Cosecha amarga en Marinaleda
¡°En 30 a?os no nos hab¨ªa pasado esto¡±, exclam¨® Gordillo al conocer su condena a prisi¨®n
Juan Manuel S¨¢nchez Gordillo est¨¢ cansado. El hombre que hace un a?o incitaba a asaltar supermercados para recordar que las familias pobres no pueden comprar en ellos ha sido abrasado por el altavoz medi¨¢tico que ¨¦l mismo levant¨®. Se recupera de la sobredosis de flashes en el pueblo del que es alcalde, Marinaleda. Este jueves por la ma?ana visita a las cuadrillas que comienzan a recoger la aceituna en un helado mes de noviembre en la sierra sur sevillana. Mientras los hombres varean un ¨¢rbol, una m¨¢quina agarrada al tronco lo agita para facilitar que se desprendan las aceitunas. El ¨¢rbol tiembla hasta emborronarse a la vista como si estuviera dentro de una televisi¨®n mal sintonizada. El trabajo es duro. Las aceitunas, proyectiles. Un hombre se acerca a Gordillo:
- Un chico se ha ido venga a sangrar del ojo porque algo se le ha metido dentro.
Tras supervisar la colecta, el alcalde se acerca por la almazara donde fabrican el aceite. Mira el embudo por donde deben pasar las aceitunas, atiborrado de hojas.
- Traen demasiado forraje, ?no? ¨Cle pregunta al obrero que todos en el pueblo llaman El Bigotes.
El Bigotes suelta la vara con la que aplasta la masa vegetal y responde:
- Mucho. Dentro del molino la conversaci¨®n con Manuel, el encargado, tampoco es tranquilizadora.
Ayer estuvo trabajando hasta las siete de la ma?ana pero hoy la m¨¢quina est¨¢ parada porque los 70.000 kilos de aceitunas que son necesarias para activarla tardan en llegar. Las cuadrillas de recogida no est¨¢n a¨²n bien ajustadas.
- Tendremos que hacer una asamblea para arreglarlo ¨Cdice Gordillo resignado.
Asambleas. As¨ª se resuelve todo en este pueblo de 2.600 habitantes, encarnaci¨®n de la utop¨ªa del campo andaluz desde que en los ochenta consigui¨® que la Junta de Andaluc¨ªa expropiara 1.200 hect¨¢reas de tierra al duque del Infantado y se las cediera a jornaleros que hasta entonces viv¨ªan en un r¨¦gimen casi feudal, sin m¨¢s perspectiva que trabajar las tierras del arist¨®crata los meses que a este le conviniera. Ahora en Marinaleda todo requiere discusiones y una dedicaci¨®n que puede consumir mucha energ¨ªa.
En lo urban¨ªstico el pueblo es poco m¨¢s que una larga calle de casas bajas, cada una con un naranjo en la puerta en el que los vecinos cuelgan la bolsa de basura. Las visitas de los interesados en aplaudir o aprender del modelo de Gordillo se pueden trazar siguiendo las tapias del pueblo: grupos griegos, latinoamericanos, catalanes o asturianos firman murales de inspiraci¨®n ut¨®pica. No hay hoteles, solo un vecino que alquila tres habitaciones, y el polideportivo acoge a los grupos numerosos. El conjunto es de una gran quietud a pesar de que a la entrada del municipio se encuentre el Palo Palo, una sala de conciertos que abre los fines de semana para que toquen grandes grupos del rock espa?ol. Antisistema de izquierdas, m¨²sicos y extranjeros que llegan llevando en la mano recortes de peri¨®dico: ellos son los curiosos bienvenidos.
Pero estos d¨ªas las pintadas revolucionarias aparecen tachadas con espray negro. Hace unas noches recibieron la visita de un grupo de extrema derecha que dej¨® las paredes emborronadas de amenazas. Para unos lo m¨¢s cercano a la utop¨ªa agraria, para otros un parque tem¨¢tico de la izquierda, Marinaleda ha vivido un a?o en el ojo del hurac¨¢n: igual que se ha instituido en lugar de peregrinaci¨®n, tambi¨¦n se ha transformado en blanco de iras, escrutinios y ataques al papel que juegan las subvenciones p¨²blicas en su supervivencia.
Marinaleda vive ante la necesidad de justificar su existencia cada d¨ªa. Entre conversaciones sobre la necesidad de reformar el modelo de ayudas agr¨ªcolas, S¨¢nchez Gordillo (64 a?os) se va a almorzar a su casa arrastrando un aire meditabundo, casi comi¨¦ndose la barba. Pero cuando vuelve todo ha cambiado. Trae los ojos muy abiertos. ¡°Ha salido por televisi¨®n que nos meten siete meses de c¨¢rcel. En 30 a?os de ocupaciones no nos hab¨ªa pasado nunca¡±. Se refiere a la condena del Tribunal Superior de Justicia de Andaluc¨ªa que se acaba de filtrar y que le incumbe a ¨¦l y a tres hombres m¨¢s, entre ellas Diego Ca?amero, la otra cabeza reconocible del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), acusados de capitanear a 500 hombres en la ocupaci¨®n de la finca militar Las Turquillas en 2012 para reclamar que se cediera al pueblo de Osuna. El alcalde, que adem¨¢s de sindicalista es tambi¨¦n parlamentario auton¨®mico por Izquierda Unida, lleva m¨¢s de un mill¨®n de euros en multas que no sabe c¨®mo pagar¨¢. Y sobre sus espaldas tiene pendientes varios procesos, como los de los supermercados el mismo 2012. Tras ellos, reporteros estadounidenses guardaron cola para entrevistarlo y un periodista ingl¨¦s se instal¨® en Marinaleda para escribir un libro.
Ahora todo ha pasado y ha quedado el sabor a ceniza. El precio por su lucha est¨¢ siendo alto para la vida de Gordillo. La condena de c¨¢rcel aparece como un nubarr¨®n especialmente siniestro. Los antecedentes penales son una losa ante los juicios pendientes. ¡°Yo he pasado por muchos calabozos y no me importa, pero una c¨¢rcel no est¨¢ bien ni para cinco minutos¡±, lamenta el pol¨ªtico. ¡°He visitado todas las de Andaluc¨ªa y s¨¦ lo que son: destrozapersonas¡±. Considera que los juzgados se equivocan ante un acto simb¨®lico: ¡°Est¨¢n despistados con nosotros. No saben lo que somos: no queremos violencia. Yo no le he pegado ni le pegar¨ªa nunca a un polic¨ªa¡±. Es f¨¢cil comprender la confusi¨®n.
El SAT es una construcci¨®n peculiar, sincr¨¦tica, que a¨²na los ideales pol¨ªticos de la izquierda radical con la tradici¨®n anarquista rural andaluza, el municipalismo y la resistencia civil de la contracultura estadounidense. Su brazo pol¨ªtico es el Colectivo de Unidad de los Trabajadores (CUT), el partido de Gordillo y una fuerza desequilibrante dentro de Izquierda Unida en Andaluc¨ªa. Las acciones del sindicato el ¨²ltimo a?o hicieron la v¨ªa agraria atractiva para colectivos del 15 M y antisistema, que desde entonces han venido colaborando con el sindicato en proyectos como las corralas okupadas de Sevilla o la finca de Somonte (C¨®rdoba), unos terrenos de la Junta de Andaluc¨ªa en los que el SAT espera que se pueda replicar el modelo autogestionado de Marinaleda con un perfil de activista m¨¢s moderno.
Esa parece la gran pregunta:?por qu¨¦ no se repite un modelo tan goloso en otros municipios? Delante de El Humoso, el antiguo cortijo de los duques, Gordillo se encoge de hombros de nuevo con aire melanc¨®lico. ¡°Porque esto no es nada f¨¢cil. Conseguir los terrenos fue complicad¨ªsimo, y consolidarlo sigue si¨¦ndolo cada d¨ªa, con zancadillas, malinterpretaciones y sinsabores¡±. En 1979 los trabajadores andaban todos los d¨ªas ocho kil¨®metros entre los olivos y bajo el sol desde el pueblo al cortijo para manifestarse. Despu¨¦s de conseguir la tierra para ellos se encontraron con que la batalla acababa de empezar.
Se instituyeron en la cooperativa El Humoso y eligieron los cultivos para los que era necesaria m¨¢s mano de obra, como la alcachofa, el pimiento y la aceituna. Todo lo que gana la cooperativa se reinvierte en crear m¨¢s empleo. Ante la evidencia de que con el dinero que se paga en el mundo moderno por los productos del campo no ten¨ªan suficiente, en 1999 abrieron una f¨¢brica de envasado de sus. Pero ser comunistas no les coloca fuera de la l¨®gica del mercado. Tambi¨¦n ellos est¨¢n encerrados en la carrera de abaratar costes continuamente para que la competencia no los aniquile. Han necesitado automatizar al m¨¢ximo los procesos, y todo el recorte de personal que hacen por ese lado intentan solucionarlo abriendo nuevas v¨ªas de negocio. Ovejas, cultivos ecol¨®gicos¡ La cooperativa bracea por sobrevivir buscando recetas para resistir los precios bajos que fijan las grandes compa?¨ªas.
Solo el 30% de lo que producen se comercializa con la marca El Humoso porque el proceso implica demasiados gastos; el otro 70% se lo venden a compa?¨ªas que fabrican las propias marcas que los hombres del SAT sustraen de los supermercados. ¡°As¨ª es lo del capitalismo: haces el aceite y se lo tienes que vender a una multinacional¡±, reconoce Gordillo. Ahora el alcalde tiene el sue?o de introducir cultivos como puerros y acelgas, crear una l¨ªnea de fr¨ªo y fabricar alimentos precocinados. ¡°Queremos dar un salto y aumentar la parte de producci¨®n industrial, pero para eso necesitamos cr¨¦dito, como todo el mundo, y los bancos no quieren o¨ªr del asunto porque prefieren darle el dinero a la Duquesa de Alba, que ofrece m¨¢s garant¨ªas¡±. Banca ¨¦tica, cooperativas de cr¨¦dito, donaciones¡ Las salidas son estrechas. Y m¨¢s cuando la crisis amenaza con tumbar muchos avances. En los ¨²ltimos tiempos en la cooperativa han recibido muchos desesmpleados de la construcci¨®n. En las asambleas del pueblo se ha hablado tres veces de bajar los sueldos para seguir siendo competitivos.
El Ayuntamiento, con un presupuesto anual de unos tres millones, tambi¨¦n sufre los recortes de aportaciones estatales y auton¨®micas. Sube la intensidad de las protestas de los cr¨ªticos que acusan a Marinaleda de ser la ni?a mimada de la Junta, que le permite todos sus desmanes por el halo rom¨¢ntico que envuelve la historia de los jornaleros irredentos. Es innegable que una parte fundamental de los ingresos de los vecinos proceden de los subsidios del Plan Fomento de Empleo Rural (antiguo PER) en una situaci¨®n que comparten con gran parte de la Andaluc¨ªa rural. Con la diferencia de que en esos otros pueblos no se vende que viven una situaci¨®n de pleno empleo.
Las peculiaridades del pueblo son innumerables. Con excepci¨®n de los que tiene negocios privados o los que trabajan sus propias tierras, todos los habitantes tienen el mismo salario (1.200 euros por seis horas y medias de trabajo al d¨ªa seis jornadas a la semana) independientemente de que sean profesores de instituto o campesinos en la cooperativa, que emplea al 50% de la poblaci¨®n. No tiene polic¨ªa local; y solo cinco administrativos, el interventor y el secretario cobran por el trabajo en el ayuntamiento. Los servicios como la guarder¨ªa o la piscina son pr¨¢cticamente gratuitos. Un grupo de cultivo ecol¨®gico provee de comida al comedor infantil. Y luego est¨¢n las casas: 150 viviendas del pueblo han sido levantadas por los vecinos apoy¨¢ndose en un plan de subvenciones de la Junta, que paga los materiales de construcci¨®n si los vecinos se toman los dos a?os necesarios del grueso del trabajo.
Ese proyecto estrella de vivienda, como explica el Ayuntamiento, podr¨ªa realizarse en cualquier pueblo con habitantes con tiempo libre; el problema es poner a los vecinos de acuerdo. Y de eso tienen experiencia en Marinaleda. En el campo estos d¨ªas con la aceituna hay unos 200 empleados. Los hombres del CUT los distribuyen en asamblea seg¨²n criterios poco claros. Mientras, en la f¨¢brica trabajan dos turnos de 50 personas al d¨ªa. La mayor¨ªa son mujeres que, rodeadas de pal¨¦s con latas de pimientos, limpian y envasan las alcachofas de una peque?a l¨ªnea de producci¨®n, tan limpia y comprensible que parece de juguete. Fuera de los d¨ªas de asamblea, cuando se decide todo (de los presupuestos a las fiestas) la vida del pueblo no aparece tan politizada como ser¨ªa de prever.
Algunos vecinos cr¨ªticos se lamentan porque no haya chicos que quieran ir a la universidad ante la certeza de que tienen la vida resuelta si trabajan para la cooperativa. Pasa en todos los pueblos, reconocen, pero all¨ª con una intensidad que algunos creen que puede estar hipotecando su futuro. Son debates que se mantienen en voz baja. Sobre la forzada pureza ideol¨®gica de Marinaleda se ha hablado mucho, sobre todo a partir de unos detalles f¨¢cilmente corroborables: una televisi¨®n local (ahora cerrada) con desconexiones a canales chavistas y cubanos, los Domingos rojos de trabajo voluntario que sirven para cimentar la moral colectiva... Por eso sorprende entrar en un bar y ver sobre la barra un diario de l¨ªnea editorial orgullosamente de derechas, o encontrar en casa de un vecino la misma imaginer¨ªa religiosa que se puede ver en cualquier pueblo andaluz. El propio Gordillo reconoce que en los ¨²ltimos a?os han ido llegando inmigrantes a los que se les ha dado trabajo ¡°sin pedirles un carn¨¦ pol¨ªtico, porque hay que ser realistas¡±.
Sin embargo, Mariano Pradas, portavoz del PSOE, avisa de lo peligroso de creer que en el pueblo se permite la disensi¨®n. Pradas, nacido en Marinaleda, trabajador nocturno del servicio de recogida de basura de Estepa, insiste mucho en que es un hombre de izquierdas. ¡°Y me parecen fatal todos los recortes de libertades que persigue Rajoy. Creo que hay que luchar contra ellos¡±, enfatiza. Es sindicalista y asegura que vota a favor de la mayor¨ªa de reivindicaciones que Gordillo lleva al pleno municipal porque est¨¢ de acuerdo en pedir mejoras para el pueblo. Aun as¨ª, no hay sesi¨®n en la que el p¨²blico no termine grit¨¢ndole fascista. ¡°Porque ese es el problema: aqu¨ª no hay negociaci¨®n ni hay espacio para la m¨ªnima cr¨ªtica. O est¨¢s de acuerdo en lo que dice ¨¦l y como lo dice ¨¦l, o eres un fascista y no tienes derecho a la palabra ni a ver los papeles del Ayuntamiento¡±, cuenta en un bar del pueblo.
La f¨®rmula de que el problema del asunto est¨¢ en las formas y no en el fondo se queda corto en este caso, asegura Pradas: ¡°Es la concepci¨®n misma de lo que significa lo p¨²blico. Yo creo que las cosas tienen que ser de todos, incluso de los que no est¨¢n de acuerdo contigo. Hay veces que yo querr¨ªa apoyar mociones y que no puedo porque est¨¢n escritas ¡®contra los fascistas que han hecho no s¨¦ qu¨¦¡±. El socialista denuncia la patrimonializaci¨®n de los recursos comunes en la que ha incurrido Gordillo: ¡°?l reparte el poco trabajo que hay beneficiando a los que le siguen en las manifestaciones. Si no est¨¢s de acuerdo con ¨¦l, solo te llaman para campa?as en las que hace falta mucha mano de obra¡±. El sistema de plenos del pueblo es, desde luego, peculiar.
Durante unos a?os probaron a que las decisiones municipales se tomaran en asamblea abierta, pero la Administraci¨®n tumbaba por ilegales cada una de las actas que le llegaban. Por eso, desde hace a?os, antes de cada pleno los ciudadanos votan a mano alzada qu¨¦ esperan que los diputados de IU amonesten (son nueve sobre un total de once), y estos luego cumplen el mandato. Es solo cuando todo est¨¢ consensuado que entran a la sala los miembros de la oposici¨®n. ¡°La gente ya est¨¢ caliente contra nosotros¡±, se lamenta Pradas, ¡°y hay veces que no podemos ni hablar¡±. El PSOE no tiene sede municipal, pero al PP le falta hasta el candidato. Solo alg¨²n pol¨ªtico sevillano se presenta simb¨®licamente sin haber pisado nunca el pueblo.
Jos¨¦ Antonio Borrego, que fue elegido en 1999 el ¨²nico concejal popular de la historia de Marinaleda, est¨¢ domiciliado all¨ª pero trabaja en Sevilla de administrativo. ¡°Solo viene los fines de semana, y no todos¡±, explica una mujer que abre la puerta de su casa. Varios vecinos coinciden en que los cuatro a?os de actividad pol¨ªtica de Borrego -al que Gordillo, profesor de Historia, dio clases en el instituto del pueblo- fueron una pesadilla para ¨¦l. Marinaleda es una lucha, y en la lucha S¨¢nchez Gordillo y sus partidarios no entienden de sacrificios ni de prisioneros o concilios. Solo aceptan los colores puros: el rojo, blanco y verde de su bandera. Sin matices. Por eso y porque se enfrenta a la forma en las que se hacen las cosas en el resto del universo, para bien y para mal el proyecto de Marinaleda es un fruto delicado que requiere de continuos cuidados. Mientras, tras las pintadas y los gritos, contin¨²a viviendo un pueblo humilde, de jornaleros orgullosos de serlo que en las noches m¨¢s fr¨ªas del a?o calientan sus salones con estufas alimentadas con ramas de olivo.
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