El debate | ?Es posible separar una obra del comportamiento del artista?
La forma en que vemos una novela, una pel¨ªcula, una pieza musical o una pintura a menudo queda comprometida por las revelaciones sobre la vida privada del creador. ?El arte tiene valor por s¨ª solo o hay que tener en cuenta la moral de quien lo firma?
La cultura siempre se ha encontrado con casos en los que el comportamiento privado de los artistas pone muy dif¨ªcil para el espectador valorar su trabajo. Los ¨²ltimos episodios han sido los del recientemente fallecido Alain Delon, icono del cine, pero reconocido hom¨®fobo y extremista, y la revelaci¨®n de que Alice Munro, premio Nobel de literatura fallecida en mayo, ocult¨® los abusos que sufri¨® su hija a manos de su marido.
Aportan su punto de vista sobre este asunto los escritores Carmen Domingo y Alejandro Palomas. Domingo considera que imaginar un mundo construido por personas de bien no solo resulta ingenuo, sino que puede ser ¡°nefasto para la creaci¨®n¡± porque la ¨¦tica no es garant¨ªa de calidad. Por su parte, Palomas cree que los artistas ¡°no pueden desgajarse¡± de sus obras, ni al rev¨¦s: ¡°Los artistas somos nuestra obra, nos guste o no¡±.
La ideolog¨ªa puede impedir que disfrutemos del arte
CARMEN DOMINGO
La muerte de Alain Delon y los comentarios sobre su ideolog¨ªa ¡ªvotante del Frente Nacional y declarado hom¨®fobo¡ª han abierto de nuevo el debate sobre la diferenciaci¨®n entre el artista y su obra. Si me planteara si debemos leer a Flaubert, Wilde o Baudelaire, el primero acusado por elogiar el adulterio, el segundo juzgado por su homosexualidad y el tercero, por algunos de sus poemas de Las flores del mal, seguramente dir¨ªan de m¨ª, siendo suaves, que soy una reaccionaria. La cosa cambiar¨ªa, si mi planteamiento hiciera referencia a Roman Polanski, Michael Jackson, Richard Wagner, Martin Heidegger o Pablo Ruiz Picasso. Ah¨ª seguro que encontrar¨ªa m¨¢s consenso, que abogar¨ªa por aplicarles la tan manida cultura de la cancelaci¨®n. Quiz¨¢s hago trampa: mientras los primeros no atentaron, f¨ªsicamente se entiende, contra nadie, los segundos s¨ª: antisemitismo, violencia machista¡ Pero no es menos cierto que los ¨²ltimos, en su ¨¦poca, no tuvieron la misma consideraci¨®n que analizados con ojos actuales. En definitiva, la moral de la ¨¦poca determina las formas de condena.
?Juzgamos al autor con los ojos del momento en el que vivi¨® o con ojos contempor¨¢neos? ?Aplicamos sanciones morales con car¨¢cter retroactivo? ?Debemos creer que las obras ¡ªmagistrales¡ª deben invalidarse porque su autor sea un ser despreciable? Dicho de otro modo: ?la vida del autor desautoriza su obra? Es cierto, que las relaciones entre autor y obra son estrechas, pero no lo es menos que no podamos juzgar a los creadores por sus vidas, sino por sus obras. Imaginar un mundo de la creaci¨®n construido por ¡°personas de bien¡± no solo es ingenuo, sino, dir¨ªa, incluso nefasto para la creaci¨®n. La ¨¦tica, como la ideolog¨ªa, no son garant¨ªa de calidad est¨¦tica. Ni que decir tiene que, de otro modo, tendr¨ªamos un mundo lleno de genios.
?Debemos, pues, separar la obra de su autor? ?Nos sentimos intranquilos si apreciamos, disfrutamos o valoramos la obra de alguien en las ant¨ªpodas de nuestro pensamiento? ?Vivir¨ªamos en un mundo mejor si no disfrut¨¢ramos del Guernica o si no volvi¨¦ramos a visionar alguna pel¨ªcula de Polanski o Delon? En cualquiera de esos ejemplos, las obras no pueden desligarse ni de su contexto ni de su autor. De hacerlo incluso podr¨ªamos llegar a no entenderlas. Esa interpretaci¨®n nos hace reconocer que en ese momento el mundo era racista, antisemita o sexista y era tolerable.
En pleno siglo XXI, el an¨¢lisis no se queda en lo contempor¨¢neo, sino que revisa el pasado con ojos de hoy, y una tiene la sensaci¨®n de que se quiere forzar una reescritura que ¡ªespero que de forma involuntaria¡ª nos acerca a aplicar la voluntad autoritaria que se ha criticado antes. Pero la censura y las cancelaciones ¡ªhist¨®ricamente asociadas a la derecha y que ahora surgen en sectores llam¨¦mosles progresistas¡ª no resuelven ni la violencia, ni el machismo, ni el antisemitismo, ni el racismo, ni la pedofilia.
?Podemos entonces imaginar un mundo futuro en el que estuviese sancionado socialmente o incluso fuera delito algo que hoy hacemos con regularidad? ?Ser¨ªamos nosotros despreciables en ese futuro y nuestra obra, repudiable? ?Qu¨¦ debemos hacer, pues, con esas obras realizadas por personas que no comulgan con nuestras ideas, o que han cometido delitos seg¨²n la ley actual? La respuesta a si nos acercamos a ellas o no, no puede ser solo un s¨ª o un no. Aceptemos que la identificaci¨®n de la obra con el autor jam¨¢s es completa (a veces se tiene intenci¨®n de hacer una cosa y se acaba haciendo otra, o se quiere transmitir una idea y la recepci¨®n es la contraria). Quiz¨¢s lo m¨¢s sensato ser¨ªa asumir, conocer y explicar la trayectoria de cada uno de los autores y que, sabido eso, se disfrutara sin m¨¢s de la obra. Y ahora s¨ª, asumamos que John Lennon confes¨® que pegaba a su mujer, que Lou Reed fue acusado de antisemitismo y racismo, que la relaci¨®n de Picasso con las mujeres recomendar¨ªa no tenerlo como pareja, que Hemingway no parece la mejor de las compa?¨ªas una noche de fiesta o que Alain Delon era hom¨®fobo y machista.
Llegados a este punto, y, conocedores de su vida, disfrutemos de las obras que ayudaron, de un modo u otro, a avanzar a la humanidad. Al menos yo seguir¨¦ disfrutando de un cuadro de Picasso, una novela de Hemingway y de una pel¨ªcula de Delon.
Consumir cultura desde el coraz¨®n y la cabeza
ALEJANDRO PALOMAS
Intentar¨¦ no hablar en estas l¨ªneas del caso de Alice Munro ni de su negro mapa familiar. Procurar¨¦ tambi¨¦n no hacerlo tampoco como escritor, sino como un consumidor de cultura ¡ª?deber¨ªa quiz¨¢ decir usuario?¡ª que desde hace tiempo no deja de pensar en si es conveniente separar al artista de su obra o si, por el contrario, lo que la mano crea es la extensi¨®n de la propia mano y, por tanto, de la sangre que alimenta su creaci¨®n.
Hace unos meses, un gran amigo trabaj¨® a las ¨®rdenes directas de una genio de la direcci¨®n teatral, una creadora altamente ¡°admirada y respetada¡± en la profesi¨®n. Segu¨ª el proceso de ensayos muy de cerca ¡ªpude incluso estar presente en un par de ellos¡ª y vi el infierno en el que aquel teatro se convert¨ªa bajo la batuta de una persona que dirig¨ªa ¡ªy sigue haci¨¦ndolo¡ª a base de castigar y humillar a sus actores y a su equipo, poniendo especial foco e inter¨¦s en su ayudante de direcci¨®n, mi amigo. Conozco bien a A., y bregado como est¨¢ en el manejo de caracteres dif¨ªciles (as¨ª lo expresa ¨¦l en su bondad: ¡°caracteres dif¨ªciles¡±, dijo), mantuvo la entereza y su inexplicable capacidad conciliadora durante todo el proceso hasta sacar lo mejor de aquel t¨®tem de carencias e inseguridades desbocadas que dirig¨ªa la obra.
Desde que ella entraba a la sala, la tensi¨®n era casi s¨®lida. Todo y todos ¡ªespecialmente los t¨¦cnicos¡ª depend¨ªan del indescifrable laberinto diario de cambios de humor, ataques de ira y arrepentimiento poco cre¨ªble que gobernaba el barco. La obra, cuando por fin se estren¨®, fue un ¨¦xito. Rotundo. Pr¨¢cticamente nadie sabe del fango y del sufrimiento humano sobre el que reposa la genialidad que vertebra ese espect¨¢culo. No es mi caso. A d¨ªa de hoy, soy el ¨²nico de mi entorno que no lo ha visto ni lo ver¨¢ ya. Ellos no se lo explican y yo me debato entre dos aguas: por un lado, la cabeza me dice que la informaci¨®n privada de la que dispongo sobre su directora no deber¨ªa interferir en mi disfrute de la obra; por el otro, el coraz¨®n sigue impregnado de lo que sent¨ª vi¨¦ndola brillar sobre su equipo a base de insultos, burlas y maltrato, y la llaga persiste todav¨ªa hoy.
La pregunta es: ?aplaudir la obra de una artista como ella es validar a la artista o s¨®lo a su obra? ?Podemos desligar el proceso creativo de su resultado? ?Debemos? Y si lo hacemos, ?estar¨ªamos censurando, enjuiciando? ?Qu¨¦ ganamos? ?Qu¨¦ perdemos? ¡°Los artistas¡ ya se sabe¡±.
Varios de los colegas con los que consult¨¦ mi duda me ofrecieron esta respuesta, y el que escribe ¡ªque ya no es el usuario de cultura, sino sobre todo el artista¡ª confiesa que ese paraguas de cinco palabras es nuestra propia condena y verg¨¹enza porque nos incluye en ese feo saco de ¡°lo que no vemos no existe¡±. Ser artista no exime de nada. Los hay que son personas maravillosas y otros, aut¨¦nticos monstruos ¡ªy conozco a varios¡ª, pero eso de ¡°ya se sabe¡± no puede ni debe representarnos.
Los artistas somos lo que hacemos. Somos nuestra obra, nos guste o no, queramos o no. Ah¨ª no hay elecci¨®n. Somos aquello que compartimos con quien nos lee, con quien viene a vernos al teatro, con quien disfruta de nuestros conciertos. Y ojal¨¢ no fuera as¨ª, pero el arte tiene eso, esa verdad que no puede desgajarse de quien la crea ni de quien la recibe. Hay una comuni¨®n demasiado ¨ªntima, demasiada vulnerabilidad expuesta en el acto de abrir las puertas de tu emocionalidad a otro ser humano que pide tu confianza. Porque sin confianza no hay disfrute, no hay arte.
Mi cabeza me ri?e con esa voz paternal que conozco bien y me repite el tan manido: ¡°Si todos pens¨¢ramos como t¨², no habr¨ªamos tenido a Picasso, Gauguin, Von Trier, Alice Munro y ristra de artistas ¡ªcito solo a muertos, no vaya a ser¡¡ª sin par¡±. Seguramente mi cabeza tenga raz¨®n. Aun as¨ª, desafortunadamente para aquellos grandes ¡°genios¡± de la humanidad que olvidaron plantar flores en vez de cad¨¢veres a su paso, cuando creo y consumo arte, lo hago con el plexo, buscando un atisbo de comuni¨®n sincero con la verdad del otro.
El coraz¨®n me dice que, por mucho que la garra del genio me ofrezca una obra sin igual, no deja de ser una garra y lo que yo quiero de un artista es su mano. Al final, nada hay m¨¢s genial en un artista que su generosidad. O que su bondad. De maldad andamos sobrados.
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