La ¡®ciudad¡¯ de la espera permanente
El centro de inmigrantes de Melilla tiene el doble de los usuarios previstos
El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) es una peque?a ciudad de la que todos quieren irse. Saben que su paso por este poblado de casas color mostaza es temporal y que all¨ª sobra gente. Se ven llegar unos a otros en un goteo constante de almas perdidas que cruzan la puerta de un lugar seguro por primera vez en meses, si no a?os. Se ven partir en grupos de varias decenas una vez consiguen el paso hacia la Pen¨ªnsula, su verdadero objetivo, o una etapa m¨¢s hasta la deseada Europa.
A las nueve de la ma?ana del jueves, 929 personas se agolpaban en un espacio que deber¨ªa acoger a 450, pero un guineano tocaba meta unos minutos despu¨¦s, exhausto, despu¨¦s de deambular durante casi dos d¨ªas en los rincones de Melilla tras saltar la valla en la madrugada del martes. Eran ya 930. La noche anterior, otros 29 lo dejaban para ser trasladados a centros de acogida de todo el pa¨ªs. A los reci¨¦n llegados al centro les tocan las ¡°camas militares¡±, unas literas de tres pisos de lona en habitaciones de hasta un centenar de plazas. Unos dos meses despu¨¦s, si tienen suerte, pasan a las ¡°camas con colch¨®n¡±, como las llaman ellos mismos, en cuartos de ocho.
El peque?o pueblo tiene una boutique, una especie de bazar asi¨¢tico donde se reparten prendas b¨¢sicas y material higi¨¦nico. En la enfermer¨ªa, fren¨¦tica, decenas de subsaharianos reciben esta semana curas a diario. En el comedor, las colas son m¨¢s densas en el buf¨¦ libre y los espacios, m¨¢s estrechos en las mesas. Pese a que las cuatro ONG que trabajan en el centro ¡ªCruz Roja, ACCEM, Melilla Acoge y CEAR¡ª pueden contratar hasta un 40% m¨¢s de personal si la situaci¨®n lo requiere, est¨¢n desbordadas.
Las camas militares, un recurso provisional para situaciones extraordinarias, son ya permanentes. Durante la semana se han desmontado unas tiendas de campa?a del Ej¨¦rcito, pero ante la avalancha se volver¨¢n a instalar. ¡°Todo nuestro trabajo se vuelve administrativo¡±, admite Carlos Manzano, director del CETI, que dice que los trabajadores sociales solo tienen tiempo de registrar a los nuevos y hacer las entrevistas personales para transcribir su trayectoria. Lo primero que se intenta mantener es la atenci¨®n a las madres con ni?os, que duermen en una zona separada de los hombres. Hasta los dos a?os, tienen que hacerse cargo de ellos. Luego vienen a la guarder¨ªa del CETI y al colegio p¨²blico. ¡°Les obligamos a cambiar el pa?al a los ni?os, porque si no les estamos encima intentan venderlos en mercadillos de la ciudad para sacarse un dinero¡±, explica.
Sacarse unos euros es una obsesi¨®n para los subsaharianos. Venden tambi¨¦n ropa y otros productos higi¨¦nicos. Todos protegen su ropa desde que la lavan hasta que se seca, para que nadie se la quite. El trabajo estrella es lavar coches, aunque en esa casta no entra cualquiera. Los m¨¢s antiguos tienen zonas de la ciudad privilegiadas que se distribuyen por nacionalidades. Meterse en el terreno de otros es un problema. Los usuarios hablan de un chico que lleva tres a?os en el centro, que trabaja todo el d¨ªa, aunque no saben en qu¨¦, y ha ido reuniendo dinero para hacerse con tres ordenadores port¨¢tiles que alquila a los dem¨¢s a un euro la hora para conectarse a Internet.
Los habitantes de este peque?o pueblo se pasan el d¨ªa al sol, la mayor¨ªa sin rutina. Estar en casa, salas de 10 metros cuadrados, es dif¨ªcil. Y, de todos modos, est¨¢n all¨ª para marcharse.
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