Un atraco casi perfecto
La escena ilustra algo difusamente la relaci¨®n entre el medio y los fines, y c¨®mo estos pueden cambiar dependiendo del medio con el que se busquen (no es un art¨ªculo pol¨ªtico, pero hagan los paralelismos que consideren)
Una vez, hace muchos a?os, atracaron el banco en el que trabajaba mi padre. Era una ¨¦poca mala en Pontevedra, supongo que a?os ochenta, y aquel era el tercer o cuarto robo en poco tiempo. Quiz¨¢ debido a eso, hartos de los sustos que se llevaban y la impotencia que sent¨ªan, los empleados echaron a correr detr¨¢s del atracador en cuanto este sali¨® a la calle. La oficina estaba en el centro de la ciudad, as¨ª que la persecuci¨®n debi¨® de ser muy cinematogr¨¢fica; lo mismo el que escapaba era el mism¨ªsimo Mark Renton. Lo que nadie previ¨® fue el desenlace. Uno de los empleados, de zancada poderosa, dej¨® pronto atr¨¢s a mi padre y al resto de sus compa?eros, acerc¨¢ndose peligrosamente al ladr¨®n. Tan intensa era su carrera, y tan enchufado estaba, que decidi¨®, cuando lo tuvo a tiro, adelantarlo. Se permiti¨®, llegada la hora de la verdad, darse ese lujo fant¨¢stico. Lo pas¨® como un avi¨®n. Dej¨® tan descompuesto al atracador que este, cuya primera intenci¨®n fue seguirle el ritmo, baj¨® los brazos y se declar¨® derrotado. A la gente que hab¨ªa salido a las puertas de los bares y los comercios solo le falt¨® aplaudir. M¨¢s tarde, este empleado explicar¨ªa que al irle comiendo terreno al caco, y tenerlo tan cerca, tuvo el impulso irrefrenable no de capturarle sino de algo a¨²n mejor: ganarle.
La escena ilustra algo difusamente la relaci¨®n entre el medio y los fines, y c¨®mo estos pueden cambiar dependiendo del medio con el que se busquen (no es un art¨ªculo pol¨ªtico, pero hagan los paralelismos que consideren). Tambi¨¦n ilustra la fuerza del orgullo, que a veces nos hace olvidar el objetivo o cambiarlo por uno m¨¢s est¨²pido pero placentero, que es dejar atr¨¢s a alguien que va delante: esas cosas siempre emocionan. Correr ayuda porque, como con ciertas pasiones, uno empieza y no sabe por qu¨¦ empez¨®.
Cuando era joven fui a los Sanfermines con tan mala suerte que la noche anterior sal¨ª ¡ªcosa sin l¨®gica all¨ª¡ª y al final me qued¨¦ dormido en el portal de una de las calles por las que iban a pasar los toros. Me despert¨¦ de una forma que no me volver¨¦ a despertar en la vida, con seis animales a distancia corriendo como alma que los lleva el diablo persiguiendo a una marabunta que me iba a atropellar a m¨ª. Me sumerg¨ª a¨²n quit¨¢ndome las lega?as de los ojos, pr¨¢cticamente entre bostezos, y me fueron adelantando algunos toros. Pero yo ya hab¨ªa cogido ritmo de crucero, y cerr¨¦ los ojos y me puse a adelantarlos a ellos, teniendo de nuevo una docena de cuernos detr¨¢s. La vida es tejer y destejer, como Pen¨¦lope, pero en aquellos segundos no pensaba en eso sino en algo mucho m¨¢s dif¨ªcil: no acelerar cuando la adrenalina te lo est¨¢ pidiendo a gritos. Como esos velocistas favoritos que compiten para pasar a la final de 100 metros lisos pero cuid¨¢ndose de no hacer r¨¦cord del mundo. Como esos, digo, pero con toros.
Una de las preguntas cl¨¢sicas del ser humano es ¡°?qu¨¦ hemos venido a hacer aqu¨ª?¡±. Por supuesto, no tiene respuesta. Naces, creces y, cuando llegas a la edad adulta, pierdes de vista cualquier objetivo por darte un peque?o placer que compensa cualquier cosa. ?Valoraste las consecuencias? Evidentemente no, por eso da tanto gusto. Ya hay que querer mucho un reloj de oro para, en caso de que te lo roben y ya metido en la faena de la persecuci¨®n, no darte el placer de adelantar al ladr¨®n en lugar de recuperar el reloj.
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