Siddharth Kara: ¡°Hay gente que muere y sufre todos los d¨ªas para que podamos enchufar nuestros m¨®viles y coches¡±
El investigador y escritor acaba de publicar ¡®Cobalto rojo¡¯, un libro donde invita a reflexionar sobre la explotaci¨®n que sufren cientos de miles de personas en el Congo para extraer el mineral con el que se fabrican las bater¨ªas recargables
¡°Cuando t¨² o yo vamos y compramos un tel¨¦fono inteligente, un port¨¢til o incluso un veh¨ªculo el¨¦ctrico, creyendo que estamos tomando una decisi¨®n ecol¨®gica, no pensamos que unos cuantos ni?os congoleses van a ser enterrados vivos para que disfrutemos de esta tecnolog¨ªa¡±. Siddharth Kara (Knoxville, Estados Unidos, 46 a?os), investigador y activista contra la esclavitud, intenta incomodar al consumidor del Norte global con esta afirmaci¨®n, en una entrevista por videollamada con este diario. Acaba de publicar en espa?ol Cobalto Rojo (Capit¨¢n Swing), un superventas en su versi¨®n en ingl¨¦s, donde invita a reflexionar sobre el ¡°componente¡± que hace posible que funcionen las bater¨ªas recargables. ¡°Alrededor de las tres cuartas partes del suministro mundial de cobalto se extraen en el Congo y, para ello, cientos de miles de personas, incluidos ni?os, rebuscan en la tierra para extraerlo por uno o dos d¨®lares al d¨ªa¡±, contin¨²a.
Kara ha contemplado en directo, en sus viajes a la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo (RDC) durante los ¨²ltimos a?os, c¨®mo el mineral ¡°se extrae en condiciones que violan gravemente los derechos humanos y que provocan una enorme destrucci¨®n ambiental¡±, especialmente en la regi¨®n de Katanga, en el extremo sudoriental del pa¨ªs, ¡°que posee m¨¢s reservas del cobalto que el resto del planeta junto¡±. ¡°El paisaje es de absoluta destrucci¨®n humana y ambiental, se han talado millones de ¨¢rboles para dejar espacio a los grandes asentamientos mineros, mientras poblaciones enteras son desplazadas. La tierra, el aire, el agua¡ todo ha sido contaminado con vertidos t¨®xicos que emergen de las instalaciones de procesamiento¡±, describe.
Es ¡°un nuevo cap¨ªtulo de la esclavitud¡±, exclama Kara. El Congo, recuerda, ha sufrido la desgracia de que su riqueza natural se haya convertido hist¨®ricamente en su maldici¨®n, porque siempre ha contado con el elemento clave de lo que demandaba la econom¨ªa mundial: esclavos como mano de obra para las plantaciones de Am¨¦rica y Asia, caucho para los neum¨¢ticos de los autom¨®viles, uranio para las bombas nucleares, n¨ªquel, plata, zinc, diamantes, oro y madera. Y ahora cobalto.
La carrera por este mineral, que de momento ¡°gana China¡±, le recuerda ¡°al infame saqueo del marfil y del caucho congole?os que el rey Leopoldo II [de B¨¦lgica] llev¨® a cabo durante su brutal reinado [de 1885 a 1908]¡± y en el que se estima que murieron unos 13 millones de personas, aproximadamente la mitad de la poblaci¨®n de la colonia en aquel entonces. ¡°En 1888 se invent¨® el neum¨¢tico de caucho, y Leopoldo II despleg¨® en el Congo un ej¨¦rcito mercenario terrorista para esclavizar y aterrorizar a la poblaci¨®n local y obligarla a extraer caucho para usarlo en la fabricaci¨®n de neum¨¢ticos durante esta primera revoluci¨®n automovil¨ªstica¡±, recuerda Kara. Y ahora, ¡°130 a?os despu¨¦s, hay una segunda revoluci¨®n automovil¨ªstica, esta transici¨®n a los veh¨ªculos el¨¦ctricos, cuyas bater¨ªas necesitan cobalto¡±. Y una vez m¨¢s, ¡°el Congo tiene las mayores reservas de cobalto del mundo¡±.
Por ello, el gran dilema ¨¦tico que deber¨ªa plantearse en Europa y Norteam¨¦rica es que ¡°hay gente que muere y sufre todos los d¨ªas para que podamos enchufar nuestros m¨®viles y coches¡±, lamenta Kara, testigo de este padecimiento. ¡°Me he sentado con padres y madres que me han contado que su hijo de 10 o 13 a?os fue enterrado vivo en el colapso del t¨²nel de una mina¡±, rememora.
Ni?os en las minas
El trabajo infantil, seg¨²n el escritor, es palpable. ¡°Hay decenas de miles de ni?os que excavan en busca de cobalto todos los d¨ªas, cualquiera puede verlos¡±, dice. Sus padres, contin¨²a, se enfrentan a una disyuntiva muy diferente a la de los ciudadanos occidentales: ¡°Mandar a sus hijos a la escuela o trabajar en una mina, pero esta ¨²ltima opci¨®n supone la diferencia entre comer y no comer¡±. Incluso hay en RDC ¡°grupos armados y milicias que trafican con ni?os de otras partes del Congo y los llevan a las provincias mineras para excavar¡±, asegura.
Y adem¨¢s de las llamadas ¡°minas industriales¡±, en las que seg¨²n Kara hay mano de obra infantil, existe todo un negocio paralelo de ¡°minas artesanales¡±. ¡°El lenguaje se utiliza para crear ficciones y el concepto de ¡®artesanal¡¯ puede evocar la idea de agradables condiciones de trabajo¡±, reflexiona Kara. Sin embargo, una mina artesanal es un lugar ¡°lleno de pozos y t¨²neles en los que cientos de miles de algunas de las personas m¨¢s pobres del mundo hurgan con sus manos, cubiertos de sustancias t¨®xicas, para conseguir una cantidad de cobalto que les permita ganar uno o dos d¨®lares al d¨ªa¡±.
Por el camino, muchos mueren o resultan heridos. ¡°Nunca sabremos cu¨¢ntas personas se han roto la columna, las piernas o los brazos, o han muerto en el colapso de un t¨²nel, pero cada vez que viajo al Congo alguien me cuenta que una mina se ha desplomado¡±, relata.
Las grandes empresas tecnol¨®gicas ¡ªApple, Samsung o Tesla, entre ellas¡ª aseguran, que todo el cobalto que emplean se ha obtenido en condiciones que no violan los derechos humanos y de respeto por el trabajo digno. Sin embargo, Kara lo cuestiona. ¡°No hay forma de que ninguna compa?¨ªa pueda desglosar qu¨¦ cobalto del que utiliza proviene de las manos de un ni?o o de una excavadora¡±, denuncia. Entre otros motivos, porque es China quien ¡°domina la cadena de suministro¡± del mineral. ¡°Probablemente, sean responsables de m¨¢s del 70% de las operaciones mineras de cobalto en el Congo; el a?o pasado suministraron alrededor del 80% del cobalto refinado del mundo y produjeron m¨¢s de la mitad de bater¨ªas recargables¡±, apunta el escritor, que asegura que China ¡°presta muy poca atenci¨®n en el terreno a los derechos humanos del pueblo congole?o¡±. ¡°El Gobierno chino no respeta los derechos humanos de su propio pueblo. ?C¨®mo van a respetar los derechos humanos de los africanos pobres que se encuentran a miles de kil¨®metros de distancia?¡±, se pregunta.
Pero tampoco ahorra cr¨ªticas hacia las empresas occidentales, a las que tilda de ¡°hip¨®critas¡± por hacer negocios con las empresas chinas. ¡°Todas ellas aceptan, sin comprobarlo, que China les diga que no permite el trabajo infantil, que no tala bosques ni contamina r¨ªos y que la industria minera de cobalto en el Congo es sostenible, pero no comprueban ellos mismos en el terreno lo que ocurre¡±, denuncia.
Por ello, anima a los consumidores occidentales a indignarse: ¡°Nos han convertido en part¨ªcipes de la violencia contra el pueblo del Congo, porque todas estas empresas creen que es suficiente con decir que se preocupan por el pueblo africano, pero en realidad no hacen nada para respaldar esas palabras¡±.
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