Seis ni?os y una embarazada a 50 metros bajo tierra
La familia Sagard¨ªa pide sacar siete cuerpos arrojados a una sima navarra
Gloria Pedroarena abre la puerta de su habitaci¨®n en la residencia de ancianos e invita a la periodista a sentarse en su sill¨®n, al lado de la cama. Tiene un porte regio, pero acusa el cansancio de la edad. El pelo corto, blanco, bien peinado, y unas gafas de sol de patillas anchas. Es ella la que ocupara el sill¨®n para contar lo que recuerda de todo aquello. ¡°Qui¨¦n me iba a decir a m¨ª que estar¨ªa hablando hoy de esa historia¡±.
P¨ªo Baroja lo llam¨® el pa¨ªs del Bidasoa para definir las monta?as navarras que estos d¨ªas de primavera desaf¨ªan al sol con un verde fluorescente. Se llama, de verdad, valle de Malerreka y en uno de sus 13 pueblos ocurri¨® una de las tragedias m¨¢s espeluznantes de aquellos d¨ªas salvajes que sucedieron al inicio de la Guerra Civil. Juana Josefa Go?i Sagard¨ªa era una mujer de extraordinaria belleza, casada con Pedro Antonio Sagard¨ªa Agesta, con el que tuvo siete hijos. Seis desaparecieron con ella, embarazada de nuevo. El mayor salv¨® la vida porque estaba en el monte con el padre, de carbonero.
En Navarra, el nacimiento no determina la herencia. Deciden los padres, y los de Juana Josefa dispusieron que fuera para ella. ¡°La gastaron pronto, puede que fuera una derrochona, pero era una buena madre¡±, relata por tel¨¦fono su sobrina Nati desde San Sebasti¨¢n. Tiene 83 a?os y los achaques propios. Apenas ten¨ªa cuatro a?os cuando aquella oscura sima se trag¨® a toda una familia, pero recuerda a sus primos merendando en su casa pan con chocolate. ¡°Cuando llegaron las vacas flacas los chicos no ten¨ªan qu¨¦ comer y que si uno robaba una berza, que si otro unas patatas, que si una gallina. Esa fue la excusa para que los caciques del pueblo los expulsaran de all¨ª¡±, relata Nati. Estos d¨ªas, la familia pide que, en cumplimiento de la Ley de Memoria Hist¨®rica, se sondee la sima y se saquen los restos para enterrarlos con dignidad, fuera de un agujero inaccesible de 50 metros de profundidad que se ha convertido en un basurero. All¨ª abajo hay frigor¨ªficos, maderas, piedras. Y otro cad¨¢ver, m¨¢s reciente, que apareci¨® en diciembre pasado, como luego se ver¨¢.
Jos¨¦ Mari Esparza y la editorial Txalaparta presentan este martes, La sima. ?Qu¨¦ fue de la familia Sagard¨ªa?, un libro que rescata aquella espantosa historia, el juicio que le sigui¨® y los silencios y leyendas que cubrieron esos valles. ¡°No vivir¨¦ lo suficiente para agradecerle que haya escrito esto, esta desgracia ha estado siempre presente en mi casa. Mi madre [la hermana de la malograda Juana Josefa] sufri¨® much¨ªsimo, nos cont¨® la historia a todos, tambi¨¦n a sus nietos, todos la saben¡±, sigue Nati, una de las sobrinas octogenarias. ¡°Qui¨¦n iba a pensar que hicieran aquella barbaridad¡±.
Juana Josefa sali¨® del pueblo a mediados de agosto, expulsada por los vecinos y, embarazada de siete meses; cogi¨® a los seis chicos y se instal¨® en una caseta derruida en el monte que cubri¨® con unos matojos. A 450 metros de la sima. Desde all¨ª mand¨® aviso a su marido, en el monte, pero cuando Pedro Antonio baj¨® al pueblo en su ayuda lo par¨® la Guardia Civil. ¡°Lo llevaron a la misma prisi¨®n, en Doneztebe, donde retuvieron a P¨ªo Baroja, precisamente¡±, se?ala Jose Mari Esparza, el autor del libro, que ha buscado los detalles en el sumario del caso. Estuvo preso ocho d¨ªas y sali¨® con el mandato de alejarse de all¨ª. El dinero que mand¨® desde el monte con un conocido le lleg¨® de vuelta. Juana Josefa ya hab¨ªa desaparecido y con ella toda la familia.
¡°Lo sabe todo el mundo. Esa noche del 30 de agosto se oyeron cuatro disparos de escopeta. Quiz¨¢ los m¨¢s peque?os lloraban y los mataron¡ Pero a los otros los echaron vivos a la sima. Todo el mundo sabe que al d¨ªa siguiente fueron a ver si a¨²n se o¨ªan gemidos o llantos all¨ª¡±, asegura Nati. Pero no hay pruebas de nada. Solo secretos a voces sostenidos en el tiempo. ¡°Despu¨¦s tiraron piedras y troncos. Unos dos d¨ªas antes, los ni?os hab¨ªan merendando con nosotros en casa y una de ellas, Martina, quer¨ªa quedarse y no volver a la chabola, pero no pod¨ªamos tenerla, mi padre estaba entonces en la c¨¢rcel. Cuando pas¨® todo, mi madre no dejaba de repetir: la pod¨ªa haber salvado, la pod¨ªa haber salvado¡±.
Los primeros d¨ªas de la guerra fueron salvajes en el mundo rural. Los m¨¢s p¨¦rfidos aprovecharon para dirimir lindes, consumar venganzas, callar bocas inc¨®modas, apropiarse de terrenos. Las escopetas iban por libre, adelantando la barbarie b¨¦lica que llegar¨ªa despu¨¦s y sabiendo que los tiros no encontrar¨ªan m¨¢s eco que el que devolviera el monte. En pleno toque de queda, con las guardias vecinales que se formaban, la gente no abr¨ªa siquiera las ventanas. Pero en los pueblos todo acababa sabi¨¦ndose. ¡°Es imposible que nadie viera en una noche de agosto el fuego que arras¨® la chabola en la que viv¨ªa la familia, que no se oyeran los disparos¡±, dice Esparza. Las inc¨®gnitas no son ajenas a este relato, a pesar de su peculiaridad: en contra de lo com¨²n, hubo una investigaci¨®n abierta 10 a?os y ha quedado documentaci¨®n. En eso tuvo que ver un pariente poderoso, de influencia en el alzamiento militar, ¡°el famoso y cruel coronel Antonio Sagard¨ªa, t¨ªo del carbonero Pedro, que amenaz¨® con quemar el pueblo si no se aclaraba lo sucedido¡±. Pero las declaraciones de unos y otros aportaron poca luz. Es tierra de contrabando y bocas selladas. En aquellos a?os, mandado por el juez, un alba?il baj¨® a la sima, pero a la subida solo relat¨® el hallazgo de piedras, le?a y lanas de oveja. Caso cerrado.
El pasado diciembre, unos espele¨®logos descendieron de nuevo. El forense Francisco Etxevarr¨ªa tambi¨¦n estuvo all¨ª. Pero lo que apareci¨® nada ten¨ªa que ver con lo que se buscaba. El cad¨¢ver que emergi¨® pertenec¨ªa a un joven de 24 a?os, desaparecido en la zona en 2008. El secreto de sumario ha paralizado las pesquisas antiguas. Los vecinos han contestado decenas de preguntas sobre este asunto y de paso, entre los verdes prados y las piedras centenarias ha rodado de nuevo la historia de ¡°la sima de la familia¡±.
Arriba, entre Gaztelu y Donamar¨ªa, en la ermita de Santa Leocadia se despacha a gusto Mariluz. ¡°Yo era muy chica, pero mi madre la ve¨ªa ir y venir a Juana Josefa y siempre dec¨ªa que era guap¨ªsima. Estuvieron siete u ocho hombres en el ajo, ellos fueron los que los mataron. Qu¨¦ valor. Alguno de ellos muri¨® entre alucinaciones: ¡®est¨¢n ah¨ª, m¨ªralos, los veo, en la puerta¡¯; eso dicen¡±. Y fija la mirada en la monta?a mientras cae el sol de la tarde y el verde cobra tonalidades evocadoras. ¡°?Y sabes qu¨¦ te digo? Que despu¨¦s de todo aquello siguieron robando gallinas¡±. Y la quesera Ascen rememora en su caser¨ªo el disgusto de su padre porque no evitaron la tragedia. ¡°Siempre lo dec¨ªa: ¡®deb¨ªamos haber ayudado a aquella gente¡±.
En el geri¨¢trico de Pamplona, la mujer de gesto grave, se remueve en el sill¨®n. Ella se cas¨® con el ¨²nico de los hijos de Juana Josefa que se salv¨®: Jos¨¦ Mart¨ªn, fallecido en 2007. En la estanter¨ªa est¨¢ la foto de la boda. ¡°?l nunca hablaba de esto, pero sab¨ªa d¨®nde estaban, en la sima, porque a veces le visitaba gente del pueblo y entonces comentaban¡ Pero era doloroso. ?l siempre llev¨® algo dentro, pero no lo dec¨ªa¡¡±. Jos¨¦ Mart¨ªn se meti¨® a requet¨¦, como su padre, que muri¨® joven. Cuando acab¨® la guerra fue a visitar a sus primos y a la t¨ªa, la que le daba pan y chocolate a sus hermanos. La t¨ªa Petra le recibi¨® con una bofetada. Le reprochaba que se hubiera ido a la guerra sin saber qu¨¦ hab¨ªa sido de su familia. Pero luego estuvieron charlando. Esa fue la ¨²ltima vez que lo vieron. Ahora la prima Nati espera saludar a su viuda, Gloria Pedroarena, a quien no conocen. Todos se ver¨¢n en la presentaci¨®n del libro de Esparza, en Pamplona, el martes. ¡°Quiero que saquen los huesos de all¨ª, que se les d¨¦ un final digno¡±, reclama Nati. Y la viuda de Jos¨¦ Mart¨ªn, el ¨²nico hijo que sobrevivi¨® dice con voz serena: ¡°Yo no s¨¦ si podemos pedir algo, hasta ahora no me lo hab¨ªa ni planteado y ¨¦l ya no vive, as¨ª que¡ Yo no s¨¦ si esas personas que hicieron eso habr¨¢n podido dormir. Qui¨¦n me iba a decir a m¨ª que hoy estar¨ªa hablando de esta historia¡±.
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