Los trapos sucios
Nuestro presidente del Gobierno ha salido al mundo. Todav¨ªa no ha pisado la Casa Blanca, pero ya ha estado en Nueva York, Kazajist¨¢n, y ahora en Jap¨®n. En todos los lugares sorprende su discurso ¨²nico, vender la Marca Espa?a desde un relato en el que prevalece la imagen de un pa¨ªs que ha superado sus desdichas gracias a las reformas del Gobierno y ha recuperado gran parte de su competitividad perdida. Nada que objetar si no fuera porque en el exterior presume de cosas de las que no habla en casa, como que la reforma laboral ha provocado una importante bajada de salarios. O el ostentoso silencio con el que cubre la fuente de nuestros conflictos internos.
Como es sabido, los trapos sucios se lavan en casa. El problema es que este no es el caso. En Espa?a se comporta como si los ciudadanos fu¨¦ramos extranjeros a los que hay que ocultar la suciedad debajo de las alfombras. Su discurso exterior en el fondo es igual que el interior. Espa?a ya empieza a ir bien, la prima de riesgo es el espejo de nuestra alma colectiva, el Gobierno gobierna gracias a su gloriosa mayor¨ªa absoluta... y, s¨ª, ya hemos tocado fondo. El desaf¨ªo soberanista de Catalu?a es un problema menor porque es algo que no puede ser, punto. No hay crisis fiscal del Estado ni hace falta un discurso convincente sobre la viabilidad futura de las prestaciones del Estado de Bienestar o c¨®mo sostenerlo con nuestros niveles de paro o el inevitable envejecimiento de la poblaci¨®n. B¨¢rcenas es un mal sue?o que ya se disip¨® en el psicodrama del 1 de agosto en el Congreso, un delincuente que no supo estar a la altura de la confianza puesta en ¨¦l por el partido. ?Crisis institucional? ?Desafecci¨®n ciudadana? Bueno, forma parte del ruido medi¨¢tico pero no nos distraer¨¢ de nuestro objetivo vital, sacar el pa¨ªs adelante. O sea, actuar como si apretando una sola tecla consigui¨¦ramos reproducir toda la melod¨ªa.
Para empezar, no se ha dado cuenta de que no se han despejado todav¨ªa los problemas econ¨®micos y que el optimismo declarativo por s¨ª mismo no tiene la capacidad de transformar el mundo. M¨¢s bien ocurre al contrario. Decirle lo bien que luce a quien se siente fatal es una tomadura de pelo. Sobre todo porque si hay algo que no podemos permitirnos son las esperanzas vanas. Esta crisis nos ha hecho madurar como colectivo. Ya no estamos para cuentos o para los habituales y facilones discursos de la pol¨ªtica pret¨¦rita. Lo quieran o no, vivimos en otro pa¨ªs. Ahora sabemos cu¨¢les son nuestros problemas y queremos enfrentarlos de una vez, no escuchar cantos de sirenas. Somos demasiado conscientes, ?ay!, de nuestras muchas deficiencias, de que tenemos el armario lleno de trapos sucios que hay que sacar a la luz. Est¨¢ bien que no se los ense?emos a las visitas, pero no soportamos el autoenga?o. Merecemos ¡ªy esto ya da casi verg¨¹enza volver a decirlo¡ª la verdad.
Merecemos ¡ªy esto ya da casi verg¨¹enza volver a decirlo¡ª la verdad
Y la verdad es que, primero, la crisis nos ha desvelado un pa¨ªs poco competitivo, ensimismado en un modelo econ¨®mico caduco que no se va arreglar solamente tirando los salarios o mediante un empleo precario, las remesas de nuestros j¨®venes en el exterior o el turismo. La soluci¨®n no est¨¢ en crear una China mediterr¨¢nea o un parque tem¨¢tico. Segundo, que no se puede construir una nueva pol¨ªtica con capacidad para reintegrar a los ciudadanos en el sistema pol¨ªtico sin una previa asunci¨®n de responsabilidad por los anteriores desmanes de quienes ahora nos representan. Y, tercero, que necesitamos un nuevo inicio, no una continuidad inercial del status quo ante, que dir¨ªa un jurista.
Todas las reformas estructurales parecen dise?adas para que todo siga igual. Con el a?adido de un mayor sufrimiento para el ciudadano. Hemos intercambiado algo m¨¢s de competitividad por mayor precariedad y menores derechos sociales. Hubiera sido asumible si en el mismo paquete se nos hubiera ofrecido una regeneraci¨®n de la pol¨ªtica y un claro proyecto de futuro por el que luchar. Creo que aceptar¨ªamos gustosos menor bienestar por mayor cohesi¨®n y regeneraci¨®n ciudadana, por una verdadera reforma pol¨ªtica asociada a un nuevo pacto constitucional. Pero eso no parece estar en la agenda. La consecuencia es que sigue abri¨¦ndose la brecha entre la Espa?a oficial que Rajoy proclama y la Espa?a real que est¨¢ despertando con fuerza en la sociedad civil. Su discurso monocorde no puede sintonizar con las expectativas creadas porque refleja el mal del que ahora abominamos, la autosuficiencia del gobernante y su incapacidad para tratarnos como mayores de edad.
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