El precio de hacer justicia
La investigaci¨®n de los procesos contra la corrupci¨®n m¨¢s importantes est¨¢ en manos de instructores cuyo ¨²nico punto en com¨²n es la dur¨ªsima presi¨®n que reciben. Este es su retrato
Pilar de Lara, una magistrada menuda y de maneras suaves, lleg¨® en 2007 al Juzgado de Instrucci¨®n n¨²mero 1 de Lugo y encontr¨® una causa de la que nadie quer¨ªa o¨ªr hablar. Trataba sobre un cabo de la Guardia Civil que, a cambio de favores bajo las s¨¢banas, ofrec¨ªa a prostitutas brasile?as pasar por alto su situaci¨®n irregular. De Lara, con 37 a?os entonces, ven¨ªa de bregar en un juzgado de Mieres con el narcotr¨¢fico y casos como el de Trashorras, el exminero responsable de los explosivos del 11-M. Lugo parec¨ªa un destino tranquilo, una melanc¨®lica capital de provincia con una pertinaz lluvia desdibujando las murallas romanas.
De Lara interrog¨® a centenares de prostitutas, orden¨® escuchas a sus clientes y registr¨® comisar¨ªas. Levantando piedras, encontr¨® un trazo escalofriante: una red de corrupci¨®n que desde los burdeles se extend¨ªa por la columna vertebral de Galicia como un sarcoma. La juez averigu¨® que mandos policiales hac¨ªan la vista gorda ante los abusos del proxeneta del Queen¡¯s (los fundamentos del llamado caso Carioca); y desde ese mismo prost¨ªbulo dio con una pandilla de empresarios que, sabiendo que jugaban en terreno seguro, se vanagloriaban de tener alcaldes a sueldo para conseguirles contratos y favores (la Operaci¨®n Pok¨¦mon). Las pesquisas de De Lara est¨¢n extendi¨¦ndose ahora a Asturias y Catalu?a (Operaci¨®n Manga). En total, m¨¢s de un centenar de imputados por delitos de trata, abusos sexuales, tr¨¢fico de drogas, blanqueo, malversaci¨®n, sobornos¡ Algunos de la talla de los alcaldes de Lugo, Santiago y Ourense o el jefe de Polic¨ªa Municipal de esta ¨²ltima localidad.
El premio a la osad¨ªa de esta juez ha sido vivir aislada y rodeada de imputados que le han declarado la guerra. Amenazas, ataques pol¨ªticos y confabulaciones policiales se han sucedido para intentar que De Lara abandone la ciudad.
El patr¨®n suele repetirse: un juez reci¨¦n llegado empieza a escarbar en lugares en los que no pasaba nada porque nadie remov¨ªa nada. Pero resulta que s¨ª hab¨ªa algo. Entonces el togado se convierte en el enemigo. Los m¨¢s expuestos a estas presiones del entorno son magistrados de base que trabajan apoy¨¢ndose en pocos medios y muchas tripas. Jueces que no responden a un perfil ideol¨®gico y que pueden ser tanto veteranos como biso?os. Individuos aislados que, cada uno desde su rinc¨®n del mundo, est¨¢n poniendo al descubierto la corrupci¨®n que inunda todos los estamentos de un pa¨ªs: de sus burdeles a sus palacios.
M¨¢s detalles sobre c¨®mo se llega a tener una ciudad en contra. El acoso empez¨® por las prostitutas que declararon ante la juez. Mensajes de matones: ¡°M¨¢rchate de Lugo o la poli ir¨¢ a por ti¡±. De Lara, implicada con las mujeres hasta el punto de avalarlas a la hora de encontrar empleo o residencia, se esforz¨® para que ninguna se echara atr¨¢s. Luego las amenazas llegaron a ella y a su hija. Con la polic¨ªa tampoco puede trabajar despu¨¦s de haber imputado a parte de su c¨²pula; por eso se apoya en la Guardia Civil de fuera de la provincia. Un agente confes¨® que le hab¨ªan ofrecido 22.000 euros por demandar a la juez, y los foros policiales de Internet est¨¢n llenos de insultos hacia De Lara y la otra magistrada decidida a limpiar Galicia, Estela San Jos¨¦, responsable de la Operaci¨®n Campe¨®n y a la que la presi¨®n sobre su vida privada ha llevado a un traum¨¢tico divorcio y a querellas contra agentes. Incluso la Confederaci¨®n Espa?ola de Polic¨ªa denunci¨® manejos para presionar a De Lara y boicotear su investigaci¨®n. Los pol¨ªticos tampoco se han quedado cortos al acusarla de contemporizar con la intenci¨®n de que las imputaciones m¨¢s sonadas coincidan con citas electorales. El PSG se agarra a la ¨²nica m¨¢cula que presenta el historial de independencia de De Lara: su matrimonio con Roberto Men¨¦ndez Mato, miembro del PP local, al que conoci¨® en Asturias. En la Audiencia provincial a la juez tampoco le sobran aliados. Las presiones han sido tan acusadas que en 2011 un grupo de ciudadanos de Lugo (incluidos simpatizantes del 15-M e IU poco sospechosos de connivencias con el PP) organizaron una manifestaci¨®n en apoyo de De Lara y San Jos¨¦.
Para no dejar flancos expuestos, la juez se ha construido una vida monacal: ida y vuelta de casa al trabajo en sesiones hasta la madrugada, aunque tenga la gripe A o por la fatiga llegue a desvanecerse. La prensa local la vigila hasta el punto de se?alar que abusa del Red Bull en sus jornadas maratonianas. A ella esas intromisiones le molestan. En parte porque lo que de verdad le gusta es el t¨¦ y en parte porque reh¨²ye a los medios. Las ¨²nicas declaraciones que se le conocen se encuentran en un reportaje en el que ped¨ªa m¨¢s medios para los juzgados. Hay quien sospecha que esa falta de recursos no es casual y que no hay demasiado inter¨¦s en equiparla para investigar. En su juzgado se ha visto a funcionarios adelantar el dinero del t¨®ner de las impresoras, en gran medida porque es una mujer cuya dedicaci¨®n se aprecia. En su c¨ªrculo de fieles, aparte de su amiga San Jos¨¦, destacan dos agentes de la Guardia Civil y una secretaria judicial. Ellos son su escudo contra la presi¨®n.
Porque la presi¨®n es la clave. ¡°El miedo social hace que algunos jueces prefieran dedicarse a perseguir solo delitos de perfil m¨¢s bajo. Eso genera una forma de corrupci¨®n¡±. Lo dijo en una conferencia en 2008 Miguel ?ngel Torres, instructor del caso Malaya, la mayor operaci¨®n contra la corrupci¨®n en Espa?a. Torres ahora dirige procesos rutinarios en un juzgado de Granada. El magistrado ha confesado a sus ¨ªntimos haberse sentido solo durante fases de la Malaya en las que se le se?alaba a ¨¦l como el enemigo en lugar de a los saqueadores de Marbella. Torres, un hombre impenetrable, siente que los jueces, fiscales y polic¨ªas que investigan a personalidades con contactos se encuentran desprotegidos por el Estado ante la presi¨®n ambiental. Seg¨²n quienes le conocen, es especialmente cr¨ªtico con el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y las instancias judiciales cercanas al poder pol¨ªtico.
A mayor contenido pol¨ªtico, m¨¢s presi¨®n. Y no solo proveniente de los implicados. Lo sabe Josep Maria Pijuan, instructor del caso Palau, el expolio de una de las mayores instituciones culturales de Catalu?a a manos de su gestor, F¨¦lix Millet. Algunos medios revelaron que Pijuan, al poco tiempo de ser nombrado instructor del caso, recibi¨® subvenciones de la Generalitat a trav¨¦s de una fundaci¨®n que dirig¨ªa. La informaci¨®n sembraba la sospecha de que el dinero sirviera para que el magistrado no investigara con demasiado br¨ªo, pero los hechos no han sustentado este temor. Los indicios sobre la vertiente pol¨ªtica del caso ¡ªel pago de comisiones de Ferrovial a Converg¨¨ncia a trav¨¦s del Palau¡ª se han asentado durante la instrucci¨®n de Pijuan, que ha impuesto una fianza de 3,2 millones al partido dominante en Catalu?a.
El caso de este juez es peculiar: no lleg¨® y se encontr¨® una sorpresa, sino que fue a buscarla. Pijuan, un hombre de 60 a?os que se dice abiertamente de izquierdas y muy catalanista, llevaba una existencia pl¨¢cida en la Audiencia Provincial de Barcelona, pero pidi¨® la plaza en cuanto qued¨® vacante el juzgado 30, el que investiga el saqueo del Palau. Su vuelta a las trincheras en 2011 ha impulsado la investigaci¨®n despu¨¦s de que su antecesor, Juli Solaz, fuera criticado por su lentitud. Pijuan es due?o de una fuerte personalidad, pero exhibe un car¨¢cter abierto que en alguna ocasi¨®n le ha generado problemas por su franqueza ante los micr¨®fonos. Su temperamento incisivo (hay quien dice inquisitorial) en los interrogatorios tambi¨¦n es c¨¦lebre.
Es, en definitiva, un hombre que se enfrenta al trabajo con el aplomo de quien ha lidiado a?os con temas muy pol¨ªticos. Y que volvi¨® porque le gusta estar en la punta de lanza contra la corrupci¨®n, insistiendo en la necesidad de crear un equipo de especialistas que trabajen conjuntamente y alejados de la figura del juez estrella.
Son propuestas que llegan en un momento en que la misma figura del juez instructor pende de un hilo. Alberto Ruiz Gallard¨®n, ministro de Justicia, ha dado los primeros pasos para reformar la Ley de Enjuiciamiento Criminal y que pase a ser el fiscal ¡ªte¨®ricamente independiente, pero en la pr¨¢ctica nombrado por el Gobierno¡ª quien dirija la investigaci¨®n. Buena parte de la judicatura teme que el fiscal tenga a¨²n m¨¢s problemas para plantarse ante el juego pol¨ªtico. Jacobo Pin, joven instructor del caso Fabra contra el presidente de la diputaci¨®n de Castell¨®n por cohecho, tr¨¢fico de influencias y cuatro delitos fiscales, puede dar fe sobre lo dif¨ªcil que es sustraerse a esa supervisi¨®n.
Cuando lleg¨® con 27 a?os al juzgado de Nules a bordo de su Jaguar, muchos de los que segu¨ªan el caso Fabra con la esperanza de que el sumario no se pudriera en un caj¨®n torcieron el morro. El caso hab¨ªa conocido ya ocho togados, todos de paso en el diminuto juzgado de Nules hacia otros destinos. El presidente del PP de Castell¨®n segu¨ªa en su cargo mientras su poderoso equipo de abogados consegu¨ªa dilatar una instrucci¨®n endemoniada en un clima de caciquismo asfixiante. Y Pin tampoco parec¨ªa el h¨¦roe dispuesto a enfrentarse a esa maquinaria. Miembro de una buena familia (un hermano diplom¨¢tico y otro m¨¦dico), hijo de un conocido abogado de Castell¨®n vinculado al PP, y nacido en la localidad castellonense de Burriana, a 10 kil¨®metros de Nules, hab¨ªa elegido el destino para no alejarse de casa. Solo ten¨ªa que darle salida r¨¢pido al molesto dossier Fabra para disfrutar de una pl¨¢cida vida de reci¨¦n casado.
Tras los primeros d¨ªas qued¨® claro que, por mucho que hubiera trabajado con una ONG en Bolivia ¡ªseg¨²n afirm¨® al recoger un premio por su expediente acad¨¦mico, su ambici¨®n es dedicarse a los derechos humanos¡ª el juez no reun¨ªa los atributos que se le suponen a un aventurero. Su estilo procesal era seco, muy pegado a la letra. En sus autos e interrogatorios no resultaba interpretativo ni especialmente arrojado. Pero poco a poco comenz¨® a abrirse camino entre los tomos de la causa. Mostr¨® diligencia al pedir informaci¨®n a los bancos, activ¨® resortes de la investigaci¨®n esclerotizados, aplic¨® con rigor los fundamentos jur¨ªdicos¡ Y empez¨® a ganarse problemas, a desayunar con entrevistas en las que Fabra dec¨ªa no tener ¡°ninguna man¨ªa al juez Jacobo Pin¡±, a sufrir movimientos invasivos de Carlos Dom¨ªnguez, presidente de la Audiencia de Castell¨®n y amigo del ya exdirigente del PP.
Hasta que solt¨® el bombazo. Pin hizo algo tan inaudito para el juez de un pueblecito, como es pedir amparo al CGPJ contra sus superiores. Es en ese escrito al ¨®rgano de direcci¨®n de los jueces donde se le descubre una firmeza desconocida. No se aleja de los caminos en los que se siente c¨®modo ¡ªtodos los puntos los sostienen argumentos legales¡ª, pero sus conclusiones son apabullantes: desde Castell¨®n est¨¢n ¡°tratando de imponer indirectamente el sobreseimiento del presunto delito del cohecho¡±, que Pin quer¨ªa sumar a los que acumulaba Fabra. La petici¨®n de Pin es clara: ¡°Deje de perturbar mi independencia¡±. Contra lo previsible, el CGPJ no archiv¨® la petici¨®n de amparo y el Tribunal Supremo ha ordenado que el pol¨ªtico sea juzgado tambi¨¦n por cohecho.
Son peque?os triunfos que los magistrados graban como muescas en la culata de sus pistolas. El juez Jos¨¦ Castro se ha anotado ya unas cuantas. El instructor del caso Palma Arena ha adelgazado en los ¨²ltimos tiempos, pero no por las mismas razones que I?aki Urdangarin, su imputado m¨¢s famoso.
Por prescripci¨®n m¨¦dica, Castro, de 67 a?os, ha cambiado las motos de gran cilindrada por la bicicleta. Vi¨¦ndole pedalear los cinco kil¨®metros desde el juzgado a su adosado en la playa, a este cordob¨¦s podr¨ªa adivin¨¢rsele una tranquila vida de jubilado. Pero que nadie se llame a enga?o: le siguen gustando las emociones.
Abuelo separado y con novia, tiene un hijo abogado y otro procurador, muy aficionados al deporte, como ¨¦l. Due?o de un perrito yorkshire, por ello Castro no deja de ser un lobo solitario que reh¨²ye los actos en grupo. No se deja ver mucho por los bares y restaurantes de Palma, aunque le gusta tomar un caf¨¦ con todas las partes para limar asperezas tras sus interminables interrogatorios. El cordob¨¦s es un personaje cercano que se hace llamar Pepe y no deja que le traten de usted. Guarda una buena relaci¨®n con funcionarios y polic¨ªas, quienes aprecian que no se pierda un registro, sea en casa del expresidente de Baleares, Jaume Matas, o en las chabolas de Son Banya. No est¨¢ adscrito a ninguna asociaci¨®n de jueces, pero no le hace falta: Castro es una de esas raras figuras de consenso que de vez en cuando surgen en una profesi¨®n rica en pu?aladas. Incluso los que no le aprecian por su vivo temperamento o su car¨¢cter inquisitivo le respetan en funci¨®n de una solvencia y obsesi¨®n por la verdad que le ha ocasionado m¨¢s de un disgusto. El m¨¢s rese?able quiz¨¢ se lo dio su amigo el inspector Jos¨¦ G¨®mez Navarro Pepote, condenado a nueve a?os de prisi¨®n por extorsionar a la jefa de un clan de la droga. Cuando el caso lleg¨® a su juzgado, Castro se inhibi¨® para juzgar, pero testific¨® sin sentimentalismos. El proceso le dej¨® profundamente herido, y no solo porque se sintiera traicionado: la visi¨®n de c¨®mo la corrupci¨®n era capaz de empapar cualquier coraz¨®n le asque¨®.
Todo un veterano en el ¨²ltimo tramo de su carrera, Castro ahora solo atiende el caso Urdangarin y cubre guardias. Conoce la Justicia desde su base porque antes de acceder a la judicatura fue funcionario de prisiones. Cumpliendo el patr¨®n, cuando en 1990 se instal¨® en el juzgado de instrucci¨®n 3 de Baleares, las islas eran un destino tranquilo. Hasta que comenz¨® a emerger la corrupci¨®n, con Jaume Matas como protagonista indiscutible. Los poderes pol¨ªticos pronto intentaron hacerle ver al juez qui¨¦n mandaba. Pero ¨¦l no se dio por enterado. La lucha en torno al cacique de las islas fue encarnizada, con la Fiscal¨ªa General del Estado volcada para evitar una imputaci¨®n que se acab¨® convirtiendo en ineludible.
De sus ¨²ltimas pesquisas sobre una de las fuentes de enriquecimiento ilegal de Matas, la construcci¨®n del vel¨®dromo Palma Arena, sali¨® en una fina labor de cruce de datos fiscales y cuentas la pieza separada que lanz¨® el proceso de Urdangarin. Antes de imputar al duque, cuentan sus pr¨®ximos que se lo pens¨® mucho. Tem¨ªa una tormenta ingobernable, pero algo entre el sentido del deber y el gusanillo del reto le pudo. Sus detractores dicen que ese gusanillo es toda una serpiente: el ego de un hombre al que le gusta disparar al sol.
El respeto que Castro concita en propios y extra?os le ha aislado de presiones, aunque los medios de comunicaci¨®n m¨¢s conservadores se hayan lanzado a investigar la compra de su casa sin demasiados resultados. A pesar de su afabilidad, no concede entrevistas y no habla nunca de los casos en que trabaja. Prefiere charlar de las alineaciones del Real Madrid. Su medio de comunicaci¨®n oficial son sus autos y sentencias, aut¨¦nticos eventos en las islas. En un tono llano pero cargado de iron¨ªa, el magistrado se esfuerza porque el texto le resulte accesible al ciudadano. Matas a¨²n est¨¢ digiriendo algunas de las estocadas que le dej¨® en su auto de imputaci¨®n: ¡°Es claro que Matas ha venido a burlarse de los simples mortales¡±.
Sus interrogatorios tambi¨¦n son c¨¦lebres. El juez se muestra respetuoso, pero no admite componendas. Insiste hasta conseguir la respuesta m¨¢s precisa posible con un lenguaje directo. No tiembla ante lances que otros considerar¨ªan temerarios. ¡°Vamos a ver, se?ora¡±, se plant¨® ante las evasivas de Ana Mar¨ªa Tejeiro, mujer del socio de Urdangarin, ¡°lo digo para deshacer, porque dice usted: ¡®no, hombre, porque como [la infanta Cristina] era quien es¡¯, pues da la impresi¨®n de que do?a Cristina no est¨¢ imputada porque es quien es, y yo le digo que me ayuden a imputarla, si es que se tiene que imputar ?eh?, si es que se tiene que imputar, para que no parezca que no lo est¨¢ por ser quien es ?entiende?¡±.
Pero la temeridad no suele salir gratis. Lo sabe Baltasar Garz¨®n, juez que reun¨ªa todos los requisitos de la inexpugnabilidad: un puesto en la Audiencia Nacional, proyecci¨®n p¨²blica, prestigio internacional¡ Nada de eso le evit¨® ser expulsado de la carrera judicial mientras luchaba para desenmara?ar la tupida trama G¨¹rtel, un dolor de muelas para el partido en el Gobierno. Su sucesor en el caso, Antonio Pedreira, demostr¨® que la salud entra igualmente en la apuesta por la justicia. El juez sufre ahora en una cama, minado por la enfermedad.
Mercedes Alaya sabe tambi¨¦n c¨®mo puede resentirse un cuerpo sometido a presi¨®n. Su neuralgia del trig¨¦mino est¨¢ relacionada con la tensi¨®n. La llamada ¡°enfermedad del suicidio¡± implica indescriptibles dolores en los ojos, la mand¨ªbula, y hasta el pelo, desencadenados por el mero roce del aire. Hace cinco meses que, cada vez que la juez de los ERE toca un papel, empieza a padecer.
A Alaya se la espera en Sevilla como una aparici¨®n mariana. ¡°Los m¨¦dicos han dado con la tecla de su enfermedad¡±, aseguran en los juzgados, pero el estado de salud preciso de la mujer que ha revolucionado Andaluc¨ªa con una investigaci¨®n que persigue la corrupci¨®n en cinco consejer¨ªas del Gobierno auton¨®mico durante la ¨²ltima d¨¦cada es tan enigm¨¢tico como ella.
La enfermedad de Alaya, como su personalidad arrolladora, brillante y ensimismada, plantea el debate de la unipersonalidad de las instrucciones. Sin su ambici¨®n y paciencia, el caso nunca habr¨ªa visto la luz; ahora que la investigaci¨®n parece tan pegada a ella como su propia piel, parece inimaginable que salga adelante sin ella. Dos habitaciones repletas de cajas de documentos marcados con post it escritos a mano la esperan: un laberinto para cualquier sustituto.
Los fiscales desesperan por el par¨®n y porque la forma personalista en la que la juez ha dirigido una investigaci¨®n descomunal y milim¨¦trica dificulta la transici¨®n. Alaya, probablemente porque lleva dos a?os luchando contra la Junta, aseguradoras y bufetes muy preparados, no es precisamente cooperativa. Se guarda en el caj¨®n piezas que dosifica seg¨²n le parece oportuno. Los fiscales temen que esta pol¨ªtica derive en delaciones que tumben parte de la acusaci¨®n, algo similar a lo que ocurre en Galicia con la juez De Lara, a la que su exhaustividad la lleva a abrir causas sin detenerse a cerrar ninguna.
El caso de esta sevillana es distinto al de la mayor¨ªa de colegas retratados en este reportaje. A pesar de que no le falten los enemigos, no es una juez m¨¢rtir. Tiene el respaldo de la Audiencia provincial, una p¨¢gina de fans en Facebook, y la prensa la lleva en palmas en una comunidad en la que muchos ciudadanos y poderes f¨¢cticos est¨¢n quemados con las maneras del PSOE tras 30 a?os de hegemon¨ªa. Alaya ejerce una innegable fascinaci¨®n sobre las c¨¢maras. Coqueta, los d¨ªas en los que sabe que ser¨¢ foco de las miradas elige sus mejores modelos. Pero no hay nadie m¨¢s lejos de ser una mujer objeto. Ser madre del primero de sus cuatro hijos con apenas 20 a?os, y compatibilizarlo con las oposiciones y una exigente carrera, cincel¨® su fuerte car¨¢cter.
Alaya siempre se ha movido entre la timidez y el pundonor. Se ha debatido sobre si su imagen delicada la ha obligado a escenificar una dureza extrema para hacerse respetar. La recusaci¨®n de la Fiscal¨ªa en 2010 ¡ªrechazada por la Audiencia provincial¡ª en la que se pon¨ªa en duda su capacidad para juzgar el caso Mercasevilla por su matrimonio con un importante consultor que hab¨ªa auditado la empresa, la convirti¨® en un animal herido. ¡°Me genera pudor hablar de mi vida privada, situaci¨®n en la que creo que pocos jueces se han visto¡±, expuso en un escrito. Que se cuestionara su validez profesional le produjo una indeleble humillaci¨®n.
Alaya se sabe escrutada. Es discreta y no se deja ver por Sevilla. Pero en su juzgado no admite otra ley que la suya. Sus enfrentamientos a gritos con las partes han sido siempre sonados; por eso caus¨® tanto estupor como admiraci¨®n la estrategia que desarroll¨® en el interrogatorio del ex director general de Trabajo Javier Guerrero. Aquel d¨ªa la conversaci¨®n se desarroll¨® entre sonrisas y mohines a Guerrero, un personaje al que le encanta encantar. La juez dej¨® al interrogado sentirse a gusto y, entre chistes y requiebros, le hizo desembuchar toda la informaci¨®n que le implicaba en la trama fraudulenta. Cuando Alaya le entreg¨® la imputaci¨®n, las sonrisas se helaron.
La sevillana es un buen ejemplo del resbaladizo terreno que pisan los jueces que tienen en sus manos la moral de una ciudad. En determinadas situaciones parece f¨¢cil llegar a sentir que, si no es uno mismo, nadie ser¨¢ capaz de limpiar un horizonte emponzo?ado. Una actitud que puede interpretarse como mesi¨¢nica, pero sustentada por una verdad. ?Qui¨¦n m¨¢s estar¨¢ dispuesto a recibir llamadas de personas importantes sugiriendo que es momento de frenarse? ?Qui¨¦n aceptar¨¢ abrir el peri¨®dico para encontrar comentarios sobre su men¨² de batalla? Probablemente solo alguien que entienda que el premio merece la pena: pararse ante el silencio de un imputado, mirarle a los ojos y entender que hay que seguir adelante. Porque detr¨¢s hay una mentira.
Con informaci¨®n de Silvia R. Pontevedra, Fernando J. P¨¦rez, Jes¨²s Garc¨ªa, Andreu Manresa y Javier Mart¨ªn-Arroyo.
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