Juan Carlos I concluye su reinado
Felipe VI hereda la Corona con la que Espa?a recuper¨® su democracia El Monarca es proclamado hoy ante las Cortes en un pa¨ªs duramente golpeado por la crisis
Con la cesi¨®n simb¨®lica de su sill¨®n a don Felipe y la promulgaci¨®n de la ley de abdicaci¨®n, don Juan Carlos dio por finalizados casi 39 a?os de reinado y transfiri¨® definitivamente a su hijo la Corona que ha participado en la recuperaci¨®n de la democracia en Espa?a, pero que tambi¨¦n ha vivido graves esc¨¢ndalos en los ¨²ltimos a?os. La emoci¨®n alumbr¨® en el rostro de quien viv¨ªa su ¨²ltimo d¨ªa como rey y que cede a su hijo el legado de recuperar el prestigio de la monarqu¨ªa.
A lo largo de la jornada de este jueves, la figura del nuevo rey eclipsar¨¢ a la de don Juan Carlos, gran ausente de la ceremonia de proclamaci¨®n prevista en el Congreso y de la recepci¨®n posterior en el palacio real. Una decisi¨®n que fuentes de la Casa del Rey aseguran que ha tomado el propio don Juan Carlos para dar todo el protagonismo a quien ya es rey de Espa?a, con todas las consecuencias.
Empujado en solitario al primer plano del escenario, Felipe VI tiene por delante el reto de ganarse a las generaciones que desconocen cu¨¢l fue la contribuci¨®n de su padre a la democracia, y tambi¨¦n a los que, aun sabi¨¦ndolo, discuten ese balance o lo ven tan manchado por los desbarajustes pol¨ªticos y econ¨®micos del ¨²ltimo decenio que defienden un cambio de r¨¦gimen para abrirse a la opci¨®n republicana.
De Isabel II dicen en su pa¨ªs que es el mascar¨®n de proa, la encarnaci¨®n humana de la naci¨®n. No puede decirse tanto de los reyes espa?oles, pero s¨ª que una tarea esencial del nuevo monarca es la de trabajar para mantener la uni¨®n de los espa?oles. Tambi¨¦n de aquellos ¡ªque no son pocos¡ª que se apuntan a la recuperaci¨®n de la Rep¨²blica. Sin embargo, el hecho indiscutible es que fue un rey el que impuls¨® la transformaci¨®n de la dictadura en democracia.
No es cuesti¨®n de que el nuevo monarca se cale el casco y tome lanza y adarga para continuar librando el combate de la democracia, como hizo su padre. Porque la democracia, aun deteriorada, existe, tiene sus reglas y se mantiene en pleno funcionamiento. Es verdad que la sociedad espa?ola duda de sus instituciones, cuestiona el sistema que le ha llevado a ver interrumpida su prosperidad econ¨®mica y se ha instalado una crisis de caballo entre lo que ¡ªpor resumir¡ª, se puede describir como el pueblo y la ¨¦lite. Este es el peligroso filo en que don Felipe inicia sus funciones, y tambi¨¦n lo que resta emoci¨®n popular a un acto doblemente hist¨®rico, porque no solo es el primer cambio de jefe de Estado bajo la Constituci¨®n de 1978, sino la transferencia de la Corona en vida del monarca precedente. Por eso se escrutar¨¢n todos los detalles del primer discurso de Felipe VI, sabiendo que el rey no es el portavoz del Gobierno pero, tambi¨¦n, que las palabras del monarca tampoco reflejar¨¢n necesariamente opiniones personales.
Aunque la situaci¨®n heredada por don Felipe no sea la mejor, nadie puede negar que el nuevo reinado comienza en una situaci¨®n econ¨®mica, social y pol¨ªtica mucho mejor que la del tiempo en que don Juan Carlos inici¨® su trabajo, cuando se reprim¨ªa el ejercicio de todas las libertades c¨ªvicas y solo estaba permitido un partido ¨²nico, el Movimiento Nacional; de forma que se torturaba y encarcelaba a ciudadanos por formar parte de cualquier otro, tanto si era cierto como si se trataba de meras sospechas de la polic¨ªa de la ¨¦poca. Tampoco la riqueza de los espa?oles tiene un remoto parecido con la del final de los a?os setenta, pese a la reducci¨®n que ha sufrido en tiempos recientes. Espa?a es hoy un pa¨ªs completamente integrado en Europa y por m¨¢s que se discuta el papel de la UE en la gesti¨®n de la crisis econ¨®mica, la Espa?a de finales de los a?os setenta era un pa¨ªs pol¨ªticamente aislado del viejo continente. Tampoco son comparables las amenazas terroristas de hoga?o con los asesinatos y matanzas de ETA a lo largo de tantos a?os.
Nada de cuanto ocurri¨® ayer y suceder¨¢ hoy cambia el sistema pol¨ªtico. Los que esperan mucho m¨¢s se han quedado en la nostalgia del tiempo en que don Juan Carlos dispon¨ªa de poderes absolutos, se arriesgaba a destituir al presidente del Gobierno (Carlos Arias Navarro) y nombraba a un desconocido (Adolfo Su¨¢rez) pr¨¢cticamente de un d¨ªa para otro. Eso fue cuando el Rey usaba sus poderes para, precisamente, renunciar a ellos, tal como establecieron las Cortes al elaborar la Constituci¨®n.
Al Rey no se le puede presionar en cualquier sentido, menos a¨²n provocarle para que abra una crisis con el Gobierno emanado de las urnas, como Artur Mas sugiere que deber¨ªa hacer para inclinar la balanza hacia el refer¨¦ndum soberanista del 9 de noviembre. Tampoco tiene sentido la tentaci¨®n de descargar sobre Felipe VI la responsabilidad de encauzar el independentismo. Todo eso es ignorar que la Constituci¨®n atribuye al rey la capacidad de arbitrar y moderar.
El problema de fondo es que los resultados de los ¨²ltimos ejercicios pol¨ªticos han sido malos. Millones de personas se han ido al paro en cinco a?os, se ha desahuciado de sus casas a cientos de miles y se ha interrumpido bruscamente la prosperidad econ¨®mica de las clases medias. Mucha gente ha empezado a dudar de todo, incluidas las instituciones del sistema pol¨ªtico por el que se rige este pa¨ªs. Ya no hay riesgo de que su descr¨¦dito aliente el surgimiento de movimientos de contestaci¨®n popular a las instituciones, porque ya est¨¢n aqu¨ª, como lo evidencia el fen¨®meno pol¨ªtico de Podemos y otras iniciativas sociales todav¨ªa no traducidas en fuerza pol¨ªtica. Es el mismo clima delet¨¦reo que ha atizado las voluntades separatistas en Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco, siempre latentes, pero acentuadas por la convicci¨®n de que lo mejor es apartarse del proyecto de Espa?a para evitar hundirse con ¨¦l.
Reformar el sistema pol¨ªtico, encauzar el problema independentista, lograr que la econom¨ªa cree empleo: todo no est¨¢ al alcance de una sola persona, por elevada que sea su posici¨®n te¨®rica. Ni dispone de poderes para tomar iniciativas en esos terrenos, ni los pol¨ªticos deber¨ªan ponerle en el disparadero de colocarle frente a los separatismos mientras ellos observan los toros desde la barrera. Tiene facultades arbitrales en un Estado controlado esencialmente por partidos pol¨ªticos, pero el sistema estable en el que se apoyaba el reinado del padre (alternancia PP-PSOE en el gobierno del Estado) se ha cuarteado de tal modo que nadie puede garantizar hoy cu¨¢les ser¨¢n los partidos sobre los que don Felipe podr¨ªa ejercer el papel de moderador. Todo eso depende de los electores y no del rey. Con todo, es evidente la estabilidad constitucional que preside el tr¨¢nsito de un rey a otro.
Hay algunos desaf¨ªos a los que el monarca s¨ª puede enfrentarse por s¨ª mismo. El primero, reformar la Casa del Rey para que no vuelvan a cometerse los graves errores que colocaron a don Juan Carlos en la necesidad de pedir perd¨®n p¨²blicamente. El segundo, asegurar la transparencia completa sobre las finanzas de la Casa del Rey. Y el tercero, gestionar con cuidado a su familia. Poco se sabe del papel que va a desempe?ar don Juan Carlos, salvo el rango militar de capit¨¢n general en la reserva: y nadie puede pensar que 39 a?os en el v¨¦rtice del Estado van a rendirse a una jubilaci¨®n completa. Adem¨¢s, Felipe VI tendr¨¢ que vivir pronto las vicisitudes judiciales de familiares implicados en el esc¨¢ndalo N¨®os, por apartado que haya estado de ese asunto y de sus protagonistas.
Y deber¨¢ ocuparse a¨²n m¨¢s de la preparaci¨®n de la princesa de Asturias, y no necesariamente en el sentido sugerido recientemente por el ministro de Defensa, Pedro Moren¨¦s, de incluir la formaci¨®n militar entre las capacidades de la princesa. ?Acaso no se puede ser el jefe de las Fuerzas Armadas de una democracia sin ese requisito?
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