La lucha no acaba a los 100 a?os
Alejandra Soler fue una de las primeras licenciadas de la universidad espa?ola Ahora la valenciana es la abuela del 15-M en su lucha contra los ¡°atropellos humanistas¡±
Le tiembla la voz, pero no los n¨²meros. Treinta y dos a?os fuera de Espa?a, 27 desde que muri¨® su marido y 100 a punto de estrenar. Un siglo de vida dedicado a la militancia comunista. Una ideolog¨ªa que Alejandra Soler (Valencia, 1913) antepone ante lo que ella considera ¡°los ¨²ltimos atropellos humanistas¡±. Por un lado, los recortes en educaci¨®n y sanidad. Por otro, el regreso del fanatismo. Unos factores sociales que han llevado a esta inquebrantable activista a levantar de nuevo la voz en el primer aniversario de la denominada primavera valenciana. ¡°Las bestialidades que hizo la polic¨ªa el a?o pasado me sublevaron mucho¡±, responde mientras golpea con el pu?o la mesa camilla.
El incesante deterioro del mundo laboral o las iniciativas populares contra los desahucios hacen que Soler retome su actitud combativa. Cada jueves se re¨²ne con lo que ella llama ¡°la pe?a¡± ¡ª¡°antiguos compa?eros y gente joven¡±¡ª para debatir sobre los acontecimientos m¨¢s recientes. Se las arregla notablemente con una muleta o un andador. Cada vez que tiene que acudir a alg¨²n acto la recogen. ¡°No tengo problema¡±. Si no, se planta con soltura en medio de la calle y pide un taxi a pesar de que el ictus que sufri¨® hace dos a?os le ha restado actividad.
¡°Me llevo muy bien con los del 15-M, y si no me puedo pasar por alguna convocatoria, me llaman y me lo cuentan¡±, sonr¨ªe. ¡°Han conseguido mucho, sobre todo en movilizar conciencias¡±. De las ¨²ltimas asambleas ha obtenido una desconsoladora impresi¨®n: ¡°En las crisis siempre ha habido la mar de exilios: pol¨ªticos, econ¨®micos, sociales¡ pero el m¨¢s doloroso es el actual, el de cerebros. Supone quedarse sin inteligencia, sin futuro¡±.
Ser la tercera valenciana que obtuvo una licenciatura, en su caso en Filosof¨ªa y Letras, le granjea tambi¨¦n buenas relaciones con la Universidad. De ella la reclaman en ciclos de memoria hist¨®rica o en homenajes republicanos. El pasado d¨ªa 2 conmemor¨® los 70 a?os del final de la batalla de Stalingrado. ¡°La gran derrota de Hitler¡±, en sus palabras. Una contienda que vivi¨® muy de cerca en su exilio ruso. Aunque todo eso es pasado y de eso Alejandra Soler no quiere hablar: ¡°No voy a contar mi vida¡±.
¡°Siempre he sido la l¨ªder de los perdedores¡±, dice Soler, que cada jueves se re¨²ne en la universidad con ¡°la gente joven"
Pero lo hace. A pesar de mantener la mirada puesta en ese futuro que vaticina ¡°horroroso¡±, los recuerdos de un siglo hilado por la fe en el proletariado retornan continuamente a su cabeza. ¡°Cada d¨ªa escribo mis impresiones¡±, relata en medio de su extensa librer¨ªa, de cuyo destino ya se ha ocupado. Ir¨¢ a la biblioteca San Miguel de los Reyes de Valencia. Tambi¨¦n don¨® su colecci¨®n de iconos sovi¨¦ticos al Museo San P¨ªo V de Valencia. ¡°Solo falta que les diga que vengan a recogerlos¡±, declara. Repasa sus novelas preferidas y algunas ediciones dedicadas de Pasionaria, ¡°una mujer autodidacta y muy inteligente¡±, con la que comparti¨® vivencias en Mosc¨².
En esos estantes atesora dos vol¨²menes de La vida es un r¨ªo caudaloso con peligrosos r¨¢pidos. Al final de todo¡ sigo siendo comunista, el libro que public¨® en 2005 y que fue reeditado hace tres a?os por la Universidad de Valencia. En ¨¦l repasa sus inicios en la Fundaci¨®n Universitaria Escolar (FUE) y, sobre todo, su vida ligada a Arnaldo Azzati. ¡°Estuvimos 50 a?os juntos¡±, recuerda emocionada. Su marido era el hijo de F¨¦lix Azzati, c¨¦lebre pol¨ªtico y periodista valenciano que dirigi¨® el diario El Pueblo tras la marcha de Vicente Blasco Ib¨¢?ez. Nada m¨¢s conocerse, se casaron en los juzgados. ¡°Yo solo aparezco como cat¨®lica por culpa del bautizo¡±. A partir de entonces unieron su camino de represaliados en un pa¨ªs que entraba en una guerra fraternal. ¡°Tuvimos que marcharnos en el 39¡±. En Barcelona se separaron. Cada uno cruz¨® a Francia por su cuenta y pasaron unos meses alejados en distintos campos de concentraci¨®n galos. ¡°El m¨¦dico del m¨ªo me ayud¨® a encontrarle¡±, relata.
El reencuentro se produjo en San Petersburgo, entonces Leningrado. ¡°Pudimos haber ido a M¨¦xico, pero para nosotros Rusia era como la segunda patria¡±, asevera comprometida. Llegaron con escasas pertenencias y un manojo de palabras: pan, gracias, camarada. Su salvaci¨®n fue el puesto de locutor de ¨¦l en Radio Mosc¨² y el de ella como maestra. ¡°Necesitaban a alguien que diera clases a los ni?os espa?oles que el r¨¦gimen sovi¨¦tico hab¨ªa acogido¡±.
Pasaron una temporada en la ciudad de los zares y otra en la capital. Cuando el ej¨¦rcito nazi implant¨® el cerco, escaparon al sur. En la orilla derecha del Volga resistieron uno de los ataques m¨¢s cruentos de la II Guerra Mundial. La batalla de Stalingrado le trae a la memoria el fr¨ªo ¨¢rtico, la gangrena y las extremidades congeladas. De all¨ª sac¨® con vida a 14 ni?os que ten¨ªa a su cargo. Rondaba los 30 a?os y ya se autodefin¨ªa como expatriada. ¡°El comunismo es ¨²til, pero lo que hizo Stalin es intolerable¡±, sostiene. ¡°No desacredito las ideas de Marx y Engels, que eran unos genios, pero hay que evolucionar. No puede funcionar teor¨ªa del siglo XIX en el siglo XXI. El mundo marcha hacia adelante y cada vez est¨¢ m¨¢s globalizado. Ahora, el ¡®fantasma del comunismo¡¯ que recorr¨ªa Europa lo tiene que hacer a escala mundial¡±.
La batalla de Stalingrado le trae a la memoria el fr¨ªo ¨¢rtico, la gangrena y las extremidades congeladas. De all¨ª sac¨® con vida a 14 ni?os que ten¨ªa a su cargo
Alejandra vive sola. De su cuello cuelga un timbre de emergencias de la Cruz Roja y pasa el d¨ªa entre libros. Sobre la inevitable mesa camilla del sal¨®n reposan varios suplementos de prensa y un ejemplar de El holocausto espa?ol, de Paul Preston. ¡°Lo conoc¨ª el otro d¨ªa¡±, se?ala animada. ¡°?l hab¨ªa o¨ªdo hablar de m¨ª por una amistad, pero nunca nos hab¨ªamos visto cara a cara¡±. Tambi¨¦n ocupa su tiempo con Internet. Gracias al mundo digital puede repasar ¡°sus peri¨®dicos¡±: La Reppublica, Le Monde o el Pravda sovi¨¦tico, y mantener contacto con antiguos camaradas. ¡°En menudo l¨ªo me he metido con esto de los ordenadores¡±.
Cuando se acab¨® la guerra, Alejandra y Arnaldo regresaron a Mosc¨². En 1958, dejando atr¨¢s los peores a?os de di¨¢spora republicana, fue elegida jefa de la c¨¢tedra de Lenguas Romances de la Escuela Superior de Diplomacia. Cargo que desempe?¨® hasta su jubilaci¨®n, en 1971. Entonces regresaron a un Madrid muy distinto al que ella hab¨ªa visto en una excursi¨®n escolar. ¡°Volvimos con 200 d¨®lares cada uno y sin ning¨²n contacto, porque nos hab¨ªan impedido todo tipo de comunicaci¨®n¡±. ?Y los hijos? ¡°No hubo tiempo¡±, lamenta lac¨®nica.
En Madrid consigui¨® la c¨¦lula de identidad despu¨¦s de ¡°una semana de interrogatorios en la comisar¨ªa de la Puerta del Sol¡±. Y gracias a algunas traducciones clandestinas sobrevivieron hasta que pudieron instalarse en el piso valenciano donde vive. ¡°Lo llenamos de p¨®steres para que se supiera lo que ¨¦ramos¡±, y se?ala las octavillas republicanas y los recortes de prensa.
No presume de agallas. Ni de esa vitalidad que sorprende a sus vecinos. ¡°Siempre he sido la l¨ªder de los perdedores¡±, se define. ¡°No nos han dejado cambiar las cosas¡±. Y otra vez mira hacia adelante. ¡°Quien vive del pasado se consume. El siglo XXI va a ser tremendo. Vivimos en una peque?a dictadura legal¡±. Lo suscribe una indignada centenaria que se declara tan dichosa como para proclamar: ¡°No me quiero morir. Hubo una ¨¦poca en que no me importaba tanto, pero ahora soy feliz¡±.
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