El nuevo reino
En una democracia parlamentaria, la monarqu¨ªa es una forma de organizaci¨®n de la Jefatura del Estado. Impelido por la necesidad t¨¢ctica del momento, utilic¨¦ esa conocida f¨®rmula de Karl Lowenstein al defender la instituci¨®n en las constituyentes, aun a sabiendas de que la monarqu¨ªa es mucho m¨¢s que eso. Por superior decisi¨®n, tuve el honor de dar la r¨¦plica a la defensa del voto particular republicano que pronunci¨® mi viejo amigo, el coherente socialista, integ¨¦rrima persona y brillant¨ªsimo orador que fue Luis G¨®mez Llorente. El debate, contenido y un tanto testimonial, est¨¢ en el diario de sesiones y sirvi¨® para armar y cimentar el consenso de la izquierda en esta cuesti¨®n.
De las muchas virtudes de la monarqu¨ªa, bien enumeradas en aquella intervenci¨®n seg¨²n releo, quiero destacar dos en este momento. Es la primera su car¨¢cter suprapartidario. Los reyes europeos no son ni pueden ser de ning¨²n partido. Es curioso que en este momento de tan grandes cr¨ªticas a la partitocracia, algunos pretendan entregar la Jefatura del Estado a los partidos, porque en las m¨¢s diversas modalidades democr¨¢ticas o dictatoriales que tienen las rep¨²blicas hoy, esto es lo que implican: la entrega de la suprema magistratura a las contiendas pol¨ªticas.
Segunda menci¨®n para hoy, el automatismo en la sucesi¨®n, cualidad esta que precisamente nos deber¨ªa poner en este momento al abrigo de un nuevo enfrentamiento.
Este automatismo en la sucesi¨®n, tan obviamente provechoso en estas circunstancias, puede ciertamente tener sus avatares. En este caso preciso, ni buscando con lupa o dise?¨¢ndolo por ordenador, podr¨ªamos encontrar mejor y m¨¢s adecuado sucesor que el Pr¨ªncipe Felipe para la Jefatura del Estado, tal como est¨¢ concebida por la Constituci¨®n y ha sido modelada por el ejemplo y los buenos usos del Rey Juan Carlos.
?Est¨¢ dotado el Pr¨ªncipe de una sincera curiosidad intelectual madre del conocimiento, de una sobriedad connatural asentada con el temple de la milicia maestra de austeridades y de una disciplina y constancia en el ¨¢nimo que han sido reforzadas por el diario ejercicio. Conoce en profundidad Espa?a en sus rincones y sus gentes a las que sabe escuchar de verdad. Se mueve perfectamente por el ancho mundo en sus muy distintos ¨¢mbitos y latitudes. Conoce Iberoam¨¦rica de palmo a palmo y a sus responsables quiz¨¢ mejor que nadie y, en cierto modo, pertenece a su paisaje.
?Motivos hay, pues, para albergar la firme expectativa de que el desempe?o de sus funciones, acompa?ado por la Reina Letizia, va a ser impecable. No se le puede pedir m¨¢s. ?Bastar¨¢? No es seguro. Su advenimiento ocurre en un momento muy dif¨ªcil en un pa¨ªs, aunque ya en clara recuperaci¨®n econ¨®mica, sobrado de problemas y ayuno de esperanzas, peor a¨²n en un momento en que Espa?a puede volver a estar pose¨ªda por sus viejos demonios familiares, siendo el de la autodestrucci¨®n el peor de entre ellos.
?Puede que la sempiterna y cansina cuesti¨®n catalana y sus derivadas sean las que vayan a hacer o deshacer este reinado. Del patriotismo, el empe?o y el conocimiento de esta cuesti¨®n, como de muchas otras, por nuestro futuro Rey podemos estar, creo, m¨¢s que seguros. Pero, ?qu¨¦ puede hacer? Respetuoso del terrero en que la Constituci¨®n le sit¨²a, no tendr¨¢ imperium sino auctoritas. Es bien notorio, casi excepcional, que un Pr¨ªncipe heredero llegue con tanto prestigio al trono. Cuando el nuevo rey revista de ¡°maiestas¡± el poder simb¨®lico e integrador de la monarqu¨ªa ganar¨¢ cierta latitud de maniobra. Pero no se puede cometer la injusticia de ponerle a una altura inalcanzable el list¨®n, con falsas expectativas, ni pedirle imposibles. Felipe VI no puede tener poder pol¨ªtico, como tuvo inicialmente su padre, ni es un taumaturgo, un H¨¦rcules o el mito del Rey Don Sebasti¨¢n de Portugal redivivo. Podr¨¢ impulsar, aconsejar e incluso arbitrar, pero son los responsables pol¨ªticos que salen del electorado y este, al que las leyes permiten decidir de una determinada manera y no cualquier tarde o de cualquier manera, los que en definitiva, han de buscar las soluciones. No pidamos a Felipe VI lo que ¨¦l no puede dar.
?Es conocida su preocupaci¨®n por la educaci¨®n, como clave del futuro de cada persona y del pa¨ªs y es seguro que la cultura y las artes ser¨¢n un ¨¢mbito privilegiado para el despliegue de la potencia de la corona y de quienes la van a encarnar. Tengo por cierto que las monarqu¨ªas tienen en este ¨¢mbito de las artes una especial fecundidad. En el desarrollo del mecenazgo y el coleccionismo, que ellos pusieron de moda en Europa, nuestros reyes atesoraron la espl¨¦ndida colecci¨®n real de pintura y escultura que desde 1819 est¨¢ en esa joya universal que es el Museo del Prado. Desde Fernando VII hasta Juan Carlos I, ambos incluidos, cada monarca de Espa?a ha enriquecido m¨¢s la espl¨¦ndida y ¨²nica colecci¨®n de este Museo Nacional. Tambi¨¦n lo han hecho los sucesivos gobiernos, como lo hizo el presidente Aza?a. Aun a riesgo de que se me vea traer agua al molino del que soy molinero, termino expresando mi convicci¨®n y esperanza de que Felipe VI y la Reina Letizia ejercer¨¢n su patronato sobre el Prado con el mismo entusiasmo, dedicaci¨®n y eficacia con el que lo han hecho quienes m¨¢s han hecho por el Museo, sus predecesores Juan Carlos I y la Reina Sof¨ªa. Abrigo la esperanza de que en 2019, bajo Felipe VI, el Museo del Prado celebre su bicentenario intacto o ampliado en sus colecciones y enriquecido en sus quehaceres. Porque el nuevo reino ha de ser el de la esperanza.
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