De mentiroso a delator
Los careos no suelen servir para nada, salvo cuando son decisivos
Los careos, en los juicios y los procesos penales, se han convertido en una manera m¨¢s o menos civilizada de insultarse, con un ¨¢rbitro que es el presidente del tribunal.
Se trata de una pr¨¢ctica de confrontaci¨®n de las versiones opuestas o contradictorias que mantienen los declarantes, sean testigos o acusados, que se viene utilizando desde que se invent¨® el derecho. Es un medio de prueba complementario que tuvo m¨¢s sentido durante tiempos pasados ¡ªen los que el honor, la ¨¦tica, la honradez y la verdad formaban parte de un c¨®digo de los caballeros¡ª que actualmente, cuando impera la cultura del ¨¦xito, en la que lo ¨²nico que importa es vencer al rival como sea.
Ahora, el acusado tiene derecho a no decir la verdad y a no confesarse culpable, lo que en la pr¨¢ctica equivale a una licencia para mentir, y el tribunal ya lo tiene en cuenta. Pero los abogados saben que para salir airoso de un proceso, no vale mentir de cualquier manera, sino que es preciso ser cre¨ªble y los buenos bufetes ense?an a sus clientes lo que tienen que decir en cada momento.
En los careos no se decide qui¨¦n de los dos oponentes dice la verdad. Lo ¨²nico que se hace constar es cu¨¢l de los dos mostr¨® mayor firmeza. Y firmeza, aunque suene a tautolog¨ªa, quiere decir firmeza. Es decir, los gritos en la mayor¨ªa de las ocasiones son mejores que los argumentos. Lamentable, pero cierto.
Por ello, los abogados no dudan en aconsejar a sus clientes en que si en pleno careo se ven atrapados por los argumentos del contrario repliquen con un contundente: ¡°mientes¡±, lo que suele ser el inicio de la trifulca correspondiente, que tiene que parar el presidente del tribunal y acaba haciendo constar que ambos careados mostraron igual firmeza. Tablas, en el peor de los casos.
La semana pasada el juez Jos¨¦ Castro, que instruye el caso N¨®os, ha rechazado por el momento la celebraci¨®n de un careo entre el duque de Palma, I?aki Urdangarin, y su exsocio, Diego Torres, que, seg¨²n consta en la causa, asum¨ªan una ¡°direcci¨®n bic¨¦fala¡± en el Instituto N¨®os, del que el primero era presidente y el segundo, vicepresidente.
El juez estima que por el momento no se ha producido contradicci¨®n alguna, ya que Diego Torres se neg¨® a declarar el pasado 11 de febrero hasta tanto no lo hubiera hecho Urdangarin. Este, en 40 folios de declaraci¨®n, acus¨® a Torres de haberle robado fondos que le correspond¨ªan y achac¨® a su exsocio cualquier hecho o circunstancia por el que Urdangarin pudiera ser incriminado.
El juez no considera que las declaraciones prestadas por Torres ante la polic¨ªa el 8 de noviembre de 2011 o la realizada en sede judicial el 11 de julio de ese mismo a?o puedan considerarse aptas para el contraste. La primera, porque para ser v¨¢lida deber¨ªa haberse prestado ante el juez y respetando el principio de contradicci¨®n, es decir, que hubieran podido preguntar todas las partes del proceso, y la segunda, porque los datos que obran en la causa en la actualidad son muchos m¨¢s que entonces y Torres no respondi¨® a aspectos por los que Urdangarin s¨ª que fue preguntado. De modo que si Torres accede a declarar y se producen las previsibles contradicciones que no pueden ser aclaradas por otros medios, habr¨¢ v¨ªa libre para la celebraci¨®n de ese careo, tan deseado por el p¨²blico y por los medios de comunicaci¨®n.
El caso es que, como acostumbran a recordar los jueces, si los acusados se ci?en a las instrucciones de sus letrados los careos no suelen servir para nada. Nadie se derrumba ni confiesa sus cr¨ªmenes. Lo que s¨ª puede ocurrir es que en el fragor de la disputa una ofuscaci¨®n en uno de los acusados provoque un patinazo que resulte decisivo en la consideraci¨®n de los jueces.
As¨ª ocurri¨® el 9 de junio de 1998, cuando el Supremo, en el juicio por el secuestro de Segundo Marey por los GAL, acord¨® por sorpresa dos careos entre el exministro Jos¨¦ Barrionuevo y el exdirector de la Seguridad del Estado Juli¨¢n Sancrist¨®bal, por un lado, y el ex secretario general de los socialistas de Bizkaia Ricardo Garc¨ªa Damborenea, por el otro. Barrionuevo acus¨® de ¡°mentiroso¡± a Sancrist¨®bal y tambi¨¦n a Damborenea, hasta que en el acaloramiento se equivoc¨® y le llam¨® ¡°delator¡±. Aunque todos tuvieron similar firmeza, la pifia del exministro le cost¨® una condena de 10 a?os de c¨¢rcel, aunque luego solo estuviera tres meses en prisi¨®n. Dec¨ªa Viola Spolin: ¡°Hay que ir con mucho cuidado con las palabras, porque se convierten en jaulas¡±.
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