Silvio Berlusconi: una historia italiana
El berlusconismo naci¨® contra los elitismos, la vieja clase pol¨ªtica, los viejos potentados econ¨®micos y la vieja ¨¦lite intelectual. Su revoluci¨®n blanda convirti¨® la publicidad comercial en el lenguaje universal y sustituy¨® al ciudadano por el cliente
Una historia italiana. Ese era el t¨ªtulo de un folleto que Silvio Berlusconi envi¨® a millones de hogares en v¨ªsperas de las elecciones de 2001. Y ten¨ªa raz¨®n. Su historia, sin duda, es muy italiana. Pero no solo. La fant¨¢stica par¨¢bola existencial, empresarial y pol¨ªtica de Silvio Berlusconi, contemplada con la mente l¨²cida y sin l¨¢grimas, presag...
Una historia italiana. Ese era el t¨ªtulo de un folleto que Silvio Berlusconi envi¨® a millones de hogares en v¨ªsperas de las elecciones de 2001. Y ten¨ªa raz¨®n. Su historia, sin duda, es muy italiana. Pero no solo. La fant¨¢stica par¨¢bola existencial, empresarial y pol¨ªtica de Silvio Berlusconi, contemplada con la mente l¨²cida y sin l¨¢grimas, presagia el destino hist¨®rico de las democracias occidentales en este nuevo siglo y milenio.
No hay duda de que Berlusconi fue el italiano m¨¢s influyente de la segunda mitad del siglo XX (Mussolini lo fue de la primera). Es decir, el hombre que m¨¢s influy¨® en las costumbres, los valores y las representaciones colectivas de un pueblo. Vamos a dejar, pues, que otros reconstruyan los hechos y cuestionemos los relatos. Empezando por los a?os ochenta, una d¨¦cada que dur¨® los treinta a?os que abarca la era de Silvio Berlusconi.
Los a?os ochenta de Berlusconi empezaron en la oscuridad de los setenta, en ese inquietante y siniestro espacio en sombra ¡ªque todav¨ªa hoy existe¡ª sobre el origen de su fortuna econ¨®mica como empresario de la construcci¨®n. En cambio, la d¨¦cada siguiente trae la luz, una luz azulada, artificial, dom¨¦stica. En los hogares italianos brilla una luminiscencia que promete una nueva vida, ligera, acomodada, despreocupada, de disfrute. Es la luz de un tubo de rayos cat¨®dicos que dice que la Cuaresma ha terminado. La llegada de las televisiones privadas de ¨¢mbito nacional, inauguradas precisamente en 1980 ¡ªno es casual que fuera con un torneo de f¨²tbol¡ª, dicta tambi¨¦n simb¨®licamente el final de los plomizos a?os setenta. Se acabaron la pol¨ªtica, las ideolog¨ªas, los proyectos revolucionarios que culminaron con la sangre de demasiados muertos. Ha llegado la hora de liberarse, del reflujo, de un presente eterno, de un futuro que no promete nada y que, por tanto, cumplir¨¢ su promesa. Y tras la Cuaresma comercial y televisiva, propagada en el mundo redimido por las cadenas de Fininvest, no llega la Pascua, sino un nuevo Carnaval. Un periodo de absoluta locura compulsiva, de desenfreno hedonista y consumista alimentado por la fantasmagor¨ªa mercantil. El comunismo hab¨ªa prometido que todos tendr¨ªan cubiertas sus necesidades y el berlusconismo garantiza el lujo para todos, la multiplicaci¨®n exponencial de los deseos satisfechos.
?De d¨®nde sacaremos el dinero para hacerlo realidad? No hay problema: se crear¨¢ por s¨ª solo. Es el delirio del marketing multinivel. La idea es sencilla: si uno es simult¨¢neamente comprador y vendedor de un producto y luego convence a diez amigos para que hagan lo mismo, y ellos convencen a otros diez, y as¨ª sucesivamente, pronto ser¨¢ rico. Todos lo seremos. La multiplicaci¨®n es algebraica, el consumo se puede expandir hasta el infinito, la vida es maravillosa. Basta con creer en ello, tener fe, ser optimista. Optimismo equivale a consumismo. Esta es la f¨®rmula del ¨¦xito, la piedra filosofal del crecimiento infinito, el mantra de la democracia de masas.
S¨ª, porque esta vez, el para¨ªso debe estar realmente al alcance de todos. El berlusconismo nace oponi¨¦ndose a los elitismos, a la vieja clase pol¨ªtica, los viejos potentados econ¨®micos, la vieja ¨¦lite intelectual. Silvio Berlusconi proclama que es un hombre del pueblo para el pueblo, siempre que el pueblo renuncie a s¨ª mismo. Su revoluci¨®n blanda convierte la publicidad comercial en el lenguaje universal y sustituye al ciudadano por el cliente, mientras que sus televisiones inventan un nuevo tipo de comunicaci¨®n que, tras abandonar cualquier intenci¨®n pedag¨®gica, triunfa gracias a la simpat¨ªa, la proximidad, la horizontalidad, el flujo en el que estamos siempre inmersos sin mojarnos jam¨¢s. Los presentadores de los programas de Berlusconi nos repiten sin cesar que son ¡°uno de los nuestros¡±, que est¨¢n en nuestro mundo, hablan de lo que consumen y consumen los productos que anuncian. No tienen nada que ense?arnos; nos dicen constantemente que no hace falta que estudiemos, crezcamos ni evolucionemos, que estamos bien como estamos, que por fin podemos ser nosotros mismos. Ellos est¨¢n ah¨ª solo para distraernos, entretenernos y divertirnos. Ahora la tele est¨¢ siempre encendida, emite 24 horas al d¨ªa, es gratis y es incolora e inodora, como el dinero. ?Y qu¨¦ aguardamos mientras nos entretenemos? Nada, nada. Por Dios, no nos compliquemos la vida. Son los ochenta, es s¨¢bado por la noche y vamos a una fiesta. Siempre es s¨¢bado por la noche y siempre vamos a una fiesta.
La incorporaci¨®n a la pol¨ªtica en los a?os noventa ampl¨ªa este relato a todos los ¨¢mbitos de la vida individual y social y hace que este sue?o milagrero valga para todo. El eslogan electoral lo declara expl¨ªcitamente cuando anuncia ¡°un nuevo milagro italiano¡±. S¨ª, porque hay una cosa innegable: para que funcione, para que seduzca, la visi¨®n de Berlusconi debe ser desenfrenada, global y can¨ªbal. La reducci¨®n del mundo a la imagen del mundo, la de la vida al autoconsumo y la de la realidad a una mercanc¨ªa no admite l¨ªmites. Todo tiene que poder comprarse: futbolistas, votos, diputados, magistrados, financieros, adversarios, mujeres; sobre todo las mujeres. La prueba son los treinta a?os de guerra abierta entre Berlusconi y la magistratura. Por consiguiente, la inmoralidad descarada es la otra cara de la ilegalidad sistem¨¢tica. No hay que dejar que ninguna instancia moral interfiera con este l¨²gubre hedonismo, este optimismo desesperado. Y menos a¨²n que la realidad compita con el sue?o. Solo la muerte, tal vez, alg¨²n d¨ªa. Pero para eso hay tiempo.
Este sue?o ha tenido un precio muy alto. En los treinta a?os de hegemon¨ªa de la fantasmagor¨ªa berlusconiana, la deuda p¨²blica se ha disparado, el planeta ha sufrido un terrible calentamiento, Europa ha vuelto a ser un campo de batalla. Por el camino hemos perdido la capacidad de educar a nuestros hijos (nos han sustituido primero la televisi¨®n y luego internet) y a nuestros alumnos (al fin y al cabo, ?para qu¨¦ sirve el conocimiento?), as¨ª como la capacidad de luchar colectivamente por un ma?ana mejor (la narrativa berlusconiana no admite m¨¢s que el enriquecimiento individual). Hemos perdido el respeto a la clase pol¨ªtica (meros gregarios del Ungido del Se?or), a las instituciones democr¨¢ticas (estorbos en su camino triunfal), a las mujeres (degradadas a la categor¨ªa de mercanc¨ªa) y, por tanto, a nosotros mismos. Al despertarnos del sue?o, hemos descubierto que somos unos c¨ªnicos y, al mismo tiempo, est¨²pidos, desprevenidos y esc¨¦pticos, todo junto: en realidad, ya no creemos en nada, pero nos lo tragamos todo.
Aunque quiz¨¢ no hayamos despertado. Treinta a?os de irrealidad berlusconiana son un largo aprendizaje sobre la condici¨®n de minor¨ªa de un pueblo reducido a una masa. Ahora, esas masas est¨¢n dispuestas a ceder nuevos fragmentos de sus prerrogativas democr¨¢ticas a cambio de las promesas consoladoras de los nuevos hombres y mujeres ¡°fuertes¡±, herederos del cetro populista que fue de Silvio Berlusconi.