La desnudez existencial
Todas las creaciones humanas son en realidad fr¨¢giles pasarelas sobre el abismo, que nos han legado los muertos y que consiguen comunicarnos un cierto aliento de eternidad
El mito del Para¨ªso nos indica que la conciencia es conciencia de la desnudez. Superficialmente se podr¨ªa pensar que lo que de pronto emergi¨® en el Ed¨¦n fue la conciencia moral, que ver¨ªa la desnudez como una mancha o una obscenidad, pero uno cree que esa desnudez f¨ªsica de Ad¨¢n y Eva junto al manzano es la met¨¢fora de la desnudez existencial y de la fragilidad que esa desnudez produce. Estamos solos bajo el hondo cielo; era la obsesi¨®n de Kierkegaard: la soledad en mitad de las inmensas conglomeraciones de vac¨ªo y de materia. Eso es lo que de pronto sienten Ad¨¢n y Eva.
La desnudez existencial solo se percibe desde la conciencia. Ad¨¢n y Eva se sienten inmensamente desnudos bajo las estrellas en el momento en el que surge en ellos la conciencia de ser. En el mito b¨ªblico, es la mujer la que provoca el advenimiento de la conciencia, y por lo mismo el advenimiento de la humanidad, pues no concebimos al ser humano sin conciencia de su propio ser, y sin la desnudez existencial que procura esa conciencia.
Ahora huimos de las emociones y reflexiones que causa la desnudez existencial sirvi¨¦ndonos de toda suerte de juguetes y fetiches, pero ese carrusel de luces cegadoras no evita que a veces te encuentres frente a lo real, frente a la muerte. No es bueno entonces entregarse al p¨¢nico, es mejor ponerse a pensar, elevarse por encima de todas las determinaciones y sacar conclusiones generales. Es lo que solemos hacer tras una tragedia.
El futuro es incierto pero el pasado puede estudiarse, sin omitir cap¨ªtulos. La verdadera conciencia siempre aspira a la verdad en toda su extensi¨®n, pens¨¦ mientras estaban enterrando a mi madre. Tras el entierro de una madre sales del cementerio gravitando en lo inconcreto, como si sintieses que no hay asideros. Sabes que tus pasos est¨¢n contados: la conciencia que te engendr¨® es ya una dimensi¨®n perdida y recuerdas a Kierkegaard cuando dec¨ªa: ¡°?Si el ser humano no tuviera verdadera conciencia de eternidad, si en el fondo de todas las cosas no hubiera m¨¢s que una fuerza salvaje, bullendo y produci¨¦ndolo todo, lo grande y lo f¨²til, en un remolino de oscuras pasiones, si bajo las cosas no existiese m¨¢s que un vac¨ªo sin fondo, imposible de llenar, ?qu¨¦ ser¨ªa entonces de la vida?¡±.
La conciencia de eternidad de la que habla Kierkegaard no ser¨ªa la conciencia de una especie de infinitud celestial donde residen los gloriosos de la Divina Comedia, ni la creencia en Dios o en su eternidad, significar¨ªa m¨¢s bien tener una mirada larga en el espacio y el tiempo, y hacerse cargo de toda la aventura humana. Dicho de otra manera: si de pronto evit¨¢semos toda trascendencia y nos coloc¨¢semos en el ojo del hurac¨¢n en el que se coloca Kierkegaard, que coincidir¨ªa con el momento de m¨¢xima desnudez existencial ante la crueldad de la vida, ver¨ªamos todav¨ªa mejor el significado de las construcciones humanas y su raz¨®n de ser. A decir verdad, todas las creaciones humanas, y especialmente las del esp¨ªritu, quieren ser puentes que nos permitan sortear el remolino oscuro y el vac¨ªo imposible de llenar. En realidad son fr¨¢giles pasarelas sobre el abismo, que nos han legado los muertos y que consiguen comunicarnos un cierto aliento de eternidad, un alargamiento del espacio y del tiempo: solo eso le da profundidad a la historia, que ser¨ªa el lugar en el que moran los que se han ido.
Dos d¨ªas antes del entierro de mi madre, la comarca donde se ubica el cementerio era un torbellino de humaredas que llegaban desbocadas desde el n¨²cleo del incendio en la Sierra de la Culebra, hogar de lobos. Las llamas pasaban de un ¨¢rbol a otro a velocidades desconocidas. Buscaban las encinas, abrasaban sus copas y segu¨ªan adelante, como si les hubiesen ordenado quemar toda la tierra y no estuviese permitido perder el tiempo. Mientras me iba acostumbrando a la atm¨®sfera del duelo, recorr¨ª parte de la sierra: los ¨¢rboles carbonizados me rodeaban como f¨¦retros y en la comarca todos dec¨ªan que el fuego hab¨ªa sido provocado. Ahora el hogar de los lobos lo quieren llenar de paneles solares; el paisaje ser¨¢ muy diferente, pero la tierra devastada que me sal¨ªa al paso era la mejor para experimentar la desaparici¨®n de la que me precedi¨® en la vida.
Da igual lo que ocurra con la figura de la madre, da igual que desaparezca como postulan los desmanteladores de estructuras. Todav¨ªa es una entidad soberana vinculada a la posesi¨®n (toda madre posee de alg¨²n modo a sus hijos), pero tambi¨¦n est¨¢ ¨ªntimamente relacionada con la protecci¨®n. Su desaparici¨®n te deja sin frontera ante la infinita otredad, ante las inmensas conglomeraciones de vac¨ªo y de materia, y te obliga a experimentar esa profunda y definitiva soledad bajo las estrellas que atormentaba a Kierkegaard y que ser¨ªa la mejor representaci¨®n de la desnudez a la que me refiero. Otras cat¨¢strofes, con m¨¢s muerte y destrucci¨®n, asolan ahora el levante espa?ol. M¨¢s all¨¢ de las omisiones, las farsas y las impudicias de la pol¨ªtica, solo veo en las caras que sobrevivieron a la tragedia una desnudez existencial a¨²n m¨¢s profunda que la m¨ªa, y m¨¢s tr¨¢gica.
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