Ahora, a por la historia
La convivencia democr¨¢tica se basa sobre unas relaciones de reconocimiento rec¨ªproco
?C¨®mo se contar¨¢ todo esto? Epicteto ten¨ªa raz¨®n al afirmar que lo que estremece a los seres humanos no son las acciones sino lo que se dice a prop¨®sito de las acciones. Todos los finales de la violencia se transforman en luchas para imponer una versi¨®n de los sucedido o, cuando menos, para posibilitar un relato que exculpe ante la propia facci¨®n. Cuando el debate est¨¢ ah¨ª, es una buena se?al pues indica que la violencia pertenece ya al pasado.
Desde esta perspectiva cabe entender en qu¨¦ puede consistir una de las formas de desprecio que se ciernen sobre las v¨ªctimas en los momentos de de finalizaci¨®n del terrorismo. Podr¨ªamos llamarlo ¡°la amenaza de la simetr¨ªa¡±. El fil¨®sofo Hans Jonas lo formulaba como el temor a que la bondad y la infamia terminen ex aequo en la inmortalidad. Una guerra o un conflicto entre comunidades puede acabar as¨ª, pero en Euskadi no ha habido ni lo uno ni lo otro. Ni siquiera los infames episodios de violencia de Estado pueden justificar un esquema de simetr¨ªa, de tal manera que la culpabilidad estuviera repartida a partes iguales. La violencia no ha sido nunca inevitable, ni cabe justificarla como respuesta adecuada a otra violencia anterior. En este sentido, parece claro que algunas formulaciones del comunicado de Aiete no ayudan nada a construir una memoria justa. La fraseolog¨ªa del comunicado de ETA se explica porque de alg¨²n modo tienen que tapar su vileza moral y su fracaso hist¨®rico. Pero no nos enga?emos porque cualquier observador puede constatar qui¨¦n ha vencido y qui¨¦n ha perdido.
Todos tenemos la misma obligaci¨®n pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido
Por supuesto que en una democracia la escritura de la historia s¨®lo puede hacerse en un marco de pluralismo, bajo la mirada vigilante y cr¨ªtica de diversas memorias paralelas que discuten. No corresponde al legislador fijar de manera autoritaria una regla para la interpretaci¨®n del pasado. Nuestra lectura de la historia es un trabajo nunca acabado y siempre problem¨¢tico. Pero la memoria no puede ser neutra porque no se trata de conseguir un pacto entre agresores y agredidos para encontrarse en una especie de punto medio entre violencia y democracia. La convivencia democr¨¢tica se basa sobre unas relaciones de reconocimiento rec¨ªproco, pero esta obligaci¨®n de reconocer a los adversarios, aunque se dirija a todos por igual, no plantea las mismas exigencias a quienes han ejercido la violencia y a quienes no lo han hecho. Aqu¨ª tampoco puede aceptarse la simetr¨ªa. Todos tenemos la misma obligaci¨®n pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido. El relato oficial, p¨²blico y, sobre todo, los principios sobre los que se asiente nuestro marco pol¨ªtico y sus procedimientos de modificaci¨®n no pueden legitimar el recurso a la violencia. Una cosa es ser flexible y otra decretar que, trat¨¢ndose de principios fundamentales de la convivencia, la verdad est¨¢ a medio camino. El relato justo del pasado, por dif¨ªcil que sea, nunca es un punto medio entre v¨ªctimas y verdugos.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosofia Social y Pol¨ªtica de la Universidad de Zaragoza.
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