Notre Dame o la belleza
Perder el templo habr¨ªa sido una lecci¨®n demasiado dura, un infortunio excesivamente severo para el que no habr¨ªa existido ninguna reconstrucci¨®n posible ni ning¨²n consuelo
Una catedral g¨®tica, Par¨ªs y el fuego. En un mundo de novedades fungibles y pantallas, algunas verdades antiguas luchan por hacerse presentes. Y, afortunadamente, siguen venciendo. La historia tiene caprichos arriesgados, y lo que estuvo a punto de perecer por una chispa accidental ha demostrado estar todav¨ªa con vida para prolongar el pacto secreto que ya dura algunos siglos. Con la reapertura del templo, uno casi podr¨ªa imaginar a los te¨®logos medievales de la Sorbona brindando por la capacidad reconstructiva de la t¨¦cnica moderna. Y es que los humanos, cuando queremos, tambi¨¦n podemos ser buenos.
Las puertas de la catedral se abrieron para recordarnos que los vanos en los muros se hicieron para que la luz entrara. M¨¢s blanca que nunca, la piedra de Nuestra Se?ora parec¨ªa recuperar las palabras de aquel Goethe moribundo: luz, m¨¢s luz, y las paredes exhibieron una blancura renovada que casi tom¨® prestada la luminosidad del fuego. A¨²n guardamos el terror en el cuerpo de aquellos minutos fatales en los que el coraz¨®n de Lutecia ard¨ªa en llamas, record¨¢ndonos que todo lo tangible ser¨¢ pasto, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, de la polilla o del fuego. Esa hora, por fortuna, todav¨ªa no ha llegado para el templo, pero es posible que nunca nos hayamos sentido tan genuinamente europeos como cuando vimos peligrar ese antiguo patrimonio que tantos sentimos nuestro.
Notre Dame de Par¨ªs no es solo una catedral. Es, como todo lo que importa, el signo de muchas otras cosas y el kil¨®metro cero de la historia de Europa. De Viollet-le-Duc a Napole¨®n, de V¨ªctor Hugo a Maurice de Sully, y hasta Hemingway o Joan Baez, sus arcos y sus arbotantes han sido testigos de momentos luminosos o terribles, que son los hitos de los que se nutre la humanidad entera. Perder Notre Dame habr¨ªa sido una lecci¨®n demasiado dura, un infortunio excesivamente severo para el que no habr¨ªa existido ninguna reconstrucci¨®n posible ni ning¨²n consuelo. La chispa fortuita nos record¨®, sin embargo, que algunas cosas relevantes y que han perdurado desde antiguo pueden implosionar por una combusti¨®n y un mal golpe de viento. Tuvimos fortuna, y el refugio que el g¨®tico perfecto prest¨® a tantas almas seguir¨¢ sirvi¨¦ndonos de hilo invisible para poder seguir narrando nuestra historia. La reapertura de Notre Dame nos ha ense?ado dos verdades importantes. La primera, que lo que tarda siglos en construirse puede destruirse en apenas unos segundos. La segunda, y acaso la m¨¢s importante: que, digan lo que digan, la belleza existe.
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