ella misma abomina, sinti¨¦ndose durante el d¨ªa sucia y aberrante y por la noche capaz de habitar el universo que abraza a los diferentes. No hay para ella victoria sin sufrimiento, ni crecimiento sin violencia; tras una infancia y una adolescencia padeciendo una lacerante ajenidad, logra dar el paso y mostrarse a plena luz del d¨ªa como lo que es, una mujer.
La otra ma?ana, dentro de su habitual letan¨ªa de la derogaci¨®n, el se?or Feij¨®o afirm¨® que en nuestro pa¨ªs es m¨¢s f¨¢cil cambiarse de sexo que sacarse el carnet de conducir. Si entendemos que la literatura posee la cualidad de adentrarnos en el alma humana, m¨¢s que el texto de una ley, yo le recomendar¨ªa al pol¨ªtico que leyera este libro para que viera que nada es f¨¢cil, ni fr¨ªvolo ni caprichoso. Tal vez as¨ª hablar¨ªa con m¨¢s respeto.
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