El Rey se rehabilita a s¨ª mismo
Don Juan Carlos, convaleciente, muestra que est¨¢ activo cuando Espa?a le necesita
No hay im¨¢genes del Rey bajando del helic¨®ptero que le llev¨® hasta cerro Paranal, a m¨¢s de 2.600 metros de altura, en el desierto chileno de Atacama. Para nadie es f¨¢cil bajar de un helic¨®ptero: esquivar la polvareda que levantan los rotores y alejarse a paso ligero del aparato. Mucho menos para un hombre de 74 a?os, con un largo historial de fracturas y lesiones, que ha pasado cuatro veces por el quir¨®fano en los ¨²ltimos 12 meses.
Con el prestigio internacional de Espa?a m¨¢s debilitado que nunca por la necesidad de rescate financiero, don Juan Carlos ha querido evitar a toda costa que se proyectase la imagen de un jefe de Estado deteriorado f¨ªsicamente y con limitaciones para ejercer plenamente sus funciones. El pasado mi¨¦rcoles, a punto de terminar una gira de cinco d¨ªas en la que hab¨ªa recorrido 22.000 kil¨®metros en avi¨®n, los periodistas le preguntaron si no estaba agotado. ¡°Nada, nada. Estoy estupendamente. Cuanto m¨¢s, mejor¡±, contest¨® sonriendo. Ni en broma.
Sobre las alfombras del palacio de Itamaraty, en Brasilia, o de La Moneda, en Santiago de Chile, don Juan Carlos caminaba con soltura, utilizando la muleta a modo de bast¨®n, ¡°por seguridad¡±, como le dijo a la presidenta brasile?a, Dilma Rousseff. Al girar sobre s¨ª mismo s¨ª parec¨ªa en riesgo de perder el equilibrio y al bajar un escal¨®n se apoyaba en el brazo de su ayudante militar.
Todos los que le acompa?aban sufrieron escuch¨¢ndole el discurso previo al almuerzo que le ofreci¨® en Chile el presidente Pi?era. Era un discurso de singular calado pol¨ªtico y fuerte carga europe¨ªsta, propio de un pa¨ªs en una situaci¨®n excepcionalmente grave a la que ni siquiera el jefe del Estado puede sustraerse. Pero a don Juan Carlos le costaba seguir el hilo, cada pocos p¨¢rrafos se le extraviaba alguna palabra e incluso se le col¨® involuntariamente un ¡°no¡± que cambiaba el sentido de la frase cuando quiso decir que los sacrificios y ajustes decididos por el Gobierno resultan inevitables. Puede que la letra fuese demasiado peque?a o que las luces estuviesen mal dispuestas. O una mezcla de todo ello con el efecto de los medicamentos, el jet lag y el cansancio.
El Rey ha viajado a Brasil y Chile con su m¨¦dico de cabecera, el doctor Avelino Barros, sin m¨¢s equipo sanitario que el habitual. Y ha tenido que dejar en segundo plano las sesiones de rehabilitaci¨®n con su terapeuta. Le interesaba, por encima de todo, demostrar que vuelve a estar en activo cuando m¨¢s se le necesita, para defender la presencia en Am¨¦rica Latina de empresas espa?olas (que en los ¨²ltimos meses han sufrido las nacionalizaciones de YPF en Argentina y Red El¨¦ctrica en Bolivia); y para asegurarse la asistencia de los mandatarios iberoamericanos a la cumbre de noviembre en C¨¢diz, donde ¨¦l mismo les recibir¨¢ como anfitri¨®n.
El Monarca se ha puesto a la tarea de recuperar el afecto perdido de una parte de los espa?oles
Ya el 2 de junio, en su reaparici¨®n p¨²blica en la celebraci¨®n del D¨ªa de las Fuerzas Armadas en Valladolid, sorprendi¨® a todos permaneciendo de pie los 45 minutos que dur¨® el acto, a pesar de que se hab¨ªan dispuesto sillas en la tribuna. ¡°Ha querido ponerse a prueba¡±, dijo el pr¨ªncipe Felipe de su padre. Es como si, tras el ejercicio de contrici¨®n que supuso la ins¨®lita petici¨®n p¨²blica de disculpas por su viaje privado a Botsuana, llegase la penitencia.
¡°A ver si vosotros hubieseis aguantado lo que yo¡±, les dijo a los periodistas tras la parada castrense, sin que quedara claro si era una muestra de orgullo por su fortaleza f¨ªsica o un reproche por el alud de cr¨ªticas tras su viaje a ?frica. De todas las heridas que le dej¨®, probablemente las m¨¢s dolorosas fueran las morales.
Frente a La Moneda se congregaron, durante la visita de don Juan Carlos, varias decenas de manifestantes a los que algunas televisiones chilenas prestaron casi m¨¢s atenci¨®n que al ilustre hu¨¦sped. Los hab¨ªa de toda condici¨®n: nacionalistas catalanes y vascos, ecologistas y defensores de los animales. Pero todos coincid¨ªan en sus alusiones al Rey cazado mientras cazaba elefantes. Hay noticias con tal magnetismo ic¨®nico que hasta los camareros de Brasilia o los taxistas de Santiago las comentan en cuanto se enteran de que sus clientes son espa?oles. Para bien o para mal, son noticias globales.
El Rey lo sabe. Y se ha puesto a la tarea de recuperar el afecto perdido de una parte de los espa?oles que reflejan las encuestas. Aunque sea una labor ardua y fatigosa, especialmente para un hombre de edad avanzada, a¨²n convaleciente de su ¨²ltimo percance y no acostumbrado a que la sociedad juzgue con severidad su vida privada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.