Venezuela: esta pel¨ªcula ya la he visto
La gran bufonada es aparentar creer que existe en el pa¨ªs un Estado de derecho, donde ha ocurrido una anomal¨ªa electoral que puede subsanarse por sus propios mecanismos
La infeliz definici¨®n de rep¨²blica bananera que tanto ha agobiado la historia de Am¨¦rica Latina parte de dos elementos: el golpe de Estado, a veces incruento y a veces sangriento, pero siempre con matices bufos; y el fraude electoral, a veces sutil hasta volverlo cre¨ªble, y las m¨¢s, tan burdo que es imposible ocultarlo.
El viejo Anastasio Somoza mand¨® en 1947 a secuestrar las urnas electorales que fueron encerradas en los s¨®tanos del Palacio Nacional, hasta que sus jueces electorales publicaron los resultados que ¨¦l mismo hab¨ªa elaborado, l¨¢piz en mano. Para consumar los fraudes vale po...
La infeliz definici¨®n de rep¨²blica bananera que tanto ha agobiado la historia de Am¨¦rica Latina parte de dos elementos: el golpe de Estado, a veces incruento y a veces sangriento, pero siempre con matices bufos; y el fraude electoral, a veces sutil hasta volverlo cre¨ªble, y las m¨¢s, tan burdo que es imposible ocultarlo.
El viejo Anastasio Somoza mand¨® en 1947 a secuestrar las urnas electorales que fueron encerradas en los s¨®tanos del Palacio Nacional, hasta que sus jueces electorales publicaron los resultados que ¨¦l mismo hab¨ªa elaborado, l¨¢piz en mano. Para consumar los fraudes vale poco que haya o no sistemas sofisticados para contar los votos, biom¨¦tricos o no biom¨¦tricos.
En 1988, Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas arras¨® en las elecciones presidenciales como candidato disidente salido de la costilla izquierda del viejo y sempiterno PRI. Reci¨¦n pasadas esas elecciones, Cuauht¨¦moc me mostr¨® en M¨¦xico las hojas de computaci¨®n que mostraban c¨®mo iba ganando en todas las mesas. De pronto, ¡°se apag¨® el sistema¡±, controlado por el PRI, y cuando fue echado a andar de nuevo, aparec¨ªa perdiendo en todas las mesas. Del fraude a punta de pistola se hab¨ªa pasado al fraude electr¨®nico.
El ¨²ltimo de los escenarios bufos, las elecciones de Venezuela, nos devuelven a los cl¨¢sicos tiempos de las rep¨²blicas bananeras en tierra caliente, una puesta en escena que parece salida de la pluma de don Ram¨®n del Valle Incl¨¢n, experto en dictadores de esperpento, no en balde cre¨® el prototipo de Tirano Banderas.
La representaci¨®n se abre con una colorida escena: Maduro, que ha mandado a su Consejo Nacional Electoral que lo declare ganador de las elecciones que perdi¨® tres a uno, se presenta delante de su Corte Suprema de Justicia a interponer un recurso de ?queja?, y los magistrados lo reciben en sesi¨®n solemne, todos elegantemente togados, mientras en su Asamblea Nacional sus diputados reclaman c¨¢rcel para el candidato despojado del triunfo, su Guardia Bolivariana reprime en las calles las protestas contra el fraude, y su ministro de Defensa aparece en la televisi¨®n en traje de campa?a denunciando que todo es una maniobra vil del imperialismo.
Maduro recurre a sus magistrados judiciales para que certifiquen el triunfo de Maduro, regalado por los magistrados electorales de Maduro y defendido por el ej¨¦rcito de Maduro, mientras la polic¨ªa de Maduro reprime a los adversarios de Maduro. Una escena que se puede coronar con un epigrama de Ernesto Cardenal: ¡°Somoza develiza la estatua de Somoza en el estadio Somoza¡±.
Lo bufo es una falsificaci¨®n grotesca de la verdad, y su expresi¨®n mayor es el esperpento. La gran bufonada en la situaci¨®n de Venezuela es aparentar creer que existe all¨ª un Estado de derecho, donde ha ocurrido una anomal¨ªa electoral que puede ser subsanada de acuerdo con los mecanismos que el Estado mismo de derecho prev¨¦: apelaciones legales, procedimientos de revisi¨®n, recursos constitucionales. Y que Maduro, que orden¨® consumar el fraude, va a someterse al fallo adverso de unos jueces serios e independientes que echar¨¢n atr¨¢s la expedita maquinaria del enga?o, proclamado ganador antes a¨²n de que los votos falsos terminaran de ser ¡°contados¡±.
En Venezuela, lejos de un Estado de derecho, lo que hay es una dictadura que desde hace tiempo decidi¨® no dejar arrebatarse el poder, amenazando con un ba?o de sangre, aunque el voto popular as¨ª lo decidiera, como lo decidi¨®. Un r¨¦gimen que naci¨® bajo una concepci¨®n mesi¨¢nica ya obsoleta, la revoluci¨®n bolivariana ante todo y por sobre todo. Las elecciones son ¨²tiles mientras puedan ganarlas, y juegan a la democracia mientras puedan hacerlo con alevos¨ªa y ventaja. Esta pel¨ªcula yo ya la he visto.
Cuando el combustible revolucionario se agota, se malgasta o se malversa, o se falsifica, y los votos necesarios para ganar ya no ajustan, porque los sue?os se convierten para la gente en pesadillas, y esos votos ya no pueden ser contados de manera transparente, las m¨¢quinas sofisticadas se vuelven un estorbo, pero eso no impide el fraude. No se puede perder. Entonces hay que echar mano de la pistola, o del apag¨®n. Hacer que se caiga el sistema.
Los fraudes electorales no son ni de izquierda ni de derecha. Son fraudes. Una izquierda que se hace de la vista gorda sobre los fraudes, o los justifica, o los apoya, porque quien lo consuma es de izquierda, no tendr¨¢ ning¨²n respaldo moral para denunciar fraudes cuando la derecha los haga contra la izquierda. Y una izquierda que respalda dictaduras, y encima fraudulenta, se ha quedado en harapos.
De que los fraudes no tienen ideolog¨ªa, ha dado las mejores lecciones en estos d¨ªas el presidente de Chile, Gabriel Boric. El respeto de la voluntad popular se inscribe dentro de la defensa de los derechos humanos fundamentales, m¨¢s all¨¢ de doctrinas caducadas que mandan el silencio o la abstenci¨®n para no violentar la autodeterminaci¨®n de los pueblos. Que consiste, precisamente, en el respeto a la voluntad de esos pueblos.
Y el pueblo de Venezuela clama hoy por el respeto a su voluntad burlada.