Las chicas del campo
Poco a poco, las aguas de la cancelaci¨®n se han ido calmando para abrir paso a esa asunci¨®n m¨¢s madura que nos recuerda que los seres humanos son ¡®matrioshkas¡¯ que ocultan imperfecciones en cada nivel
Si algo es imbatible en la lectura de un libro es la particular ley f¨ªsica por la cual dos intimidades se relacionan sin que ninguna de ellas dos pierda su cualidad de ¨ªntima y privada. Este fen¨®meno espectacular, que no puede alcanzarse en las relaciones personales, se produce durante la lectura de una manera natural. Quiz¨¢ esta sea la raz¨®n por la que durante tanto tiempo se ha considerado la afici¨®n a la lectura algo que perseguir y extinguir. Al d¨ªa de hoy, cuando uno visita pa¨ªses en los que la lectura est¨¢ restringida a tres o cuatro t¨ªtulos y todos ellos de car¨¢cter religioso, nos recorre un escalofr¨ªo que seguramente nos retrotrae a la tragedia de nuestros bisabuelos. Pero no hace falta ir tan lejos para encontrar c¨®mo la lectura va perdiendo afecto, destrozada por un panorama de entrometimiento visual port¨¢til abominable. Una especie de ruido perpetuo en el que no cabe esa pausa para la introspecci¨®n. Por todo ello, cuando oigo esas invitaciones a disociar la biograf¨ªa de un autor de su propia obra, tiendo a pensar que por buena que sea la intenci¨®n es algo tan imposible como renunciar al contenido de una parte de tu cerebro. Es cierto que vivimos en un tiempo en que el conocimiento de la vida privada de los otros es asombroso, pero tendremos que asumirlo como una invitaci¨®n a la tolerancia m¨¢s que al martirio.
En el caso de Alice Munro no parece que las condiciones de la lectura de sus cuentos vaya a ser perjudicada por la revelaci¨®n del caso de su hija, sometida a abusos por el padrastro bajo ese silencio culpable de la autora. Si acaso, la hondura turbia de sus relatos ser¨¢ m¨¢s desasosegante y sucia si cabe. Poco a poco las aguas de la cancelaci¨®n se han ido calmando para abrir paso a esa asunci¨®n m¨¢s madura que nos recuerda que los seres humanos son matrioshkas que ocultan imperfecciones en cada nivel y en algunos casos, los peores, rozan la pura abyecci¨®n. Estos d¨ªas de verano ha muerto a sus 93 a?os la autora irlandesa Edna O¡¯Brien. Cuando le¨ª su trilog¨ªa de novelas agrupadas bajo el t¨ªtulo de Country Girls no solo te enamoraba su talento, sino intuir que tras sus retratos se desarrollaba un fresco personal e intransferible. De nuevo esas dos intimidades, la del lector y el autor, se enlazaban para alcanzar el deslumbramiento.
Si algo sorprende de la obra cumbre de Edna O¡¯Brien es que en Espa?a no fuera conocida por todos. Los paralelismos entre Irlanda y nuestro pa¨ªs son evidentes. Bajo una r¨ªgida estructura familiar y la perpetua vigilancia vecinal, la religi¨®n se mantuvo como inquisidora de las conductas externas pese a las fricciones inevitables con respecto a la libertad y, sobre todo, a la dignidad de la mujer. Las vivencias que relataba la autora irlandesa ten¨ªan que ver con las aspiraciones, el deseo, la ansiedad y la b¨²squeda de una cierta plenitud femenina en tiempos de castraci¨®n vital. Su escritura l¨ªmpida, en Irlanda escriben bien hasta los jueces, y ese car¨¢cter felino para no despojar a las protagonistas de sus defectos, de sus caprichos, de sus contradicciones, por m¨¢s que sean v¨ªctimas heroicas, hacen de sus tres novelas un ejemplo fresco de c¨®mo andar por el mundo, de c¨®mo leerlo, de c¨®mo contarlo. Ah¨ª, en esa sacudida art¨ªstica, donde no cabe el juicio superior, ni el linchamiento ni el dogma, es donde se establece la maravilla del arte literario. Lejos de templos y pat¨ªbulos, en la fusi¨®n de dos intimidades libres, la del lector y el autor.
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