Muere Adolfo Su¨¢rez, el l¨ªder que cambi¨® la historia de Espa?a
Fallece a los 81 a?os el primer presidente del Gobierno de la democracia, que dirigi¨® el cambio de un Estado dictatorial hasta la democracia
Fue el coraje hecho persona y el m¨¢s firme defensor de los valores del di¨¢logo y del consenso. Pero por encima de todo, Adolfo Su¨¢rez Gonz¨¢lez, que ha fallecido este domingo 23 de marzo a los 81 a?os tras una larga enfermedad neurodegenerativa, entra en la Historia por haber dirigido un aut¨¦ntico cambio en el curso de los asuntos p¨²blicos de Espa?a, que transit¨® desde el Estado dictatorial hasta la democracia constitucional en solo dos a?os y medio, a pesar de la intensidad de los esfuerzos de la extrema derecha y del terrorismo de ETA y del GRAPO para impedirlo, y de las conspiraciones de franquistas atrincherados en el inmovilismo.
El portavoz de la familia, Ferm¨ªn Urbiola, con la cara desencajada ha hecho el anuncio oficial a las puertas de la cl¨ªnica Cemtro de Madrid ante los medios congregados. Urbiola, en un breve parlamento, ha tenido que improvisar la confirmaci¨®n de la muerte del expresidente y ha dado las gracias en nombre de la familia, informa Fernando J. P¨¦rez. Los m¨¦dicos han precisado que ha fallecido por el "deterioro neurol¨®gico".
La capilla ardiente para despedir al expresidente estar¨¢ instalada desde este lunes a las diez de la ma?ana y durante 24 horas en el Congreso de los Diputados, donde la bandera ondea ya a media asta. Al d¨ªa siguiente, el f¨¦retro con los restos de Su¨¢rez ser¨¢ trasladado a la catedral de ?vila, donde se celebrar¨¢ una misa en su memoria y ser¨¢ enterrado en el claustro del templo junto a su esposa y junto al que fue presidente de la Rep¨²blica en el exilio, el historiador Claudio S¨¢nchez Albornoz. Adem¨¢s, el Gobierno ha decretado tres d¨ªas de luto oficial, seg¨²n ha anunciado el presidente, Mariano Rajoy.
Todos los partidos pol¨ªticos de todo el espectro ideol¨®gico han reconocido el papel de Adolfo Su¨¢rez y su aportaci¨®n a la democracia. Al reconocimiento de las formaciones pol¨ªticas se sumaron los presidentes auton¨®micos con comunicados o declaraciones. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha asegurado que el "mejor homenaje" que los espa?oles pueden rendir a Adolfo Su¨¢rez tras su fallecimiento es "seguir el camino que ¨¦l marc¨®: de entendimiento, de concordia y de solidaridad entre espa?oles".
El hombre que capitane¨® la Transici¨®n
Un golpe de tim¨®n del rey don Juan Carlos fue precisamente lo que desbloque¨® el camino de una reforma pol¨ªtica que tuvo muchos padres. Su¨¢rez hab¨ªa redactado una hoja de ruta de la futura democracia, ¡°unas cuartillas¡± que puso en manos del Rey en el mayor de los secretos, seg¨²n afirma su c¨ªrculo ¨ªntimo. Esa versi¨®n contrasta con las Memorias p¨®stumas de Torcuato Fern¨¢ndez Miranda, el maduro profesor que ofici¨® de mentor pol¨ªtico de don Juan Carlos en sus primeros a?os como Rey, en las que se atribuye a s¨ª mismo el papel de dise?ador de la Transici¨®n. L¨ªderes de la izquierda, como Felipe Gonz¨¢lez y Santiago Carrillo, tambi¨¦n participaron de lleno en las decisiones de la Transici¨®n, y aunque m¨¢s tard¨ªamente, tambi¨¦n hay que reconocer el papel de Manuel Fraga.
Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible si Su¨¢rez, al frente del segundo Gobierno del Rey, hubiera titubeado o se hubiera atascado en la conducci¨®n del proceso durante el a?o escaso que transcurri¨® entre su nombramiento como jefe del Gobierno y las elecciones del 15 de junio de 1977. Decidi¨® una primera amnist¨ªa de presos pol¨ªticos, disolvi¨® el Movimiento Nacional, legaliz¨® a los partidos que pugnaban por la democracia; socialistas y comunistas contuvieron a los m¨¢s radicales y Su¨¢rez se faj¨® para que las estructuras franquistas se hicieran el haraquiri, como un general que tuerce el brazo a sus tropas, siempre por el procedimiento "de la ley a la ley". De ah¨ª la inquina que le guardaron los elementos inmovilistas.
Don Juan Carlos despidi¨® a Carlos Arias, su primer presidente del Gobierno, el 30 de junio de 1976. Este no hab¨ªa presentado la dimisi¨®n, pero tampoco se resisti¨®. En las jornadas sucesivas, Fern¨¢ndez Miranda maniobr¨® para hacer posible que los consejeros del Reino incluyeran el nombre de Su¨¢rez en el tr¨ªo de propuestas para nuevo presidente ("terna", en la jerga de la ¨¦poca). Era un asunto delicado porque, seg¨²n la legislaci¨®n de la dictadura, el jefe del Estado solo pod¨ªa designar a uno de los tres que le propusiera aquel ¨®rgano dominado por franquistas de toda la vida. De ah¨ª la habilidad con que Fern¨¢ndez Miranda condujo las deliberaciones para que el nombre de Su¨¢rez figurase como si fuera de relleno. Al t¨¦rmino, anunci¨®: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", sin especificar en qu¨¦ consist¨ªa. El secreto se guard¨® hasta el d¨ªa en que el Monarca convoc¨® a Su¨¢rez a La Zarzuela para pedirle "el favor" de aceptar la presidencia del Gobierno. Y al futuro conductor de la Transici¨®n solo se le ocurri¨® esta primera respuesta: "?Por fin!".
Su¨¢rez contaba entonces con 43 a?os. Criado pol¨ªticamente en el Movimiento Nacional (el partido ¨²nico de Franco, un magma de falangistas, sindicalistas verticales y cargos p¨²blicos), llevaba nueve dedicado a la pol¨ªtica. Hab¨ªa comenzado como procurador en Cortes (hoy, diputado) por ?vila, su provincia natal, hasta desempe?ar la secretar¨ªa general del Movimiento en el primer Gobierno del Rey. Una trayectoria con poco brillo y demasiada juventud para la ¨¦lite intelectual y funcionarial de la ¨¦poca, que comparti¨® con la oposici¨®n clandestina, sin quererlo, la impresi¨®n de que el Rey hab¨ªa cometido el error de su vida.
"Obrad sin miedo"
Eso dijo el Rey en la primera reuni¨®n del Consejo de Ministros formado por Su¨¢rez, seg¨²n testimonio de su entonces vicepresidente, Alfonso Osorio. No hab¨ªan transcurrido dos semanas desde la designaci¨®n cuando el nuevo Ejecutivo anunci¨® la celebraci¨®n de elecciones en menos un a?o, y se fij¨® el plazo m¨¢ximo del 30 de junio de 1977. Abandonada la titubeante reforma pol¨ªtica del Gobierno anterior, el nuevo proyecto pasaba por establecer un objetivo m¨¢s claramente democr¨¢tico. La base para ello sali¨® del cerebro de Fern¨¢ndez Miranda, lo que ¨¦l mismo llam¨® el documento "sin padre". Por corto que parezca ahora el objetivo, se trataba de elegir un Parlamento por sufragio universal, por primera vez desde 1936. Para conseguirlo era necesario que las Cortes franquistas lo aprobaran por mayor¨ªa de dos tercios. En el intento de salvar obst¨¢culos, Su¨¢rez protagoniz¨® el 8 de septiembre una reuni¨®n con el alto mando militar de la que sali¨® la versi¨®n de que el presidente hab¨ªa prometido no legalizar al PCE. Por eso cuando lo hizo, nueve meses m¨¢s tarde, una parte del alto mando se sinti¨® traicionado y le pareci¨® pretexto suficiente para protagonizar un conato de rebeli¨®n.
Primero fue la ley de reforma pol¨ªtica, negociada no con la oposici¨®n ilegal -aunque se le tuvo al corriente- sino con Alianza Popular, el grupo que acababa de fundar Manuel Fraga y que contaba con 200 procuradores en las Cortes franquistas. El 18 de noviembre de 1976, una gran mayor¨ªa de procuradores en Cortes (425 a favor, 59 en contra, 13 abstenciones) aprob¨® la ley que autorizaba al Gobierno para convocar elecciones a Congreso y Senado, salvo 40 senadores reservados a la designaci¨®n del Rey. Inmediatamente se convoc¨® un refer¨¦ndum de ratificaci¨®n, que cont¨® con una participaci¨®n del 77% (pese a la abstenci¨®n solicitada por la oposici¨®n), de los cuales vot¨® a favor el 94%.
Su¨¢rez consigui¨® una gran victoria tras torcer el brazo a sus propias tropas. Ese triunfo reforz¨® al presidente del Gobierno frente a Fern¨¢ndez Miranda, que se hab¨ªa limitado a actuar en la sombra. Ah¨ª comenz¨® el distanciamiento entre los dos. Su¨¢rez tom¨® decididamente las riendas de la negociaci¨®n de las condiciones en que iban a celebrarse las primeras elecciones, la legalizaci¨®n de los partidos clandestinos (no todos, pero s¨ª los que se supon¨ªa m¨¢s potentes) y los preparativos para las urnas. El terrorismo de ETA, de los GRAPO y de la extrema derecha se abati¨® sobre el incipiente proyecto democr¨¢tico, pero eso no impidi¨® la legalizaci¨®n de los principales grupos de izquierda que iban a ser la base de la estructura pol¨ªtica del Estado reformado. El 9 de abril de 1977 qued¨® legalizado el Partido Comunista, poco despu¨¦s de que fuera retirado el gigantesco yugo y las flechas instalado en la madrile?a Alcal¨¢ 44, la sede del partido ¨²nico (hasta entonces).
El 11 de abril dimiti¨® el ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el 12 se produjo la reuni¨®n del Consejo Superior del Ej¨¦rcito que expres¨® la "repulsa general" a la legalizaci¨®n del PCE "en todas las unidades del Ej¨¦rcito". La publicaci¨®n de este comunicado militar coincidi¨® con la primera reuni¨®n p¨²blica del PCE en Madrid, que trat¨® de contrarrestar la movida militar colocando la bandera rojigualda en la misma sala donde estaba la bandera roja. Su secretario general, Santiago Carrillo, hizo una ostensible declaraci¨®n de reconocimiento a la Monarqu¨ªa. La mayor¨ªa de la prensa, que en enero hab¨ªa publicado un editorial conjunto contra la desestabilizaci¨®n, volvi¨® a difundir otro en abril, No frustrar una esperanza, en defensa de la democracia y de la neutralidad de los militares.
El presidente del Gobierno confirm¨® la voluntad de ir a las elecciones. ?l mismo quiso competir en ellas: carec¨ªa de partido pol¨ªtico alguno, pero desembarc¨® en una coalici¨®n de 14 grupos (democristianos, liberales, socialdem¨®cratas) que pululaban bajo el nombre de Centro Democr¨¢tico y, sobre la base de desplazar a su figura principal, Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, se alz¨® con el mando de la improvisada UCD. Tambi¨¦n entr¨® ah¨ª mucha gente suya, a la que se llam¨® los azules por el color de la camisa falangista. De la campa?a a las elecciones de 1977 data una de sus frases m¨¢s famosas, "puedo prometer y prometo", sugerida por su colaborador Fernando ?nega.
Bipartidismo imperfecto
Los resultados del 15-J dise?aron aquel "bipartidismo imperfecto" que perdura todav¨ªa, con un partido dominante pero sin mayor¨ªa absoluta (UCD) que obtuvo 166 diputados, en todo caso muchos m¨¢s que la Alianza Popular de Manuel Fraga, que se qued¨® en 16. Mientras, el PSOE se alzaba con la hegemon¨ªa de la izquierda, 118, frente al PCE de Santiago Carrillo, que logr¨® 19. La coalici¨®n nacionalista de Jordi Pujol obtuvo 11 y el PNV, 8.
Sin mayor¨ªa absoluta, pero al frente de la fuerza dominante (UCD), Su¨¢rez se lanz¨® en m¨²ltiples direcciones. Por una parte trat¨® de reforzar su autoridad sobre UCD, empujando a sus diversos partidos hacia la disoluci¨®n a favor de la unidad, apoy¨¢ndose para la tarea de gobierno en un n¨²mero dos de confianza, Fernando Abril Martorell. Por otra, reconoci¨® la legitimidad de la Generalitat de Catalu?a en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Y al tiempo, lanz¨® a la arena p¨²blica el invento del "consenso", cuyo primer fruto fueron los pactos de la Moncloa (oto?o de 1977), que reunieron a un amplio abanico de partidos y sindicatos en un acuerdo frente a la crisis econ¨®mica.
La Constituci¨®n fue el segundo fruto del consenso. Fue elaborada a lo largo de 1978, mientras la derecha y parte de los centristas rechinaban contra Su¨¢rez, su poder y su actitud presidencialista. El malestar militar iba en aumento y el terrorismo etarra dej¨® bien claro su intento de acabar con la incipiente democracia. En esas condiciones se cerr¨® el acuerdo de la Constituci¨®n y se celebr¨® el refer¨¦ndum por el que se aprob¨®, el 6 de diciembre de 1978.
Ni la participaci¨®n en el refer¨¦ndum fue demasiado elevada (67%) ni se consigui¨® el apoyo del PNV al texto constitucional, que opt¨® por la abstenci¨®n en el Pa¨ªs Vasco. En todo caso, se consider¨® un gran triunfo haber llegado a promulgar una Carta Magna elaborada con participaci¨®n activa de la derecha (AP), el centroderecha (UCD), el socialismo, el comunismo y el nacionalismo catal¨¢n. Pero ah¨ª se acab¨® el consenso. A partir de ese resultado compartido, cada sector pol¨ªtico decidi¨® continuar su propio camino. El presidente disolvi¨® las Cortes constituyentes, convoc¨® nuevas elecciones y volvi¨® a ganarlas en marzo de 1979, en t¨¦rminos similares a las precedentes: sin mayor¨ªa absoluta, pero otra vez en posici¨®n dominante.
El tren se atasca
El resultado de las elecciones de 1979 marc¨® una ruptura n¨ªtida entre Adolfo Su¨¢rez y el grupo socialista situado en torno a Felipe Gonz¨¢lez, cargada de consecuencias para el futuro. Su¨¢rez cerr¨® la campa?a electoral con una intervenci¨®n televisada en la que atac¨® al PSOE como un defensor del "aborto libre", "la desaparici¨®n de la ense?anza religiosa" y "una econom¨ªa colectivista". Felipe Gonz¨¢lez le devolvi¨® la pelota en la sesi¨®n de investidura de Su¨¢rez, exhibiendo su pasado en el Movimiento Nacional. Un a?o m¨¢s tarde, la moci¨®n de censura socialista contra Su¨¢rez no obtuvo votos suficientes para derribarle, pero le fragiliz¨®. Las posiciones dentro de UCD se dividieron; la ley del divorcio y la del Estatuto de Centros Docentes tropezaron con la oposici¨®n interna de los democristianos. La opini¨®n publicada de la ¨¦poca us¨® las palabras desilusi¨®n y desencanto para referirse a la situaci¨®n del pa¨ªs en 1980. El ambiente de confusi¨®n y malestar cal¨® en la opini¨®n p¨²blica, que retir¨® r¨¢pidamente el apoyo a Su¨¢rez, seg¨²n las encuestas de la ¨¦poca.
Si la clave del consenso hab¨ªa sido una reforma democr¨¢tica compartida por la derecha civilizada, la izquierda y el nacionalismo catal¨¢n, a finales de 1980 el presidente del Gobierno ya no ten¨ªa fuerza para convencer a los barones de su propio partido. Las conspiraciones militares y c¨ªvico-militares avanzaban a buen ritmo. Los principales banqueros presionaban a parte de UCD para que abandonara a Su¨¢rez ¡ªque acaba de implantar una pol¨ªtica fiscal digna de tal nombre¡ª. "Quer¨ªan que nos incorpor¨¢semos a la derecha pura y dura, es decir, al grupo de Alianza Popular", ha explicado el democristiano Fernando ?lvarez de Miranda en sus Memorias. El trato entre el Rey y Su¨¢rez se enfri¨®: el presidente quer¨ªa ser el responsable constitucional de un Rey que se le escapaba, fiel a la idea de que prefer¨ªa atribuir los ¨¦xitos del Gobierno a la Corona y sus fracasos, al propio Gobierno. Y el terrorismo etarra continuaba su tarea de demolici¨®n implacable de la confianza en la democracia.
A finales de enero de 1981, Adolfo Su¨¢rez decidi¨® tirar la toalla y renunci¨® a la presidencia del Gobierno. Esto aceler¨® el nerviosismo de los implicados en las diversas conspiraciones militares en marcha. Desconocedor de lo que se tramaba, asisti¨® como presidente dimisionario a la segunda y definitiva votaci¨®n de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, cuando el entonces teniente coronel Antonio Tejero asalt¨® el Congreso al frente de cientos de guardias civiles. Ah¨ª resurgi¨® el mejor Su¨¢rez, el hombre arrojado que se enfrent¨® a los asaltantes sin m¨¢s respaldo que el de su valor personal frente a las armas sublevadas.
Sali¨® prestigiado de aquella prueba, pero en realidad fue su canto del cisne: el animal pol¨ªtico de raza intent¨® recuperarse y ya no pudo. Espa?a dej¨® caer al l¨ªder genial, considerando que su tiempo hab¨ªa pasado y otros protagonistas pugnaban por abrirse paso. Todav¨ªa construy¨® otro partido, el Centro Democr¨¢tico y Social (CDS), pero los resultados fueron mediocres. Su¨¢rez se retir¨® del primer plano de la pol¨ªtica en 1991 y se refugi¨® en un discreto despacho profesional como abogado. En 2003 empez¨® a sufrir los s¨ªntomas del Alzheimer y la noticia, mantenida en la discreci¨®n por su primog¨¦nito, Adolfo, se hizo p¨²blica 1 de junio de 2005.
Y a partir de entonces todo han sido homenajes y reconocimientos al estadista, al hombre adecuado en el momento oportuno, sublimado en la consideraci¨®n p¨²blica por la nostalgia de un tiempo en que los conflictos pol¨ªticos se resolv¨ªan por el di¨¢logo y la negociaci¨®n, en una Espa?a donde la crispaci¨®n era de los extremismos y no afectaba a las corrientes centrales de la pol¨ªtica. En todo caso, nadie puede regatearle m¨¦ritos a Adolfo Su¨¢rez en la obra de haber conducido el tren de la Transici¨®n sin que descarrilara. Y sin conocer la v¨ªa por la que circulaba. Como recuerda su bi¨®grafo Juan Francisco Fuentes, Adolfo Su¨¢rez hab¨ªa dicho que no hab¨ªa modelos nacionales o internacionales que pudieran servir de falsilla para la transici¨®n espa?ola, y por eso dijo:? "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente".
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