La marca del profeta ultra
El individuo radicalizado es un tipo hipermasculino, orgulloso, que no le teme a la correcci¨®n pol¨ªtica ni a los sermones del buenismo, que no se esconde de ser un macho y que se?ala a los sistemas democr¨¢ticos con el brazo bien estirado

Podr¨ªa entenderse como una guerra de superficies. Donde hasta hace poco piaba un simp¨¢tico pajarito celeste, ahora se impone una X siniestra, belicosa, blanco sobre negro, juego de contrastes, de extremos. Una se?al en el suelo: X marcando un lugar en un mapa ¡ª¡±aqu¨ª es¡±¡ª, o afirmando la posesi¨®n de un territorio ¡ª¡±esto es m¨ªo¡±¡ª. Aunque tambi¨¦n puede tratarse de la marca de la negaci¨®n, X sobre el rostro enemigo ¡ª¡°liquidado¡±¡ª.
El nacimiento de X no es un simple cambio de imagen. Twitter promet¨ªa di¨¢logo y vinculaci¨®n, X enarbola el estandarte de la agresividad, y cada vez gana m¨¢s terreno a los reductos de entendimiento e intercambio. La radicalizaci¨®n progresiva del espacio ha degradado los c¨®digos sociales de la plataforma, favoreciendo el se?alamiento y el v¨®mito de odio. Aunque la marca X no representa la realidad de sus usuarios, s¨ª cede espacio a una est¨¦tica que bebe de la simbolog¨ªa ultra. A quienes se identifican con la extrema derecha, X puede ofrecer un espacio de pertenencia y de construcci¨®n de identidad.
El individuo radicalizado que emerge de este giro est¨¦tico es un tipo hipermasculino, orgulloso, que no le teme a la correcci¨®n pol¨ªtica ni a los sermones del buenismo, un tipo que no se esconde de ser un macho, que se?ala a los sistemas democr¨¢ticos con el brazo bien estirado y afirma que no los necesita, que su espacio se encuentra en otro lugar, por fuera, en las tierras de la Gran Reacci¨®n, poblada por profetas de patilla larga y aspaviento f¨¢cil, tup¨¦s anaranjados, torsos al viento, ret¨®ricas tramposas basadas en el rencor, en la incertidumbre, en el agravio y en la p¨¦rdida de un pasado glorioso que debe reinstaurarse.
La identidad ultra es hip¨¦rbole, dramatizaci¨®n, performance de la intolerancia y la invulnerabilidad. Un nuevo ideal que ronda la masculinidad y, especialmente, la juventud, y cuyo avance se ve reflejado en la primera encuesta del CIS sobre la percepci¨®n de la igualdad de g¨¦nero. Un 44,1% de los hombres afirma que el feminismo ha ido tan lejos que ahora se les discrimina a ellos. El porcentaje sube al 51,8% entre los 16 y los 24 a?os. Esto no significa que la mitad de los hombres espa?oles comulguen con ret¨®ricas de la ultraderecha, ni tampoco que est¨¦n en contra del feminismo. M¨¢s bien, los resultados apuntan a un recrudecimiento de posiciones extremas, a la emergencia de una oposici¨®n vehemente contra la igualdad de g¨¦nero que desequilibra la media.
Podr¨ªa, si no fuera por la elocuencia de los datos, entenderse como una guerra de superficies. El hacha cruzada contra el coro de pajaritos cantores. Pero la est¨¦tica no es simplemente reflejo, ni espejismo, de la sociedad. El poder se conjuga en planos ¨¦ticos y est¨¦ticos. Si la ¨¦tica est¨¢ asociada a la verdad y la moral, la est¨¦tica se ocupa de la belleza y de su impresi¨®n en la sensibilidad humana. A la primera, la relacionamos con la voluntad, con los contratos sociales, con la raz¨®n y el compromiso consciente. A la segunda, con la experiencia emocional, con las corrientes afectivas que subyacen nuestro pensamiento l¨®gico.
Hablar de la emergencia de una est¨¦tica ultra es hablar de un proyecto pol¨ªtico que genera unas ficciones de verdad concretas y sus propios c¨®digos morales. La identidad ultra existe en tanto que negativa, es lo que sus enemigos no son ¡ªesa X cruzando el rostro ajeno y repudiado¡ª. Bajo un adem¨¢n de rebeld¨ªa y hartazgo ¡ªrebeld¨ªa contra el sistema y las instituciones, hartazgo de tanto parloteo sobre igualdad y justicia¡ª, se retuerce un helecho de ra¨ªces profundas, nada originales: fascismo, xenofobia, supremac¨ªa blanca, machismo, militarizaci¨®n y privatizaci¨®n de la vida, virilidad a la vez que victimizaci¨®n, odio como m¨¢scara para el miedo, violencia para ocultar la soledad.
La identidad ultra no carga contra el feminismo, el antirracismo o el ecologismo por maldad, ni porque haya encontrado en la injusticia su cruzada personal. Ser¨ªa ingenuo reducir unos procesos sociales tan complejos a una cuesti¨®n del mal contra el bien. Lo ultra no repudia necesariamente las luchas sociales per se; repudia sobre todo aquellas que han encontrado un espacio en el sistema, por marginal o parcial que sea ¡ªsistema del que ellos se sienten excluidos y del que reniegan fundando nuevos reinos a los que pertenecer y prosperar¡ª.
Lejos de despreciar la identidad ultra como una anomal¨ªa abominable, esta debe ser atendida y entendida. Es necesario preguntarse qui¨¦nes son aquellos que desequilibran la balanza en este 44,1%. De d¨®nde nacen sus ideas, de d¨®nde sus miedos. Qu¨¦ discurso replican, a cu¨¢l responden. Qu¨¦ est¨¦tica les arropa. Desarticular el discurso ultra no pasa por librar una guerra de superficies, sino por subvertir la l¨®gica en la que este se apoya para existir. No negar la existencia del adversario, sino reconocerlo para oponerse a su avance. Es decir: convertir la negaci¨®n en inc¨®gnita. Despejar la X que tacha el rostro desconocido y ver qu¨¦ queda, qu¨¦ puede aparecer.
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