Calamitoso mundo

Los pobres asustan. De ah¨ª que evitemos su proximidad. Se nos aparecen en las aceras, sentados sobre el meado de los perros, tras un cartel que dice: ¡°No he comido¡±, o ¡°Tengo tres hijos¡±, o ¡°Estoy loco¡±. Colocan en el suelo un vasito de pl¨¢stico con dos tristes monedas de 20 c¨¦ntimos, de modo que cuando alguien les echa un euro no se lo creen, no pueden cre¨¦rselo porque no es normal que alguien les eche un euro. A un pobre le arreglas el d¨ªa con un billete de cinco. Pero no cae esa magia econ¨®mica en el vaso. El pobre, en su aburrimiento, recuerda los d¨ªas en los que perteneci¨® a la clase media, o casi. Recuerda el escal¨®n moral o econ¨®mico o familiar en el que tropez¨® para precipitarse en la mendicidad. Para desplomarse, m¨¢s bien, como un cuerpo atra¨ªdo por una fuerza magn¨¦tica irresistible que se llama capitalismo salvaje, ultraliberalismo, atraco a mano armada, como ustedes prefieran. Si pasas cerca de sus bordes, te atrapa, te chupa, te absorbe y ah¨ª te quedas, en medio de la Gran V¨ªa de cualquier ciudad, con tu caja de cart¨®n para dormir y tu vasito de pl¨¢stico para las monedas de 20 c¨¦ntimos, pregunt¨¢ndote d¨®nde har¨¢s hoy tus necesidades cuando los intestinos aprieten.

Entre tanto, intentas evocar la primera vez que escribiste el cartel de ¡°No he desayunado¡±, o de ¡°Tengo un beb¨¦ y un perro¡±. Cuanto m¨¢s dram¨¢tico es el cartel, m¨¢s p¨¢nico da a la gente echar una limosna. Temen que el escal¨®n fatal se encuentre cerca de ese vaso. A los pobres os falta m¨¢rquetin, de ah¨ª vuestros disuasorios esl¨®ganes.

En fin, solo deciros, desde unas p¨¢ginas que no leer¨¦is, porque us¨¢is el peri¨®dico, con toda la raz¨®n, para limpiaros el culo, que os amo, querid¨ªsimos pobres, y que me produc¨ªs una l¨¢stima solo semejante a la que siento por m¨ª al comprobar mi incapacidad para arreglar los males de este mundo, de este mundo calamitoso, Dios m¨ªo, en el que, sin embargo, ha sido posible la existencia de Caravaggio.