Sosegaos
No por mucho madrugar amanece m¨¢s temprano

Cuando todav¨ªa el Gobierno estaba de luna de miel con la actualidad, uno de sus ministros le dijo a un cronista, tras un acto alegre y triunfal:
¡ªNo te f¨ªes de mi facundia. Un d¨ªa me va a costar cara.
No le ha costado cara, que yo sepa... todav¨ªa. Todos los ministros, como est¨¢n en primera l¨ªnea de fuego (en medio de las l¨ªneas de fuego, tambi¨¦n), son susceptibles de ser alcanzados por proyectiles ajenos y tambi¨¦n por sus propios proyectiles. Deben tener cuidado, y a veces parece que no lo tienen. Pero ?y si lo hicieran para que la gente mire para otro lado? ?Si estuvieran hablando tanto, y gesticulando tanto, para hacer como que hablan y gesticulan mientras por el otro lado del campo avanzan asuntos que quedan sin el debido escrutinio? En el establecimiento del relato pol¨ªtico hay mucho de esto; no debemos olvidar que ahora casi todo es estrategia, y hasta hablar se ha convertido en una manera de no hablar. George Orwell lo dej¨® escrito, y ahora casi todo el mundo ha le¨ªdo a Orwell, o eso se cree Orwell.
Lo cierto es que andan muy apresurados los ministros habladores, que los hay tambi¨¦n seriamente callados. Por qu¨¦ corres, Ulises, que dir¨ªa Antonio Gala. No se apaga un fuego verbal, sobre la educaci¨®n, sobre el aborto, sobre el matrimonio gay, sobre la negociaci¨®n con ETA, sobre las cifras del d¨¦ficit, cuando se incendia otro lado de la mesa. Y as¨ª sucesivamente.
Ese apresuramiento verbal, que en algunas ocasiones alcanza la urgencia de Twitter, que es el grado m¨¢ximo de la rapidez, debe ser desaconsejado por los oficiales de la comunicaci¨®n, que ahora son tan versados en reclamar a los altos funcionarios p¨²blicos lo que deben hacer o no hacer. Hay gente, en las altas esferas del poder, que saludan desde Twitter con un ¡°buenos d¨ªas¡± a sus conciudadanos como si estos estuvieran pendientes, incluso, de la calidad del saludo de los se?ores electos.
Este apresuramiento me recuerda siempre al que sufri¨® Lady Di en los ¨²ltimos y agitad¨ªsimos meses de su huida hacia el abismo. Lejos de nosotros la nefasta man¨ªa de comparar, pero s¨ª se percibe en el apresuramiento la necesidad de ir escribiendo un relato (el storytelling, que dir¨ªan Christian Salmon y sus disc¨ªpulos) que desv¨ªe de la atenci¨®n urbana otros relatos que podr¨ªan ser m¨¢s comprometidos.
Es probable, por ejemplo, que Gallard¨®n haya dicho lo que dijo y su contrario (digamos que casi su contrario) para que la gente no hablara de otras cosas. Si esto es as¨ª, es que Gallard¨®n es un fino estilista. Y si no es as¨ª, es que no se pens¨® dos veces lo que iba a decir. Y debi¨® de pens¨¢rselo, porque incluso lo escribi¨®. Lo escribi¨® a mano, adem¨¢s. Miguel de Unamuno dec¨ªa que la escritura a mano le otorgaba al pensamiento una fijeza que no se lograba hablando. Realmente me sorprendi¨® ver al ministro de Justicia con su libretita, como un escolar que estuviera pendiente de la chuleta en medio de un examen arriesgado. El resultado de su intervenci¨®n fue un incendio, la verdad. ?Y si buscara en el humo una distracci¨®n? Qui¨¦n sabe. Lo cierto es que los ministros deber¨ªan escuchar el rumor lejano de aquel rey que reclamaba sosiego. Sosegaos, que no por mucho madrugar amanece m¨¢s temprano, o m¨¢s nublado.
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