No es la edad, es el poder
El neoconservadurismo hoy rocoso de algunas de las mejores figuras intelectuales de la democracia tiene antecedentes hist¨®ricos, pero no hay ley fatal alguna que lo explique: la edad no da?a por s¨ª sola.
Este art¨ªculo es un avance que EL PA?S ofrece de la revista ¡®TintaLibre¡¯ de diciembre, disponible a partir de la pr¨®xima semana en quioscos y para sus suscriptores.
Revoltosos e imprevisibles, contradictorios e hirientes, rebeldes y sobreactuados. As¨ª han sido desde que nacieron la mayor¨ªa de intelectuales en su acepci¨®n m¨¢s moderna y seductora pero tambi¨¦n remota, es decir, desde Montaigne mismo, o desde Voltaire, o desde nuestro Larra o incluso el bendito Benito Jer¨®nimo Feij¨®o: atrevidos en el juicio y en la rapidez de emisi¨®n, vibrantes en sus convicciones, indisciplinados a menudo pero a menudo tambi¨¦n ciegos para esta o aquella causa, y casi siempre taxativos en sus juicios, como si tuviesen alg¨²n ¨®rgano suplementario del que carecemos los dem¨¢s para erradicar el mal, suscitar el bien y corregir el rumbo errado de la naci¨®n, de la sociedad o de la mism¨ªsima era geol¨®gica. Javier Pradera ironizar¨ªa llam¨¢ndoles sermoneadores, como dec¨ªa de s¨ª mismo ironizando.
Lo que la sociedad espa?ola ha empezado a padecer en los ¨²ltimos a?os, desde el inicio del siglo XXI, es la propensi¨®n precisamente d¨ªscola y altanera, provocadora y desafiante no solo de sus nuevas huestes juveniles sino de los antiguos bastiones de la autoridad intelectual, los responsables activos de la transformaci¨®n civil y moral que vivi¨® tras el franquismo la vida intelectual espa?ola en su sentido m¨¢s amplio. Eso mismo, sin embargo, parece estar llev¨¢ndola a lo peor de s¨ª misma si atendemos a los art¨ªculos, ensayos, declaraciones y hasta procacidades de un pu?ado de escritores ¨ªntima e hist¨®ricamente identificados con la izquierda de este pa¨ªs a distintas distancias y con ¨¦nfasis cambiantes.
Fernando Savater es el caso m¨¢s potente e incuestionablemente tenaz, entre otras cosas porque ha sido el mejor exponente en la segunda mitad del siglo XX de la libertad de la imaginaci¨®n y la filosof¨ªa moral con prosa imbatible. Solo Savater en la transici¨®n larga ¨Dhasta el fin de siglo¨D est¨¢ a la altura del significado intelectual que tuvo Ortega y Gasset un siglo atr¨¢s, hasta los a?os veinte. Pero no es el ¨²nico escritor que ha emprendido una deriva netamente conservadora; los autores que han ido exhibiendo su disonancia con los nuevos liderazgos progresistas son bastantes m¨¢s, desde Jon Juaristi o F¨¦lix de Az¨²a hasta algunos pioneros como el vuelco total que dio mucho a?os antes Gabriel Albiac, determinadas posiciones fuertes de ensayistas como Jos¨¦ Luis Pardo, la evoluci¨®n inequ¨ªvocamente conservadora de Juan Luis Cebri¨¢n o la marcada adhesi¨®n de otros, como Andr¨¦s Trapiello, a los equipos de resistencia articulados en torno a Cayetana ?lvarez de Toledo, como la plataforma Libres e iguales. La radicalidad de su encono contra las izquierdas del siglo XXI, incluso anteriores a la emergencia de Podemos (lo que incluye por tanto la etapa de Rodr¨ªguez Zapatero) no ha hecho m¨¢s que crecer en los ¨²ltimos tiempos hasta colonizar uniformemente sus opiniones.
Se sintieron muchos de ellos agredidos y ofendidos con el cuestionamiento del relato beato y triunfal de la Transici¨®n que apadrin¨® Podemos de forma simplista y maniquea, sin digerir algunos de los sabios de la tribu que todo relato triunfal es falso por definici¨®n, y tambi¨¦n lo es el de la Transici¨®n. Tampoco hay nada muy verdadero en el catastrofismo derogatorio antritransici¨®n ni en las andanadas contra sus intelectuales m¨¢s reconocidos. La emergencia del independentismo catal¨¢n como movimiento de masas dio la puntilla contra la paciencia de muchos de quienes ostentaron el poder de la opini¨®n durante d¨¦cadas. La militante movilizaci¨®n feminista, los excesos de la correcci¨®n pol¨ªtica, la evidencia cruda de la emergencia clim¨¢tica y la alocada vida de urgencias que imponen las redes sociales se confabularon para que casi todo pareciese estar rodando hacia el infierno mientras fue declinando d¨ªa a d¨ªa su capacidad de influencia y de impacto, cada vez menos escuchados y menos aun secundados por buena parte de los nuevos titulares del poder pol¨ªtico y de la mayor¨ªa de una sociedad que parece haberse desvanecido o extinguido. La renovaci¨®n generacional que vivieron los partidos pol¨ªticos los fue desplazando hacia la irrelevancia y muy lejos de una capacidad de influencia a la que estuvieron acostumbrados durante a?os y a la que no han sabido desacostumbrarse.
El efecto de ese proceso de debilitamiento ha forzado en sus columnas y tribunas de los ¨²ltimos tiempos la propensi¨®n sistem¨¢tica a la exageraci¨®n y el ¨¢ngulo dram¨¢tico, al poso t¨®xico de un rencor difuso, a la magnificaci¨®n nerviosa alimentada por un concentrado de patriotismo encendido y resistencialismo conservador. Un s¨¢bado cualquiera (por ejemplo, el 18 de noviembre y ya votada la investidura de Pedro S¨¢nchez) basta para delatar la incontinencia de Savater cuando deplora los asesinatos masivos de ETA durante d¨¦cadas, los asesinatos selectivos en Espa?a, Francia y otros lugares del terrorismo yihadista y considera indispensable situar en medio de ese s¨¢ndwich atroz el queso fundido del drama de los ni?os catalanes sin ense?anza en castellano (que es la lengua hegem¨®nica de los escolares en Barcelona, evidentemente). El desafuero de equiparar los asesinatos de cualquier terrorismo con el terrorismo ling¨¹¨ªstico de la Generalitat est¨¢ en el hit de las aberraciones que la pasi¨®n patri¨®tica ha inducido a Savater.
Pasados conservadores
Claro que no es del todo nueva una parecida deriva conservadora. La percepci¨®n de ese desplazamiento tiene antecedentes ilustres en la historia intelectual espa?ola, aunque no haya norma alguna. ?Qu¨¦ tendr¨¢ que ver el primer Jos¨¦ Mart¨ªnez Ruiz, ubicado en la extrema izquierda e instalado en la denuncia del hambre y la opresi¨®n, con el sucinto sujeto de los a?os diez plenamente identificado con el rotundo conservadurismo pol¨ªtico, ya subido al seud¨®nimo m¨¢s cursi de las letras espa?olas, Azor¨ªn, y encima miembro de la Real Academia Espa?ola? La viveza espontane¨ªsta, medidamente arbitraria y un tanto an¨¢rquica de P¨ªo Baroja desde la ¨²ltima d¨¦cada del XIX sigui¨® impert¨¦rrita casi hasta el final de sus d¨ªas, ya en los a?os cincuenta del siglo siguiente, o al menos hasta el estallido del trauma de una guerra que revienta trayectorias intelectuales muy mal pertrechadas para hacer frente a una divisi¨®n tajante entre unos y otros. Y s¨ª, Unamuno es otro de los ejemplos de adicci¨®n compulsiva a la efusividad p¨²blica y, casi necesariamente, a la contradicci¨®n viciosa: por eso su articulismo y su ensayo de ideas es siempre tan atractivo, porque cree con la misma convicci¨®n y capacidad argumental ¨Democional, tir¨¢nica, impetuosa¨D en una cosa y en la contraria, encastillado en la defensa de la incontinencia como funci¨®n del pensamiento.
La p¨¦rdida de poder e influencia de los intelectuales hist¨®ricos los ha hecho propensos a la exageraci¨®n y al ¨¢ngulo dram¨¢tico, a la magnificaci¨®n nerviosa alimentada por un concentrado de patriotismo encendido y resistencialismo conservador
Pero no fue un sarampi¨®n forzoso la derechizaci¨®n ideol¨®gica de las mejores cabezas del siglo XX. ?Se hizo m¨¢s conservador Unamuno con los a?os, como le pas¨® a Azor¨ªn? No estoy nada seguro. La pulsi¨®n patri¨®tica s¨ª expuls¨® a Ramiro de Maeztu de la radicalidad subversiva del fin de siglo, tan entusiasta y tan nieztscheano en su juventud y tan ortodoxamente cat¨®lico desde su primera y dogmatizada madurez. En cambio, a Antonio Machado no le sobrevino nada parecido, m¨¢s bien al contrario, y tampoco Manuel Aza?a vivi¨® un retroceso a posiciones conservadoras ni durante la dictadura de Primo de Rivera ¨Cque tuvo en Unamuno a uno de sus m¨¢s potentes adversarios¨C, ni durante la Segunda Rep¨²blica, ni desde luego durante la desolaci¨®n de la guerra. Tampoco un personaje como Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, tan irritantemente almidonado y aparentemente ajeno a la rebati?a pol¨ªtico-social, padeci¨® una retractaci¨®n de sus fundamentos liberales con el advenimiento de la Rep¨²blica, a la que respald¨®. El golpe de Estado de 1936 lo lleva fuera de Espa?a (a instancias entre otros de Aza?a) pero precisamente para ser m¨¢s ¨²til a la Rep¨²blica en el exterior que arriesgando absurdamente la vida en el interior. ?Fue Mar¨ªa Zambra- no una neofascista por coquetear durante un breve tiempo con quienes despu¨¦s iban a ser ide¨®logos del falangismo? Claro que no. ?Fue Unamuno profranquista por haber mantenido la misma incontinencia de toda su vida, sin darse tiempo a entender lo que pasaba y saber qu¨¦ significaba la sublevaci¨®n militar de la iglesia y el reaccionarismo m¨¢s compacto contra la Segunda Rep¨²blica? Tampoco.
No, no existe ley alguna que obligue al intelectual de primer nivel a evolucionar hacia posiciones conservadoras. El advenimiento en Europa de los totalitarismos sedujo a un buen n¨²mero de escritores y mientras unos mantuvieron una fidelidad indestructible a su nazismo nativo, como Ernst J¨¹nger o Carl Schmidt, otros se redimieron de sus infiernos ideol¨®gicos y escaparon de ellos, como hicieron Ignazio Silone en Italia o Dionisio Ridruejo en Espa?a.
No es la edad, es el poder
Lo que quiz¨¢ explica esta evoluci¨®n no es tanto la edad como la percepci¨®n de la p¨¦rdida de poder e influencia en el mapa de la opini¨®n p¨²blica. No es una hip¨®tesis intuitiva sino descriptiva: la vieja y puritana aseveraci¨®n de Lord Acton de que el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente, tiene un correlato veros¨ªmil en otras formas de poder no pol¨ªtico: el intelectual, el cultural, el musical o el literario. Ortega y Gasset es el caso paradigm¨¢tico porque re¨²ne en su nombre y en su familia los dos poderes, el intelectual y el pol¨ªtico. Esa inteligencia superdotada de la cultura espa?ola nace sobre la mesa del peri¨®dico m¨¢s influyente del momento y sobre la mesa del consejo de ministros, donde est¨¢n la familia Ortega o la familia Gasset (o las dos). Su irrupci¨®n como intelectual bautiza con un nombre propio y capit¨¢n a las nuevas huestes j¨®venes ¨Den la treintena muchos de ellos¨D de la Espa?a del siglo XX, dispuestas a barrer el pasado sin contemplaciones y sin piedad; nada hab¨ªa de quedar en pie de un tiempo de miseria cultural, intelectual y pol¨ªtica, un tiempo de derrota de una naci¨®n herida en su autoestima (o la de sus j¨®venes intelectuales) al que se atrevieron a llamar Restauraci¨®n. Por eso siguieron todos a Ortega en su discurso sobre Vieja y nueva pol¨ªtica en 1914, antecedente conceptual y estil¨ªstico de la irrupci¨®n de Podemos como fuerza de ruptura cien a?os despu¨¦s.
La insubordinaci¨®n incomprensible de las mayor¨ªas ignaras ante los dictados de la inteligencia superior es la causa de la debacle que llega a Espa?a una d¨¦cada despu¨¦s. El diagn¨®stico de Ortega brota en 1920 como una herida sangrante en los argumentos perfectamente caprichosos e infundados de Espa?a invertebrada, el ensayo m¨¢s influyente y menos convincente de las letras espa?olas del siglo XX. Tres o cuatro a?os de inmersi¨®n como ide¨®logo en la vida period¨ªstica y pol¨ªtica del peri¨®dico El Sol desde 1917 no hab¨ªan surtido el menor efecto en el rumbo hist¨®rico del pa¨ªs, seg¨²n ¨¦l, aunque no fuese verdad ese pesimismo de un hombre siempre con prisas y da?ado en el coraz¨®n de su orgullo patri¨®tico. El lento efecto de una nueva clase intelectual moderna y europea en torno a Ortega (y a veces contra Ortega, como es el caso de Aza?a) es corresponsable activo de la llegada de la Segunda Rep¨²blica y la mejor herencia que dejaron al futuro, pese a su sentimiento de fracaso generacional.
Para entonces Ortega ya no tiene cura. Lo que parec¨ªa la ocasi¨®n hist¨®rica para ejercer el liderazgo de la naci¨®n desde su autoridad indiscutida pasa a ser solo otra oportunidad perdida y ser¨¢ ya la ¨²ltima: desiste de la Rep¨²blica porque vuelve a ser desobediente e insumisa al dictado de su primera cabeza en la calle y en el parlamento (porque fue diputado los dos primeros a?os). No fue la edad la causa determinante de su rechazo herido a la Rep¨²blica: fue la frustraci¨®n por un poder insuficiente, la impotencia ante las demandas de una realidad m¨¢s ingobernable de lo que crey¨® y cuyos laberintos de matices y motivaciones se le escaparon a Ortega por una mezcla de egolatr¨ªa, soberbia, impaciencia y complejo de superioridad anquilosado.
Escatolog¨ªa pol¨ªtica y p¨¢nico patri¨®tico
La tentaci¨®n se me cae del p¨¢rrafo anterior hasta el principio de este: ?las mejores cabezas, las m¨¢s sugerentes y emancipadoras, las m¨¢s brillantes y fecundas de las dos o tres primeras d¨¦cadas de la democracia han vivido una semejante desesperaci¨®n ante el curso de la historia de los ¨²ltimos veinte a?os? Cuando sus lectores hist¨®ricos les leemos hoy aventando col¨¦ricos las alarmas del apocalipsis por la felon¨ªa de una amnist¨ªa, por un gobierno con una izquierda populosa (pero nada m¨¢s que socialdem¨®crata) o por la extensi¨®n de derechos civiles a minor¨ªas maltratadas con ferocidad, resulta imposible encontrar la ruta que los saque de la trinchera de la guardia patri¨®tica y los devuelva a quienes fueron. Sublevados hoy ante la escatolog¨ªa pol¨ªtica del fin del mundo, escriben inmersos en la amenaza existencial de la naci¨®n, o arrastrados por una fobia man¨ªaca contra un gobierno de izquierdas como monocorde maldici¨®n pol¨ªtica sin matices, entregada, sumisa y obediente a la derecha y a veces la ultraderecha.
La hegemon¨ªa de algunos de ellos durante d¨¦cadas puede haber sido precisamente la causa inocente y a la vez necesaria para una deserci¨®n de la izquierda y sus demandas mejores o peores, e incluso abiertamente cuestionables, sin que hayan vivido una evoluci¨®n semejante figuras como Victoria Camps, Maruja Torres, Rosa Montero, Rosa Reg¨¤s. Pero la c¨®lera que prodigan en sus colaboraciones en medios cl¨¢sicos y medios nuevos ¨Ddesde EL PA?S a El Mundo o la nueva ¨¦poca de The Objective¨D ha dejado de ser contingente y anal¨ªtica para ser esencialista y compulsiva: el brillo del sarcasmo o el machetazo verbal llegan dictados por la furia defensiva m¨¢s que por la alegr¨ªa contagiosa de difundir una perspectiva impugnadora o una dislocaci¨®n conceptual y luminosa, como tantas veces sucedi¨® d¨¦cadas atr¨¢s. La invocaci¨®n frecuente de un pasado idealizado (y liofilizado) delata un desorden presente que a menudo est¨¢ fundado en la frecuentaci¨®n de entornos herm¨¦ticos que retroalimentan su misma desesperaci¨®n ante el rumbo catastr¨®fico, milenarista, de los nuevos tiempos.
El atrincheramiento en la vieja raz¨®n pol¨ªtica y sus argumentos es quiz¨¢ la madre del cordero de una intransigencia que unos vemos como resistencia acorazada contra una realidad cambiante y ellos visten de resistencia cabal a la banalidad de las nuevas gentes y sus discursos adanistas o, peor, radicalmente desnortados. El encastillamiento as¨ª se fabrica con intolerancia y desprecio combinados con la arrogancia de quienes se ganaron una autoridad que se disuelve hoy en un magma medi¨¢tico sin control y a menudo tambi¨¦n sin audiencia. El enfado cr¨®nico que destilan les hace encarnar a ojos de muchos a una vieja ¨¦lite destronada y refugiada hoy sobre todo en un parad¨®jico cantonalismo irredento. El sentimiento conmocionado de vivir en un pa¨ªs en quiebra ha colonizado las antenas y los sensores y los ha in- sensibilizado para captar, tasar y valorar los matices, las diferencias, la diversidad que incuba el profuso ruido de la calle, a menudo sin nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con el fantasma de una naci¨®n rota.
Hoy puede ser esta la aut¨¦ntica causa emocional de una visceralidad estil¨ªstica que resuena inevitablemente como coletazo de un espa?olismo temible e induce invenciblemente una melancol¨ªa incurable. Quiz¨¢ porque las paternidades intelectuales son en s¨ª mismas malas de necesidad, y a veces conducen quieras que no al desenga?o. Pero nadie pudo pensar hace d¨¦cadas que se reencarnar¨ªa esa pasi¨®n viciosa del espa?olismo en quienes hicieron a pulso ¨Dcasi todos los nombrados al principio¨D la labor de desnacionalizar y desespa?olizar a varias generaciones de lectores que aprendimos con ellos que primero ¨¦ramos ciudadanos y despu¨¦s, quiz¨¢, espa?oles.
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