Motines
La rebeli¨®n s¨®lo pudo estallar porque los vecinos ya estaban previamente cargados de airadas razones para indignarse
La noticia m¨¢s sorprendente de la semana pasada fue el levantamiento de los vecinos burgaleses del barrio de Gamonal contra la alcaldada que pretend¨ªa expropiar su calle mayor para dar un pelotazo urban¨ªstico. Y para impedirlo se sublevaron, protagonizando un aut¨¦ntico mot¨ªn popular que parece heredero no tanto del mot¨ªn de Aranjuez (1808), dirigido contra el valido Godoy acusado de corrupci¨®n, como del mot¨ªn de Esquilache (1766), montado contra otro anterior valido cuya pol¨ªtica econ¨®mica de reformas estructurales (?les suena?) hab¨ªa encarecido sobremanera el pan y dem¨¢s recursos de subsistencia, empobreciendo de forma insoportable a las clases menestrales.
En aquel sonado caso, la chispa que prendi¨® el fuego de la ira popular fue el c¨¦lebre bando de las capas que prohib¨ªa embozarse el rostro (en un curioso precedente del actual interdicto contra el pa?uelo isl¨¢mico). Pero en realidad su origen profundo hay que buscarlo en la ¡°econom¨ªa moral de la multitud¡± (seg¨²n la certera expresi¨®n acu?ada en 1979 por el historiador brit¨¢nico E. P. Thompson): esa conciencia compartida de estar sufriendo una injusticia sangrante que mueve al pueblo llano a sublevarse para recuperar su dignidad.
Pues bien, la causa ¨²ltima del mot¨ªn de Gamonal tambi¨¦n hay que buscarla en la econom¨ªa moral de la multitud. La chispa precipitante que provoc¨® la protesta fue el comienzo de las obras del aparcamiento especulativo. Pero la rebeli¨®n s¨®lo pudo estallar porque los vecinos ya estaban previamente cargados de airadas razones para indignarse. De ah¨ª el paralelo entre el despotismo ilustrado de Esquilache y las alcaldadas arbitrarias de la oligarqu¨ªa caciquil (llamada por algunos ¨¦lite extractiva) que gobierna las ciudades como Burgos, recortando los derechos de sus vecinos con la excusa tecnocr¨¢tica de elevar su competitividad acometiendo reformas estructurales.
Un despotismo municipal que encubre toda suerte de tramas clientelares rayanas en la corrupci¨®n, y que se sustenta en dos pilares gravemente perniciosos. De un lado, el poder casi ilimitado del alcalde-presidente de la corporaci¨®n, que sin control suficiente puede gobernar la ciudad pr¨¢cticamente por decreto-ley. Y del otro, la falta de independencia de los funcionarios encargados de controlar sus decisiones ejecutivas, como los secretarios e interventores municipales.
Est¨¢n por desarrollar los reglamentos de la nueva Reforma Local (Ley 27/2013 de 30 de diciembre), te¨®ricamente destinada a poner los Ayuntamientos (y las Autonom¨ªas) bajo el control de la Intervenci¨®n del Estado. Pero hasta que entre en vigor, y en nombre de la autonom¨ªa local, los ediles se seguir¨¢n resistiendo a rendir cuentas ante controladores externos, que es la ¨²nica forma de prevenir y evitar esc¨¢ndalos tan descomunales como el de los ERE andaluces. De modo que cabe temer lo peor, pues el caciquismo local seguir¨¢ campando a sus anchas mientras no lo impidan motines como el de Gamonal.
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