?balos y el 15-M
Da hasta pudor tener que explicarlo: el v¨ªnculo entre la ciudadan¨ªa y nuestros representantes p¨²blicos se basa en la rendici¨®n de cuentas, y el precio debe ser mayor seg¨²n el grado del quebranto moral producido
Las firmes palabras de Mar¨ªa Jes¨²s Montero se?al¨¢ndole el camino de salida a ?balos (¡°yo s¨¦ lo que yo har¨ªa¡±, dijo la ministra) producen, en cierto modo, una sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu. No hace tanto, la absoluta falta de ejemplaridad de nuestros representantes, sus conductas poco ¨¦ticas y su dificultad para asumir responsabilidad pol¨ªtica alguna nutrieron aquel diagn¨®stico en forma de vendaval que llamamos ...
Las firmes palabras de Mar¨ªa Jes¨²s Montero se?al¨¢ndole el camino de salida a ?balos (¡°yo s¨¦ lo que yo har¨ªa¡±, dijo la ministra) producen, en cierto modo, una sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu. No hace tanto, la absoluta falta de ejemplaridad de nuestros representantes, sus conductas poco ¨¦ticas y su dificultad para asumir responsabilidad pol¨ªtica alguna nutrieron aquel diagn¨®stico en forma de vendaval que llamamos 15-M y que abri¨® a S¨¢nchez las puertas de la Moncloa. ?Recuerdan toda aquella indignaci¨®n? Fue el tiempo de la abdicaci¨®n de Juan Carlos, de la sentencia de la G¨¹rtel, de B¨¢rcenas y el final abrupto de la carrera pol¨ªtica de un Rajoy que, fiel a su envaramiento decimon¨®nico, no quiso hacer nada con todo aquel cinismo que posibilit¨® el aznarato.
?Recuerdan a aquellos pol¨ªticos que se apresuraban a escudarse en la ¡°sentencia firme¡± para no dimitir? Y es que no aprendemos. Hace ya tiempo, Javier Pradera reflexionaba en este mismo peri¨®dico sobre la comparecencia que, en febrero de 1990, protagoniz¨® el entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, en el Congreso, blandiendo amenazante el infantil ¡°?y t¨² m¨¢s!¡± para desviar las acusaciones por tr¨¢fico de influencias dirigidas contra su hermano. Contaba Pradera c¨®mo ¡°entre las risotadas de sus compa?eros de grupo¡±, Guerra opt¨® por ¡°sostener la teor¨ªa seg¨²n la cual los gobernantes no deben ocuparse de los casos de corrupci¨®n hasta que los tribunales establezcan las responsabilidades penales de los imputados mediante sentencia firme¡±. Lo explicaba m¨¢s tarde Fernando Vallesp¨ªn comentando al propio Pradera: eso que llamamos responsabilidad pol¨ªtica ¡°es una rara avis en la cultura pol¨ªtica espa?ola¡±. Da hasta pudor tener que explicarlo: el v¨ªnculo entre la ciudadan¨ªa y nuestros representantes p¨²blicos se basa en la rendici¨®n de cuentas, y el precio debe ser mayor seg¨²n el grado del quebranto moral producido. Aprovecharse de una situaci¨®n de privilegio para enriquecerse durante una pandemia deja pocas dudas sobre el nivel de gravedad del caso Koldo, la sombra en forma de aizkolari que acompa?aba al exministro de Fomento a todas partes. En fin, ?balos ha tardado ya en entregar su acta, pero no es su cabeza, o no solo, lo que est¨¢ en juego, sino todo nuestro capital pol¨ªtico: el de la ciudadan¨ªa.
Fueron las izquierdas, sobre todo, las que quienes, subidas a la ola del 15-M, hablaron de una mayor ¨¦tica p¨²blica para los casos de venalidad pol¨ªtica, de tolerancia cero hacia su hist¨®rica banalizaci¨®n, esas ¡°risotadas¡± que describ¨ªa Pradera y que tambi¨¦n escuchamos con los famosos trajes de Francisco Camps. Habl¨¢bamos entonces de la elevaci¨®n del list¨®n de las normas deontol¨®gicas que deb¨ªan aplicarse a la llegada, la permanencia y la salida de la pol¨ªtica: c¨®mo se acced¨ªa a ella, c¨®mo todos se eternizaban en su desempe?o y c¨®mo se preparaba el camino de intereses para asegurarse una buena salida. Es una cuesti¨®n de primer orden que afecta a nuestros sistemas democr¨¢ticos, y por eso es inevitable acordarse del exministro Alberto Garz¨®n y de c¨®mo ha presentado como una especie de acto heroico su renuncia a incorporarse a la consultora del tambi¨¦n exministro Jos¨¦ Blanco. Aprovecharse inmediatamente de la experiencia y los contactos adquiridos en un cargo p¨²blico al regresar a la sociedad se defini¨® durante el 15-M como corrupci¨®n blanca. Pero el problema, dec¨ªa, es nuestro. ?D¨®nde queda nuestra exigencia ¨¦tica? ?Por qu¨¦ no reflexionamos honestamente sobre el reflejo convexo que nos devuelve la pol¨ªtica? Quiz¨¢ sea por el miedo a entender de veras por qu¨¦ no nos escandalizan todas estas cosas.