La corrupci¨®n y el desd¨¦n
Un presidente responsable deber¨ªa llegar hasta el final del 'caso G¨²rtel', aun a riesgo de tener que renunciar a su funci¨®n
La corrupci¨®n y la desigualdad son dos enfermedades graves de la democracia. La corrupci¨®n desacredita las instituciones y es una humillaci¨®n para la ciudadan¨ªa, que se siente enga?ada por sus representantes y tiene que soportar la obscena exhibici¨®n de los apa?os entre una casta de privilegiados. La indecencia se pavonea por la sociedad, con el desfile permanente de personajes aprovechados y nulamente arrepentidos (G¨¹rtel es ya un icono), habitantes del ¨¢rea de cercan¨ªas del poder, y marca la pol¨ªtica con el sello de la sospecha, la desconfianza y el descr¨¦dito. La desigualdad rompe el sentido de lo com¨²n, expulsa a gran n¨²mero de ciudadanos fuera del sistema y adem¨¢s es ineficiente por los elevados costes que tiene. Una sociedad en la que la desigualdad crece exponencialmente dif¨ªcilmente puede reconocerse como civilizada. Corrupci¨®n y desigualdad van de la mano porque encuentran su caldo de cultivo en una cultura que convierte el dinero en el ¨²nico criterio de comportamiento. Si todo tiene un precio, el que puede pagar lo que se le antoje toma una ventaja descomunal sobre los dem¨¢s. Y siempre encontrar¨¢ gente susceptible de ser comprada.
Contra la corrupci¨®n y la desigualdad se han desplegado los movimientos que han ocupado plazas y calles de todo el mundo en los ¨²ltimos dos a?os, en revueltas muy dispares, con problemas y objetivos diversos, pero que configuran una intrigante cadena de una dimensi¨®n planetaria que no se hab¨ªa dado desde 1968. Evidentemente, no es lo mismo el desaf¨ªo a un sistema autocr¨¢tico que las reivindicaciones de mejor distribuci¨®n del poder en un pa¨ªs democr¨¢tico. Pero la historia nos ense?a que la persistencia en la corrupci¨®n y la explosi¨®n de la desigualdad conducen a menudo a situaciones tr¨¢gicas. Corrupci¨®n y desigualdad son el terreno abonado para la irrupci¨®n del populismo ¡ªportador de tentadoras soluciones definitivas imposibles¡ª, de la violencia y del autoritarismo.
La indecencia se pavonea por la sociedad, con el desfile permanente de personajes aprovechados y nada arrepentidos
Centr¨¦monos en el caso espa?ol. Los dirigentes pol¨ªticos dicen con raz¨®n que no todos los pol¨ªticos son corruptos y que hay mucha gente decente en pol¨ªtica. Me parece innegable y siempre son injustas las condenas generalizadas, es decir, las que convierten las responsabilidades individuales en colectivas. De hecho, son un regalo para los corruptos, que ven su responsabilidad diluida en el magma de una casta, como si fuera una cosa perfectamente normal. Pero los pol¨ªticos son los principales culpables de que la ciudadan¨ªa vea la corrupci¨®n como algo estructural al sistema, por el modo de afrontarla. Su actitud cicatera, su preocupaci¨®n por minimizar los costes para el partido, en vez de contribuir a elucidar las responsabilidades de cada cual, favorece la idea de complicidad y mangoneo con los se?alados por la justicia. El distinto rasero con que se miden la corrupci¨®n propia y la de los dem¨¢s, tambi¨¦n. Luis B¨¢rcenas est¨¢ en la c¨¢rcel. Cuando el presidente Rajoy elude pronunciarse sobre esta cuesti¨®n, en sede parlamentaria, respondiendo a un diputado que ¡°usted puede hablar sobre lo que considere oportuno y conveniente, yo tambi¨¦n puedo hablar sobre lo que estime oportuno y conveniente¡±, se est¨¢ haciendo un flaco favor a s¨ª mismo y a la democracia. B¨¢rcenas ha sido el principal tesorero del PP, Rajoy ha estado con ¨¦l, antes y despu¨¦s de hacerse con la presidencia del partido, y le ha apoyado y defendido. Debe una explicaci¨®n. Y no basta su palabra de honor. Sobre la extensi¨®n y profundidad de la trama G¨¹rtel quedan pocas dudas. Si quien tiene todo el poder para clarificar el asunto no lo hace y se limita a tranquilizar a los miembros de su partido diciendo que no teme nada, ?c¨®mo la ciudadan¨ªa puede confiar en ¨¦l y en el sistema?
Es el caso m¨¢s grave de corrupci¨®n que ha conocido nuestra democracia. Est¨¢ en juego la credibilidad del r¨¦gimen. Un presidente responsable deber¨ªa llegar hasta el final, aun a riesgo de tener que renunciar a su funci¨®n. El silencio de Rajoy induce a la sociedad a creer que el inter¨¦s personal y de partido es determinante. Y que el prestigio de la democracia es irrelevante para el presidente. Y, sin embargo, Rajoy tiene una gran oportunidad de romper la omert¨¤ pol¨ªtica, forzar un cambio en la relaci¨®n entre poder y dinero y desmontar el c¨ªrculo vicioso de la corrupci¨®n. ?No quiere o no le dejan? ?La trama de intereses es m¨¢s fuerte que el presidente? El desd¨¦n de Rajoy hace perder toda esperanza. Dejar que la democracia se siga deteriorando cuando se tiene poder para evitarlo es tambi¨¦n una forma de corrupci¨®n. La mezquindad es el terreno preferido de los corruptos.
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