Nos han violado porque s¨ª
Lo que saca a relucir el juicio de Gis¨¨le es aterrador: no hay muchas cosas que permitan distinguir a un violador de otros hombres. ?En qu¨¦ consisten esas ¡°no muchas cosas¡±? ?Qui¨¦n va a querer responder a la pregunta?
Hemos presenciado muchos gestos excepcionales en este verano ol¨ªmpico; hemos celebrado el valor, la fuerza y la capacidad de sobrepasar los propios l¨ªmites.
?Qu¨¦ es una haza?a? Es ¡°una acci¨®n espl¨¦ndida y heroica¡±, una proeza. C¨®mo nos gusta presenciarlas, verlas.
Hoy, una mujer est¨¢ a punto de lograr una haza?a. Tiene una fuerza inimaginable. Un valor sin igual. No lleva ninguna bandera, o las lleva todas. No la recompensar¨¢n con ninguna medalla: debemos conformarnos con que se la escuche. Es ella quien nos observa. Nos invita a asomarnos a un abismo en el que no ha ca¨ªdo, a zambullirnos en ¨¦l, con ella. Se llama Gis¨¨le. Si no escribo su apellido es porque no es suyo, sino del que fue su marido, que se convirti¨® en verdugo.
Gis¨¨le posee una sabidur¨ªa terrible y monumental; encarna el fin de una ilusi¨®n a la que seguimos aferr¨¢ndonos. Confirma el fin de un mito que tiene todo el aspecto de una negaci¨®n colectiva: el mito del monstruo.
Ese monstruo tan familiar que ocupa el centro de tantos cuentos, series, pel¨ªculas y relatos. Estamos hartas de estas historias que nos han formado y nos han educado. Hemos crecido rodeadas de monstruos de una intensa fotogenia. Todas esas historias sobre asesinos y violadores en serie extraordinariamente astutos, siempre interpretados por actores carism¨¢ticos, mientras que sus presas son siempre intercambiables: unos cuerpos inertes, incapaces de defenderse, mujeres que tiemblan, que suplican en vano a un Barba Azul, un Dr¨¢cula, un asesino. Sacrificadas con un sufrimiento sexualizado, vestidas con un atuendo transparente que el monstruo les arranca. A los ni?os se les cuenta la historia de la Bella Durmiente, sumida en un sue?o durante cien a?os hasta que la despierta un pr¨ªncipe, en espera de que ¨¦l le confirme que est¨¢ viva. ?l es el due?o del consentimiento, que ella no puede dar porque est¨¢ dormida. Y, mientras ella est¨¢ inconsciente, ¡°¨¦l la lleva a un lecho en el que recoge los dulces frutos del amor¡±.
Una sociedad se define y se construye por los relatos que prefiere, por las historias a las que da prioridad. Aunque la ficci¨®n no es la ¨²nica responsable de lo que ocurre en nuestra sociedad, es un reflejo tan terriblemente fiel de ella que deber¨ªa poner en tela de juicio lo que tanto le gusta contarnos, una y otra vez.
¡°Monstruo¡± es sin¨®nimo de ¡°incre¨ªble¡± y ¡°extraordinario¡±. ?Monstruos, estos cincuenta y un acusados? Todo lo contrario, son unos seres humanos mediocres, estos hombres frente a los que Gis¨¨le ha decidido sentarse, para poder mirarlos directamente a los ojos. Tienen la banal vacuidad de la gente corriente; son esos vecinos, amigos o colegas de los que nadie podr¨ªa sospechar, padres encantadores, ejecutivos, bomberos, profesores, obreros, artesanos o periodistas, jubilados o treinta?eros, de izquierdas, de derechas, simp¨¢ticos, serviciales, van a buscar a su hijo al colegio y friegan los platos antes de ponerse a navegar por la red y registrarse en un foro que ofrece la posibilidad de violar a una mujer sedada y comatosa.
Por supuesto que da miedo escuchar a Gis¨¨le. Lo que saca a relucir es aterrador: no hay muchas cosas que permitan distinguir a un violador de otros hombres. ?En qu¨¦ consisten esas ¡°no muchas cosas¡±? ?Qui¨¦n va a querer responder a la pregunta? ?Qui¨¦n se va a atrever?
No todos los hombres son violadores, pero da la impresi¨®n de que cualquiera puede serlo. El juicio de Mazan es llamativo por el n¨²mero de acusados, pero hay que dejar de decir que este caso es de una naturaleza ¡°especial¡± y un suceso ¡°fuera de lo normal¡±. Este caso es el espejo de aumento de todas las violaciones conyugales, un delito del que se oye hablar muy poco, apenas reconocido. Este caso es el espejo que muestra la imagen distorsionada de la pareja. Y por eso plantea varias cuestiones fundamentales.
Para algunas personas, una violaci¨®n significa un asalto en un callej¨®n oscuro a manos de un desconocido que te arranca la ropa y te amenaza con un arma. Esas violaciones ocurren. ?Pero qu¨¦ nombre dar al acto sexual sin el consentimiento de la mujer, que se produce en su propio dormitorio, despu¨¦s de haber acostado a los ni?os, c¨®mo va a decir que, por supuesto, se meti¨® en el lecho conyugal por su propia voluntad y quiz¨¢ incluso que estaba desnuda, c¨®mo explicar que dijo que no o quiz¨¢ incluso que no lo dijo pero que todo su cuerpo lo dec¨ªa, c¨®mo contar que no se resisti¨® ni se defendi¨® porque de qu¨¦ manera iba a defenderse de su marido, de su pareja? A veces el violador tiene la llave. De la casa, el dormitorio, la intimidad, la psique, el amor y la relaci¨®n.
En los dormitorios no hay c¨¢maras de vigilancia. Es la palabra de ella contra la de ¨¦l. Si no hubiera habido pruebas tangibles, si no hubiera habido esos miles de v¨ªdeos terribles en el ordenador del marido de Gis¨¨le, ?qui¨¦n se habr¨ªa cre¨ªdo esta historia?
No hace falta apuntar a culturas que consideramos medievales. Vivimos en un pa¨ªs donde el cuerpo de una esposa no es m¨¢s que una mercanc¨ªa que se intercambia en la red, que se ofrece a otros hombres, un regalo selecto, un pedazo de carne, un objeto. En los art¨ªculos sobre el juicio leemos que Gis¨¨le se mantiene digna. ?Pero por qu¨¦ no iba a ser as¨ª? La indignidad es a lo que est¨¢ plantando cara.
La violaci¨®n es terriblemente democr¨¢tica: cualquiera puede ser v¨ªctima. Detr¨¢s de Gis¨¨le espera una multitud, llena de historias olvidadas, archivadas, negadas, guardadas sin m¨¢s. Una monta?a de relatos de v¨ªctimas que siempre dicen lo mismo. Son tan similares que da v¨¦rtigo, pero el empe?o de nuestra sociedad en que no quede ni una palabra ni un rastro de esos testimonios es nauseabunda.
?Esta? Tard¨® en hablar: ?veinte a?os, en serio? ?Esa? Llevaba una camiseta que dejaba la cintura al aire. Demasiado desnuda, poco fiable. ?Esta otra? Llevaba velo. Demasiado vestida, poco fiable. Aquella ten¨ªa 14 a?os, ?d¨®nde estaban sus padres? Aquella otra de m¨¢s all¨¢ ten¨ªa 39 a?os, ?qu¨¦ hac¨ªa con unos jugadores de rugby de 21? ?Hab¨ªa aceptado que la invitaran a tomar una copa? Nadie da una bebida gratis. No, no, hija m¨ªa, nada de ir a bailar.
?Una mujer asesinada por su marido? Ten¨ªa un ¡°car¨¢cter asfixiante¡±, su se?or¨ªa. Era controladora. ?Y esa otra? Era ¡°frustrante¡±, no se prestaba a todos los actos sexuales.
Todas poco fiables, todas bajo sospecha. Todas investigadas, incluso despu¨¦s de muertas. Todas obligadas a demostrar que son ¡°cre¨ªbles¡±.
Unas provocadoras, que encienden el fuego en el que perecer¨¢n. Qu¨¦ ensayado tienen este mon¨®logo los agresores, qu¨¦ bien lo conocemos, qu¨¦ bien lo conozco, qu¨¦ bien lo conoces t¨², con todos los ¡°motivos¡± de sus acciones, las excusas, las explicaciones.
Hemos experimentado y sufrido esta inversi¨®n de responsabilidades.
Nos han violado porque s¨ª.
Y nos han educado para escuchar y entender todas las razones por las que nos han roto y nos han arruinado. Nos han entrenado para complacer, satisfacer, agradar. Pero no lo suficiente.
En la pel¨ªcula La noche del crimen, el polic¨ªa que investiga el feminicidio pronuncia estas sencillas e inolvidables palabras: ¡°Hay algo que no cuadra entre hombres y mujeres¡±. Esta frase tiene la modestia de un comienzo. Quiere empezar desde cero. Vamos a tener que afrontar ese ¡°algo¡± sin reservas. ?Por d¨®nde vamos a empezar a desmontarlo?
Gis¨¨le ha sido v¨ªctima de un proyecto de destrucci¨®n dirigido por un hombre, su marido, que no dej¨® nada al azar; un sistema pensado y organizado hasta el m¨¢s m¨ªnimo detalle. Ha vivido un calvario, pero no la convirtamos en m¨¢rtir, en uno de esos iconos mudos con la mirada baja a los que nos gusta ensalzar y compadecer, precisamente porque permanecen mudos. Con su negativa a esconderse, Gis¨¨le exige que miremos, leamos y escuchemos. Es lo m¨ªnimo.
Que no haya ni un minuto m¨¢s de silencio por las v¨ªctimas de la violencia sexual. Que el homenaje a las muertas y el apoyo a las violadas se conviertan en un enorme estruendo, un caos inolvidable y duradero. Una obsesi¨®n.
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