El falangista y el rojo
Su¨¢rez vio en Tarradellas un ant¨ªdoto contra la hegemon¨ªa izquierdista en Catalu?a
![El presidente de la Generalitat de Cataluña Josep Tarradellas, recibido en la Moncloa por el entonces presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en 1978.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OKVXJNCDYWRDWK6VZIOACSAOGE.jpg?auth=e120f0dba4fe78d5ff71a1365ad6ac55a1110501996c65e8dfa27ba6410de593&width=414)
No es que se hallasen situados en las ant¨ªpodas el uno del otro; es que proced¨ªan de planetas distintos. Lo ¨²nico que ten¨ªan en com¨²n eran los or¨ªgenes peque?o-burgueses, de una clase media baja, y el ascenso socioprofesional meritocr¨¢tico y ligado a la pol¨ªtica. Por lo dem¨¢s, incluso pertenec¨ªan a generaciones diferentes. Cuando Adolfo Su¨¢rez Gonz¨¢lez ¡ªabulense, castellano viejo¡ª naci¨® en septiembre de 1932, Josep Tarradellas i Joan ¡ªcatal¨¢n por los cuatro costados¡ª contaba 33 a?os, ya era consejero de Gobernaci¨®n de la Generalitat y estaba organizando para unas semanas m¨¢s tarde las elecciones a un Parlamento catal¨¢n que se reunir¨ªa por primera vez tras dos siglos y cuarto.
Mientras los Su¨¢rez formaron parte, sin relieve alguno, del bando vencedor en la Guerra Civil, Tarradellas podr¨ªa haber sido el arquetipo de los rojo-separatistas demonizados por el franquismo. Hombre fuerte de los Gobiernos catalanes presididos por Llu¨ªs Companys desde el verano de 1936 ¡ªy, por tanto, socio pol¨ªtico de comunistas estalinianos y libertarios de pistola al cinto¡ª, signatario del Decreto de Colectivizaciones y Control Obrero de octubre de aquel a?o, impulsor de las Industrias de Guerra de Catalu?a, secretario general de Esquerra Republicana desde febrero de 1938, al a?o siguiente la victoria de Franco le lanz¨® al exilio franc¨¦s, y solo una oportuna huida a Suiza le evit¨® correr, en el Hex¨¢gono ocupado por los nazis, la tr¨¢gica suerte de Companys, Peir¨® o Zugazagoitia.
As¨ª, pues, cuando en la segunda mitad de la d¨¦cada de 1950 Adolfo Su¨¢rez inici¨®, bajo la protecci¨®n de Fernando Herrero Tejedor, su carrera pol¨ªtica en el seno del partido ¨²nico franquista ¡ªla Falange rebautizada como Movimiento Nacional¡ª, hac¨ªa poco que Josep Tarradellas hab¨ªa sido elegido, en la embajada de la Rep¨²blica Espa?ola en Ciudad de M¨¦xico, presidente de la exiliada Generalitat de Catalu?a.
Mientras Su¨¢rez luc¨ªa camisa azul y casaca blanca aderezada de yugo y flechas, y comenzaba a gozar de los medios y los atributos del poder (coche oficial, un buen despacho, secretarias...) correspondientes al prometedor cachorro del r¨¦gimen que era, un Tarradellas ya sexagenario languidec¨ªa en un caser¨®n de la Turena francesa, asediado por las penurias econ¨®micas y pol¨ªticamente muy desconectado del interior. La Generalitat que dec¨ªa presidir solo exist¨ªa dentro de su cabeza, o entre aquellas cuatro paredes, y se manifestaba apenas a trav¨¦s de cartas y mensajes pol¨¦micos, destinados m¨¢s a defender la preeminencia institucional del President que a incidir sobre la pol¨ªtica antifranquista clandestina en Catalu?a. La cual, por su parte, viv¨ªa muy ajena a la figura del exiliado de Sant-Martin-le-Beau.
Podr¨ªa decirse, pues, que mientras m¨¢s ascend¨ªa la estrella de Adolfo Su¨¢rez (procurador en Cortes en 1967, gobernador de Segovia al a?o siguiente, director general de Radiotelevisi¨®n Espa?ola en 1969, en 1975 vicesecretario y luego ministro Secretario General del Movimiento), m¨¢s parec¨ªa oscurecerse el futuro de Tarradellas.
Mientras la estrella de Suar¨¦z ascend¨ªa, la de Tarradellas languidec¨ªa
En los d¨ªas de la muerte de Franco, cuando el de Cebreros ¡ªtodav¨ªa en uniforme falangista¡ª jur¨® ante el flamante Rey el cargo de ministro, el porvenir pol¨ªtico de los catalanes parec¨ªa estar en manos de la poderosa Assemblea de Catalu?a, de los partidos que la integraban (sobre todo, el PSUC...) y de la interacci¨®n que fuera a establecerse entre estos y los albaceas de la dictadura. En cuanto a Tarradellas, nadie pensaba en ¨¦l, y eran bien pocos los que sab¨ªan de su existencia.
A partir de ah¨ª, durante los dieciocho meses siguientes tuvieron lugar dos prodigios, aunque de escala diferente. No corresponde explicar aqu¨ª ni el c¨®mo ni el porqu¨¦, pero lo cierto es que, en apenas un semestre, el joven (43 a?os) y apenas conocido Adolfo Su¨¢rez pas¨® de novel ministro de una cartera a extinguir (la jefatura del fosilizado partido ¨²nico franquista) a presidente del Gobierno, para esc¨¢ndalo de algunos (¡°?Qu¨¦ error, qu¨¦ inmenso error!¡±, dejar¨ªa escrito Ricardo de La Cierva) y desd¨¦n de muchos, que tacharon al suyo de ¡°Gobierno de penenes¡±.
Encima, apenas llegados a la c¨²spide del Ejecutivo, Su¨¢rez y su equipo mostraron una resuelta voluntad de desmantelar gradualmente la legalidad dictatorial. Una voluntad que, a trav¨¦s de la aprobaci¨®n de la Ley para la Reforma Pol¨ªtica, conducir¨ªa hasta la convocatoria de elecciones pluripartidistas y cuasidemocr¨¢ticas el 15 de junio de 1977.
Mientras se desarrollaba ese viaje ¡°de la ley a la ley¡±, tuvo lugar en el escenario pol¨ªtico-social catal¨¢n otro ascenso mete¨®rico: el de la popularidad y la autoridad de Josep Tarradellas. Con toda la experiencia pol¨ªtica acumulada en sus 77 a?os ¡ªfrente a la biso?ez de quienes emerg¨ªan apenas de la clandestinidad¡ª, el veterano exiliado supo imponerse a los partidos y a los organismos unitarios y hacer que le reconocieran como interlocutor principal en cualquier hipot¨¦tica negociaci¨®n con Madrid, mientras la ciudadan¨ªa comenzaba a ver en ¨¦l al s¨ªmbolo de la restauraci¨®n de los derechos nacionales cercenados por las armas en 1939.
El informe Casinello retrataba a viejo republicano como un hombre de orden
Con todo, el engarce entre Tarradellas y Su¨¢rez no era inevitable, no estaba escrito en los astros. En febrero de 1976, a¨²n durante el mandato de Arias Navarro, el President se hab¨ªa entrevistado con F¨¦lix Pastor Ridruejo, Manuel Mili¨¢n Mestre y otros enviados de Manuel Fraga, por entonces el aparente hombre del futuro en Madrid; pero el di¨¢logo no fructific¨®. Si alguien se pregunta todav¨ªa por qu¨¦ no fueron Fraga y sus magn¨ªficos, en vez de Su¨¢rez y sus penenes, quienes protagonizaron la Transici¨®n, ah¨ª tiene una respuesta.
A quienes iban a fundar Alianza Popular les resultaba inconcebible conceder alg¨²n tipo de reconocimiento a aquel viejo republicano, a quien segu¨ªan viendo como un peligroso revolucionario. Baste recordar que el 27 de junio de 1977 un inquieto Laureano L¨®pez Rod¨® acudi¨® a la Zarzuela para advertirle al Rey que Tarradellas era un seudopresidente ilegal e ileg¨ªtimo. A la misma hora, el aludido ya hab¨ªa aterrizado en Barajas a bordo de un avi¨®n privado, y estaba a punto de ser recibido tanto en la Moncloa como en la propia Zarzuela...
Libres de las servidumbres ideol¨®gicas de los aliancistas, los hombres de Su¨¢rez ¡ªsobre todo, Alfonso Osorio¡ª ten¨ªan una imagen precisa de Tarradellas desde el oto?o de 1976, gracias a la visita a Saint-Martin-le-Beau del a la saz¨®n teniente coronel Andr¨¦s Casinello, un hombre procedente del SECED, el servicio secreto creado a la sombra de Carrero Blanco. El informe Casinello retrataba a un Tarradellas inflexible en su legitimismo como presidente de la Generalitat (el militar lo comparaba con ¡°un rey destronado¡±), pero muy pragm¨¢tico y absolutamente de orden en todo lo dem¨¢s. Era una carta a jugar, una carta que de momento permaneci¨® oculta en la manga de Su¨¢rez.
Saldr¨ªa de all¨ª el 16 de junio de 1977. Ante los resultados electorales de la v¨ªspera en Catalu?a (el magro resultado de la UCD, la mayor¨ªa absoluta social-comunista-republicana, el 80% sumado por las fuerzas procedentes del antifranquismo), Tarradellas se convirti¨® de repente en el mal menor, en el recurso para soslayar la hegemon¨ªa izquierdista.
Naturalmente, la operaci¨®n ten¨ªa un coste para Adolfo Su¨¢rez: conllevaba el restablecimiento inmediato, preconstitucional, de la Generalitat, y la validaci¨®n para presidirla de quien hab¨ªa sido investido en el exilio, en virtud de la Constituci¨®n republicana de 1931 y del Estatuto de Autonom¨ªa de 1932. Fue un elemento de ruptura jur¨ªdica sin paralelo en toda la transici¨®n democr¨¢tica, y enfureci¨® a ciertos militares, como el teniente general Coloma Gallegos. Pero fue tambi¨¦n un rasgo de audacia suarista que ayud¨® a engrasar durante largo tiempo las bisagras catalano-espa?olas.
Se ha hablado mucho sobre lo mal que fue la primera entrevista Su¨¢rez-Tarradellas en La Moncloa, y sobre el golpe de genio del catal¨¢n al declarar luego a la prensa que el encuentro hab¨ªa sido ¡°muy cordial¡±. Lo que es seguro es que, aquel d¨ªa, ni el exfalangista reciclado en dem¨®crata ni el presunto rojo-separatista que nunca pas¨® de radical-socialista a la francesa pod¨ªan imaginar que acabar¨ªan siendo el duque de Su¨¢rez y el marqu¨¦s de Tarradellas.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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