Una ciudadan¨ªa abatida que reclama una explicaci¨®n sobre la crisis
Los espa?oles est¨¢n encarando el ya octavo a?o de crisis econ¨®mica con sostenida entereza y serenidad (lo cual, comparativamente hablando, supone un fen¨®meno llamativo: basta con levantar levemente la cabeza por encima de nuestras fronteras). Entre nosotros, ni ha aumentado ¡ªcomo en su d¨ªa se pronostic¨®¡ª la delincuencia (de hecho, m¨¢s bien ha disminuido), ni se ha desplomado la solidaridad (en realidad, y a pesar del empeoramiento generalizado de las condiciones de vida, ha aumentado), ni han florecido movimientos antisistema, xen¨®fobos o racistas, ni se ha mellado (m¨¢s bien se ha consolidado) la convicci¨®n de que el sistema democr¨¢tico que tenemos es el que mejor puede asegurar la convivencia en paz y libertad, por lo que debe ser reajustado peri¨®dicamente a la realidad circundante para mejor garantizar su pervivencia.
Pero la moneda tiene otra cara, amarga: la ciudadan¨ªa tiende a mostrar un tono vital cada vez m¨¢s marcado por el cansancio, el abatimiento y la desesperanza. Lleva ya demasiado tiempo sinti¨¦ndose desatendida en dos reclamaciones que considera b¨¢sicas y urgentes: una explicaci¨®n clara (y, con ella, una salida justa) de la crisis econ¨®mica y una regeneraci¨®n, a fondo, de nuestra vida p¨²blica.
Es cierto que la econom¨ªa ¡ªen sus grandes magnitudes¡ª est¨¢ empezando a dar se?ales de recuperaci¨®n. Pero ocurre que el ciudadano medio se resiste a concederles credibilidad. Receloso y esc¨¦ptico, sigue pensando que a¨²n le esperan muchos a?os de elevado desempleo y, consiguientemente, de incertidumbre vital. Como oficialmente nadie le ha explicado, hasta ahora, de forma clara y convincente por qu¨¦ estamos como estamos, duda entre percibir la crisis como una especie de plaga b¨ªblica, tan imprevisible como inevitable, o como resultado de la incompetencia ¡ªo incontrolada codicia¡ª de un alguien que permanece tan inconcreto como impune. Lo que en todo caso s¨ª sabe con certeza es que es a ¨¦l a quien le est¨¢ tocando b¨¢sicamente pagar las consecuencias. Pero en este tema, en el que el Gobierno ¡ªeste y el anterior¡ª ha renunciado a cualquier esfuerzo de pedagog¨ªa cre¨ªble, ha optado finalmente por no fiarse de nadie. Y por tanto se resiste a apuntar en el haber de los actuales gobernantes m¨¦rito alguno por las mejoras que se anuncian.
En cuanto a la regeneraci¨®n de la vida p¨²blica, los espa?oles llevan ya a?os reclam¨¢ndola. No piden la luna, sino cosas obvias y compartidas de forma pr¨¢cticamente un¨¢nime (de ah¨ª que las utilicen como bandera movimientos que, en otros pa¨ªses, tender¨ªan m¨¢s bien a ret¨®ricas y argumentaciones directamente antisistema). Lo que, ante todo y sobre todo, pide la ciudadan¨ªa es una reforma de la Constituci¨®n: ha envejecido en exceso por falta de cuidados y necesita una ITV urgente que le permita (como hizo en 1978, pero ya no hace hoy) encauzar problemas tan graves y urgentes como la adecuada articulaci¨®n territorial del pa¨ªs. El modelo auton¨®mico, reconocidamente exitoso durante dos decenios, lleva ya unos a?os en abierta crisis. Quiz¨¢ sea hora ¡ªdicen los espa?oles en algunos sondeos¡ª de replantearse el ¡°caf¨¦ para todos¡± originario y hacer posible que cada regi¨®n tenga el nivel competencial que desee y se considere en condiciones de asumir. Y, por cierto y contra lo que suele o¨ªrse, los datos disponibles indican que existe una clara mayor¨ªa favorable a un arreglo especial para el caso de Catalu?a que le permita seguir formando parte de Espa?a.
Adem¨¢s, se reclama a los actores p¨²blicos m¨¢s arrojo y menos melindres a la hora de afrontar los casos de corrupci¨®n que salpican a pr¨¢cticamente todos los partidos que gobiernan o han gobernado. En este triste tema no existe oasis alguno. Pero ojo: que exista corrupci¨®n no equivale, para los espa?oles, a que este sea un pa¨ªs corrupto. Lo que les produce perplejidad e irritaci¨®n es que tanto sinverg¨¹enza ¡ªy a todo lo largo y ancho del arco ideol¨®gico¡ª haya podido actuar durante a?os y a?os tan inadvertida como impunemente.
Y, por terminar un recuento de exigencias que cada d¨ªa se hace m¨¢s amplio, lo que se demanda a partidos y pol¨ªticos es mayor cercan¨ªa y conexi¨®n con el sentir ciudadano: que abandonen su autista modo de funcionar de estos ¨²ltimos a?os; que sean capaces de formular, de cara al inmediato futuro, un proyecto colectivo ¡ª¡°una cierta idea de Espa?a¡±, por decirlo con frase famosa¡ª que aclare el lugar al que aspiramos en el mundo actual; que tengan el arrojo de dialogar abierta y sinceramente sobre los problemas identitarios existentes (que son reales y no ocurrencias pasajeras de unos cuantos), y que lo hagan desde el respeto, el pacto y la transacci¨®n, valores ¡ªtan a?orados¡ª de la Transici¨®n.
Deprimidos como gradualmente se van sintiendo, los espa?oles siguen sin embargo creyendo, y masivamente (75%), que en conjunto y en l¨ªneas generales son gente seria y decente. Pero al mismo tiempo, y mayoritariamente (58%), no creen que el pa¨ªs sea ahora serio, responsable y de fiar. Inquietante doble dictamen: lo que diferencia a ¡°la gente¡± de ¡°el pa¨ªs¡± es que este segundo concepto incluye tanto a los ciudadanos como a las instituciones. Y esta es la pista decisiva, como veremos, para entender el latido bifurcado del actual pulso de Espa?a: una sociedad ahora desestabilizada por la sensaci¨®n de que las personas pueden ser de fiar, pero no muchas de las instituciones a las que corresponde vertebrar y dirigir su convivencia.
Jos¨¦ Juan Toharia es soci¨®logo y presidente de Metroscopia.
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