Conversar a pelotazos
En el primer intento de investidura, el coloquio fue est¨¦ril. En v¨ªsperas del segundo, ahora la comunicaci¨®n es negociaci¨®n, pero huele demasiado a cat¨¢logo de bienes a elegir
?Si hablar con alguien fuese tan f¨¢cil y limpio como nos ense?aban en la clase de Lengua! Comunicarse con otro no es esa transacci¨®n perfecta que los profesores nos explicaban. Tengo en la cabeza el sonsonete de la lecci¨®n tal como sal¨ªa en el libro de texto: un hablante se dirige a un oyente; entre ellos fluye un mensaje a trav¨¦s de un canal y ante un contexto; el mensaje se transmite mediante un c¨®digo y ese c¨®digo puede ser, por ejemplo, el de una lengua. Los elementos diferenciados de un proceso de comunicaci¨®n eran, pues, en ese listado escolar: hablante, oyente, mensaje, canal, c¨®digo, contexto y... parole, parole, parole.
Una estrategia para ense?ar con claridad algo es simplificarlo. Este c¨¦lebre esquema de comunicaci¨®n fue difundido por los estudios estructuralistas a lo largo del siglo XX. Es arm¨®nico, ordenado; figuradamente parece una especie de partido de tenis de la comunicaci¨®n perfecta: yo lanzo un mensaje, al otro lado alguien lo descodifica, la bola de tenis est¨¢ hecha de un idioma y viaja por el aire, feliz, escrita en su c¨®digo. Aplicado a lo que est¨¢ ocurriendo en este momento de lectura, parecer¨ªa valer: yo como hablante he escrito estas l¨ªneas; usted, lector, las recibe y descodifica dado que hablamos la misma lengua... El canal es este medio gr¨¢fico que el peri¨®dico EL PA?S ha fijado para que la comunicaci¨®n fluya. ?Pero siempre es as¨ª? Si salimos de la prensa y nos fijamos en alguna de las conversaciones cotidianas que ocurren a nuestro alrededor, ?respetan los hablantes sus turnos en ese partido de tenis?, ?se reparten los di¨¢logos de manera equitativa, como los limpios saques de los deportistas? Parece que no.
Por seguir con las comparaciones ten¨ªsticas, la comunicaci¨®n est¨¢ hecha de saques que no alcanzan la red, de jugadores que sacan sin que nadie les reste, partidos que empiezan siendo de tenis y acaban siendo de front¨®n... El esquema tradicional de comunicaci¨®n de los libros de texto merece una cierta revisi¨®n que le quite ese aspecto enga?oso de partido de tenis impoluto. Porque, adem¨¢s, las reglas del inestable juego cambian seg¨²n la cultura en que nos encontremos y no tanto seg¨²n la lengua. Todos sabemos que en el ¨¢mbito hisp¨¢nico conversar es tambi¨¦n lidiar, robar el turno de palabra, interrumpir sin que se entienda ofensivo: ¡°Cada conversaci¨®n est¨¢ a punto de convertirse en un combate cuerpo a cuerpo; cada palabra es un bote de lanza; cada gesto, un navajazo¡±. Quiz¨¢ Jos¨¦ Ortega y Gasset exageraba en violencia al decir que as¨ª se conversaba en Espa?a, pero, s¨ª, algo que compartimos las culturas latinas, independientemente de la lengua en que hablemos, es el consenso de que una conversaci¨®n de lo m¨¢s amistosa puede exigir pertrecho y valent¨ªa. Pese a ello, la comunicaci¨®n funciona si los jugadores asumen con honestidad las reglas y consideran la existencia del otro.
Con todo, lo m¨¢s enga?oso de esa lecci¨®n en que nos explicaban el proceso comunicativo es la nula atenci¨®n que se le prestaba al contexto, que en la comunicaci¨®n real nunca ejerce de paisaje inerte al fondo del cuadro, sino que es lo verdaderamente importante en el proceso de comunicaci¨®n: lo condiciona todo, lo regula y lo cambia todo, lo permite y lo anula todo. El contexto puede, por ejemplo, convertir la as¨¦ptica f¨®rmula de la teor¨ªa de la comunicaci¨®n en esa expresi¨®n sofisticada y sublime que asociamos al texto literario. El contexto puede hacer que un vulgar acto comunicativo derive en el arte de la conversaci¨®n, rasgo de identidad de la condici¨®n humana.
Pensemos en las conversaciones m¨¢s observadas en Espa?a desde las pasadas elecciones generales: las emprendidas por los dos partidos pol¨ªticos mayoritarios para que su candidato a presidente del Gobierno saliera elegido. En el primer intento de investidura, nuestros conversadores profesionales mantuvieron debates parlamentarios donde las posiciones estaban ya fijadas de antemano, con lo que el coloquio era est¨¦ril: sumar mon¨®logos aferrados a la propaganda o empecinados en el desglose de facturas no es debatir ni es conversar. Solo el votante muy hooligan disfruta de espect¨¢culos as¨ª y los prefiere al contraste franco de ideas de un di¨¢logo.
En v¨ªsperas de un segundo intento, ahora la comunicaci¨®n es negociaci¨®n pero huele demasiado a cat¨¢logo e inventario de bienes que se dan a elegir. Si las conversaciones son, como las de estas ¨²ltimas semanas, reuniones pretendidamente discretas para negociar pactos de poder con los partidos nacionalistas, es deseable que los que conversan est¨¦n al mismo nivel, que los jugadores est¨¦n todos identificados y no establezcan partidas paralelas, que el tablero no se descompense hacia un lado del terreno (en este caso del mapa auton¨®mico), que los espectadores no sintamos que el partido es una mera transacci¨®n. Porque, si no es as¨ª, no hay comunicaci¨®n sino simulacro. Si nadie devuelve a nadie la pelota con honestidad, no es posible conversar. Y si hablamos de gobernar, a¨²n menos.
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