Francia nos hace espa?oles
En las relaciones con nuestros vecinos, Espa?a ha dirigido su indiferencia hacia Portugal y su antipat¨ªa hacia los franceses
En M¨¦xico un gabacho es un estadounidense blanco. En Espa?a son gabachos todos los franceses. Y en Arag¨®n, desde que lucharon contra ellos en la Guerra de la Independencia y los derrotaron por la v¨ªa de la tunda, ser un gabacho es ser cobarde. Es solo una muestra de los muchos adjetivos con los que desde un lado de la frontera se denigra al lado opuesto. Normal que la Virgen del Pilar dijera que no quer¨ªa ser francesa.
Los gentilicios suelen salir de los propios grupos a los que dan nombre, pero tambi¨¦n hay adjetivos de vinculaci¨®n geogr¨¢fica que provienen de una etiqueta concedida ajenamente. La palabra espa?ol, por ejemplo, es francesa. Fueron nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos los que nos empezaron a llamar as¨ª: el gentilicio espa?ol no es castellano sino provenzal, venido de una forma latina tard¨ªa, hispaniolus, que toma el punto de partida de la Hispania romana para a?adir un sufijo olus que es escaso en las lenguas de la pen¨ªnsula y que, por eso, avisa de su car¨¢cter for¨¢neo.
A cambio del neutro adjetivo espa?ol, los espa?oles les concedimos a los franceses, al menos desde el siglo XVI, el apelativo de gabachos. En puridad, le dimos un significado nuevo a una palabra despectiva que ya se usaba entre nuestros vecinos: en occitano, lengua del sur de Francia, gavach era el nombre que se daba a los monta?eses, tenidos por palurdos. El adjetivo fue sacado de la palabra que daba nombre al buche de las aves: muchos de esos monta?eses estaban desfigurados por la falta de yodo en su zona, que les provocaba la hinchaz¨®n del cuello propia de la enfermedad del bocio.
En las relaciones con nuestros pa¨ªses adyacentes, Espa?a ha dirigido su indiferencia hacia Portugal y su antipat¨ªa hacia Francia. La rivalidad hist¨®rica ha ido renovando su argumentario de reproches: en el siglo XIX se levantaba sobre el hecho no menor de que los franceses nos hab¨ªan invadido el pa¨ªs; hoy, cuando apenas recordamos de esa Guerra de la Independencia m¨¢s que el ¡°pase mis¨ª, pase mis¨¢¡± que cant¨¢bamos de cr¨ªos en las plazas (sin saber que nos est¨¢bamos burlando del passe, monsieur de la soldadesca francesa), los espa?oles traen a colaci¨®n afrentas infames o rid¨ªculas: que si nos tiran un cami¨®n lleno de fruta, que si nos dan solo two points en Eurovisi¨®n... La francofobia no es exclusivamente hisp¨¢nica: dir¨¦ en nuestro descargo que los ingleses siguen dolidos todav¨ªa por la derrota a manos normandas en Hastings y que cuando los estadounidenses se enfadan con las decisiones geopol¨ªticas de Francia, sacan a relucir que lo de Normand¨ªa tuvieron que hacerlo por la falta de arresto galo.
Pero a Francia lo que es de Francia: el pa¨ªs que se presentaba ayer henchido ante el mundo es el Estado que, antes de que saltasen sus deportistas al suelo de los estadios, ya llevaba siglos apunt¨¢ndose victorias y col¨¢ndonos goles colosales a los europeos y al mundo. Francia es el pa¨ªs que nos ha convencido de la existencia de la francofon¨ªa, una comunidad supranacional basada en el uso de la lengua francesa en territorios excoloniales que se ha gestionado sin complejos, con presupuesto ingente y eficacia diplom¨¢tica. Francia es el Estado republicano que nos trajo a Espa?a las tres flores de lis de los Borbones; el franc¨¦s es la lengua que nos ense?¨® los adjetivos naif y pitimin¨ª y que nos hizo tildar como agudos los apelativos pap¨¢, mam¨¢, que en nuestras casas, hasta el siglo XVIII, no fueron otra cosa que los castizos y llanos papa y mama. Francia muestra la perfecta compatibilidad de ser el pa¨ªs que ha exportado el cartesianismo junto con la vaga expresi¨®n je ne sais quoi, ambos convertidos en una identidad que postula el orden sin molestarse en detallarlo, como har¨ªan los alemanes. La grandeur de la France se sostiene sobre estereotipos que pueden sernos indigestos pero que los hacen ganadores.
No conviene olvidar, por otro lado, que casi todo lo que pasa en Europa empieza ocurriendo en Francia. El pa¨ªs por el que ayer paseaba la antorcha ol¨ªmpica es la naci¨®n donde han comenzado todos los retos europeos: el Estado que invent¨® la palabra ¨¦lite es el mismo que puso en circulaci¨®n la voz comuna. Francesa fue la sociedad que vio nacer la gauche-divine y que acu?¨® el lema so?ado de una Europa que destru¨ªa el Antiguo R¨¦gimen en busca de egalit¨¦ y fraternit¨¦, y franceses fueron los votantes que aprovecharon la libert¨¦ para hacer que la ultraderecha fuera avanzando en votos y en conexi¨®n discursiva con el electorado. Francia muestra tambi¨¦n las contradicciones de la inclusi¨®n: eran franceses quienes desarrollaron el Braille y el implante coclear que ayudan a la inclusi¨®n de personas ciegas y sordas, respectivamente, y franceses son los que nos han hecho conocer el significado segregador de la vida en la banlieue y el racismo que implica la expresi¨®n pied-noir.
Sospecho que a este lado de los Pirineos vamos a celebrar todas y cada una de las derrotas que sufran los anfitriones en sus Juegos Ol¨ªmpicos. Que fueran los franceses quienes nos hicieron espa?oles por la v¨ªa del gentilicio nos da derecho a contestar al ¡°Allons, enfants de la patrie¡± con la coplilla aquella de ¡°Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones¡±. Al fin y al cabo, no hay nada m¨¢s espa?ol y vern¨¢culo que enfadarse por deberle algo a Francia.
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