Despreciamos la cultura. Es posible que nos gusten sus luces colaterales, su prestigio y los canap¨¦s de sus eventos. Pero la cultura nos interesa del mismo modo que lo hace una llave inglesa o una linterna: como una herramienta que nos sirve y nos es ¨²til para prop¨®sitos que a veces ni siquiera son nobles. Aspiramos a decirnos cultos, pero a cada paso intentamos someter el cine o la literatura a n...
Despreciamos la cultura. Es posible que nos gusten sus luces colaterales, su prestigio y los canap¨¦s de sus eventos. Pero la cultura nos interesa del mismo modo que lo hace una llave inglesa o una linterna: como una herramienta que nos sirve y nos es ¨²til para prop¨®sitos que a veces ni siquiera son nobles. Aspiramos a decirnos cultos, pero a cada paso intentamos someter el cine o la literatura a nuestras neurosis particulares.
Perdimos demasiado tiempo discutiendo cosas tan obvias como la relaci¨®n entre el artista y su obra, y renunciamos a custodiar la integridad esencial de las disciplinas. Tan poco nos importan los g¨¦neros art¨ªsticos que hace tiempo dejamos de hablar de libros en contextos literarios. Para prestigiar una obra, se apela siempre al lugar de enunciaci¨®n o a la posici¨®n desde la que se filma o se escribe. No es que se prime el qui¨¦n sobre el qu¨¦, es que ya s¨®lo sabemos celebrar el para qu¨¦. Lo que importa no es la calidad de la obra, sino las intenciones que declara, muchas veces de forma falaz, su promotor. Este desprop¨®sito no s¨®lo tiene consecuencias letales para la industria, sino tambi¨¦n para los propios artistas, que de verdad acaban creyendo que el per¨ªmetro de su ombligo tiene alguna trascendencia universal. Lo llaman autoficci¨®n.
Hemos convertido las artes en un gigantesco gabinete psicoanal¨ªtico donde los traumas de los creadores parecen constituir un criterio de legitimaci¨®n preferente. El dolor, el malestar y la injusticia que cada a?o se conviertan en tendencia han terminado por arrasar los criterios intelectuales que nos permit¨ªan juzgar, por ejemplo, qu¨¦ es una virtud literaria.
Someter las artes a causas exteriores es tanto como condenarlas al servilismo. Una obra no es mejor ni peor si la ha escrito una v¨ªctima, un se?or muy facha o un ni?o con paperas. La grandeza y la libertad de la mejor cultura se reivindican desde su propia autonom¨ªa. La Divina Comedia de Dante no es m¨¢s perfecta porque los g¨¹elfos blancos estuvieran en lo cierto y quienes verdaderamente aprecian el cine, el teatro o el ensayo, les conceden una dignidad suficiente como para juzgarlos dentro de sus propios par¨¢metros.
Las formas culturales deben exigir una jurisdicci¨®n propia para que la literatura se eval¨²e con criterios literarios y el cine con razones cinematogr¨¢ficas. Aquel viejo profesor de Yale estaba en lo cierto. Quienes aman la poes¨ªa no se preguntan a qu¨¦ causa sirven unos versos. Y no lo hacen porque saben que la ¨²nica causa importante para la poes¨ªa es el propio poema.