La pol¨ªtica explicada a los idiotas
Daniel Innerarity ofrece en su nuevo ensayo las claves para entender la actividad p¨²blica en tiempos de ¡°confusi¨®n¡±: ¡°Es malo el elitismo aristocr¨¢tico y tambi¨¦n el popular¡±
En la Grecia cl¨¢sica el idiot¨¦s era quien no participaba en los asuntos p¨²blicos y prefer¨ªa dedicarse ¨²nicamente a sus intereses privados. Pericles deploraba que hubiera en Atenas indiferentes, idiotas, que no se preocupaban por aquello que a todos nos debe concernir. Hay algunos libros excelentes que han examinado la plausibilidad actual de este calificativo (J¨¢uregui 2013; Ovejero 2013; Brugu¨¦ 2014). No se por qu¨¦ extra?a asociaci¨®n esta palabra ha terminado por calificar hoy a las personas de escaso talento, cuando parece ocurrir m¨¢s bien lo contrario: que los mas listos son quienes van a lo suyo e incluso tratan de destruir lo p¨²blico, mientras que el sistema pol¨ªtico se ha llenado de gente cuya inteligencia no valoramos especialmente, con mayor o menor raz¨®n seg¨²n los casos.
Si hici¨¦ramos hoy una apresurada taxonom¨ªa de la idiotez en pol¨ªtica deber¨ªamos comenzar, sin duda, por aquellos que quieren destruirla (o capturarla, seg¨²n el vocablo m¨¢s en boga). Se desmantela lo p¨²blico, los mercados tienen m¨¢s poder que los electorados, las decisiones que nos afectan son adoptadas sin criterios democr¨¢ticos, no hay instituciones que articulen la responsabilidad pol¨ªtica... Poderosos agentes econ¨®micos o los embaucadores de los medios de comunicaci¨®n est¨¢n muy interesados, por razones obvias, en que la pol¨ªtica no funcione bien o no funcione en absoluto (y encuentran, por cierto, pol¨ªticos muy predispuestos a colaborar en la demolici¨®n). Esta es la amenaza m¨¢s grosera contra la posibilidad de que los seres humanos vivamos una vida pol¨ªticamente organizada, es decir, con los criterios que la pol¨ªtica trata de introducir en una sociedad que de otro modo estar¨ªa en manos de los m¨¢s poderosos: democracia, legitimidad, igualdad, justicia.
Vivimos tiempos de desorientaci¨®n y por eso prestamos m¨¢s atenci¨®n a la corrupci¨®n que a la mala pol¨ªtica
Existe un segundo tipo de idiotas pol¨ªticos en el que se encuentran todos aquellos que tienen una actitud indiferente hacia la pol¨ªtica. Por supuesto que los pasivos tienen todo el derecho a serlo (y yo a considerar que su vida es menos lograda). No ser molestado es una de las libertades m¨¢s importantes y cualquier supresi¨®n de una libertad tiene que ser justificada con buenas razones. Me gustar¨ªa ¨²nicamente recordarles que si quieren que les dejen en paz no han elegido el mejor camino para lograrlo. ¡°La persona que desea que le dejen en paz y no tener que preocuparse de la pol¨ªtica acaba siendo el aliado inconsciente de quienes consideran que la pol¨ªtica es un espinoso obst¨¢culo para sus sacrosantas intenciones de no dejar nada en paz¡± (Crick 1962, 16). Es muy frecuente que se produzca una alianza impl¨ªcita entre quienes se desinteresan por la pol¨ªtica y quienes aspiran al poder pero rechazan las inc¨®modas formalidades de la pol¨ªtica. Al final, lo que tenemos es lo de siempre pero camuflado: personas que ejercen el poder, pero que act¨²an como si no lo tuvieran, asegurando que no son pol¨ªticos. Hay quien debe su fuerza pol¨ªtica al rechazo de la pol¨ªtica. En 1958 muchos franceses apoyaban a De Gaulle porque estaban convencidos de que librar¨ªa a Francia de los pol¨ªticos; el poder de Berlusconi se debi¨® en buena medida a que supo atraer a quienes detestaban a los pol¨ªticos; los ejemplos de esta singular operaci¨®n seguir¨¢n aumentando en la medida en que haya gente dispuesta a ceder a los encantos de la antipol¨ªtica.
Hay una tercera acepci¨®n del t¨¦rmino, tal vez menos evidente pero muy contempor¨¢nea, y sobre la que estoy especialmente interesado en llamar la atenci¨®n porque suele pasar inadvertida. Me refiero a quienes se interesan por la pol¨ªtica pero lo hacen con una l¨®gica que no es la de ciudadanos responsables sino m¨¢s bien la de observadores externos o clientes enfurecidos que termina destruyendo las condiciones en las cuales puede desarrollarse una vida verdaderamente pol¨ªtica. Al menos desde que la crisis econ¨®mica hiciera visibles los graves defectos de nuestros sistemas pol¨ªticos y m¨¢s insoportables las injusticias que causaba, vivimos en tiempos de indignaci¨®n. No voy a perder el tiempo en darle la raz¨®n a este sentimiento y en recorrer el listado de circunstancias que justifican nuestro profundo malestar. Considero m¨¢s productivo en este momento se?alar hasta qu¨¦ punto ciertas expresiones de nuestra indignaci¨®n pueden llevarnos a conclusiones que representan lo contrario de aquello que queremos defender. Como advierte Jos¨¦ Andr¨¦s Torres Mora, puede que estemos haciendo un diagn¨®stico equivocado de la situaci¨®n como si el origen de nuestros males fuera el poder de la pol¨ªtica y no su debilidad. La regeneraci¨®n democr¨¢tica debe llevarse a cabo de manera muy distinta cuando nuestro problema es que nos tenemos que defender frente al excesivo poder de la pol¨ªtica o cuando el problema es que otros poderes no democr¨¢ticos est¨¢n sistem¨¢ticamente interesados en hacerla irrelevante. Y tengo la impresi¨®n de que no acertamos en la terapia porque nos hemos equivocado de diagn¨®stico.
¡°No s¨¦ cu¨¢nto podemos hacer contra la crisis; tratemos al menos de que no nos distraigan¡±
Comparto en principio todas aquellas medidas que se proponen para limitar la arbitrariedad del poder, pero no estoy de acuerdo con quienes consideran que este es el problema central de nuestras democracias en unos momentos en los que nuestra mayor amenaza consiste en que la pol¨ªtica se convierta en algo prescindible. Con esta amenaza me refiero a poderes bien concretos que tratan de neutralizarla, pero tambi¨¦n a la disoluci¨®n de la l¨®gica pol¨ªtica frente a otras l¨®gicas invasivas, como la econ¨®mica o la medi¨¢tica, que tratan de colonizar el espacio p¨²blico. Debemos resistirnos a que las decisiones pol¨ªticas se adopten con criterios econ¨®micos o de celebridad medi¨¢tica porque en ello nos jugamos la imparcialidad que debe presidir el combate democr¨¢tico. Y me refiero tambi¨¦n al idiota involuntario que despolitiza sin saberlo, probablemente contra sus propias intenciones.
Puede que los tiempos de indignaci¨®n sean tambi¨¦n momentos de especial desorientaci¨®n y por eso prestamos m¨¢s atenci¨®n a la corrupci¨®n que a la mala pol¨ªtica; exigimos la mayor transparencia y no nos preguntamos si estamos mirando donde hay que mirar o en lo que nos dejan, de paso que nos convertimos en meros espectadores; criticamos el aforamiento de los pol¨ªticos (seguramente excesivo) sin darnos cuenta de que es un procedimiento para proteger a nuestros representantes frente a otras presiones distintas de la de representarnos; endurecemos las incompatibilidades y dificultamos las llamadas "puertas giratorias" y de este modo contribuimos a llenar el sistema pol¨ªtico de funcionarios; celebramos el car¨¢cter abierto y participativo de la red, pero luego nos quejamos de que eso no hay quien lo controle; muchas formas de protesta pueden agrandar la desconexi¨®n existente entre los ciudadanos y la pol¨ªtica, hacer m¨¢s r¨ªgidas las posturas de la ciudadan¨ªa, aumentar el malestar y la desilusi¨®n de la gente y simplificar los asuntos pol¨ªticos o la naturaleza de las responsabilidades buscando esl¨®ganes simples y chivos expiatorios... No se cu¨¢nto podemos hacer frente a la crisis que tanto nos irrita; tratemos al menos de que no nos distraigan.
Sociedad y sistema pol¨ªtico debemos gestionar juntos la misma incertidumbre
La indignaci¨®n lo pone todo perdido de lugares comunes: nuestro mayor problema es la clase pol¨ªtica, son demasiados, se acabaron los partidos, que dimitan todos, da igual quien lo haga, no toman las decisiones correctas o lo hacen demasiado tarde, se pasan todo el d¨ªa hablando, no juguemos con las emociones, ya no existen la izquierda y la derecha, son incapaces de ponerse de acuerdo, se puede pero no se quiere, no nos representan, no nos hacen caso, cuanta m¨¢s transparencia mejor, todo se debe a la falta de ¨¦tica¡ El problema de estos reproches es que no son completamente falsos, pero tampoco del todo verdaderos. Este libro trata de calibrar lo que tienen de ciertos de manera que nos ayuden a comprender la naturaleza de la pol¨ªtica y criticar sus debilidades de la manera m¨¢s certera posible.
La pretensi¨®n de "explicar" la pol¨ªtica ¡ªseg¨²n se declara en el t¨ªtulo de esta introducci¨®n¡ª tiene que hacer frente a dos posibles objecciones. En primer lugar, no recompone una relaci¨®n de verticalidad, como si hubiera quien sabe de esto y quien no. En las p¨¢ginas que siguen defiendo apasionadamente que la pol¨ªtica es un asunto de todos y que en una democracia no hay expertos incontestables (lo cual no es incompatible con que nos ayudemos mutuamente a combatir la perplejidad desde nuestra competencia particular). Y, en segundo lugar, que explicar no es un sin¨®nimo de disculpar. Solo quien ha entendido bien su l¨®gica y lo que la pol¨ªtica est¨¢ en condiciones de proporcionarnos puede evitar las falsas expectativas y, al mismo tiempo, formular sus cr¨ªticas con toda radicalidad. Me gustar¨ªa contribuir a que entendi¨¦ramos mejor la pol¨ªtica porque creo que s¨®lo as¨ª podemos juzgarla con toda la severidad que se merece.
Algo serio est¨¢ pasando en la pol¨ªtica y el t¨¦rmino "indignaci¨®n" con que ¨²ltimamente viene asociada lo refleja con dramatismo. Nunca en la historia ha habido tantas posibilidades de acceder, vigilar y desafiar a la autoridad, pero nunca se ha sentido la gente tan frustrada en relaci¨®n con su capacidad de hacer que la pol¨ªtica sea algo diferente. Seguramente la crisis que estamos viviendo sea un proceso complejo y que discurre con tal aceleraci¨®n que todav¨ªa no hemos tenido tiempo suficiente para entenderla en toda su magnitud. Tal vez por ello los tiempos de la indignaci¨®n sean tambi¨¦n, y principalmente, tiempos de confusi¨®n. Quien diga que lo tiene todo claro podr¨ªa ser alguien mucho m¨¢s inteligente que nosotros, pero lo m¨¢s probable es que sea un peligro p¨²blico. No es posible que todas las soluciones que se proponen para superar nuestras crisis pol¨ªticas tengan raz¨®n, simplemente porque son diferentes e incluso contrapuestas. Las hay razonables, pero tambi¨¦n fr¨ªvolas y peregrinas.
No es posible que todas las soluciones contra la crisis pol¨ªtica tengan raz¨®n solo por ser diferentes
Para agravar un poco las cosas, si somos sinceros, deber¨ªamos reconocer que tampoco es que la gente sepa exactamente lo que la pol¨ªtica deber¨ªa hacer; la incertidumbre se ha apoderado de los gobernantes pero tambi¨¦n de los gobernados, que podemos indignarnos e incluso sustituirles por otros, ya que tenemos la ¨²ltima palabra, pero no siempre tenemos la raz¨®n ni disfrutamos de ninguna inmunidad frente a los desconciertos que a todos provoca el mundo actual. Si es malo el elitismo aristocr¨¢tico tambi¨¦n lo es el elitismo popular. Por eso la crisis pol¨ªtica en la que nos encontramos no se arregla poniendo a la gente en el lugar de los gobernantes, suprimiendo la dimensi¨®n representativa de la democracia. Se trata de que unos y otros, sociedad y sistema pol¨ªtico, gestionemos juntos la misma incertidumbre.
Aseguraba Hannah Arendt, en un contexto muy distinto del actual, que "quien quiera hoy hablar acerca de la pol¨ªtica ha de comenzar con todos los prejuicios que se tienen contra ella" (Arendt 1993, 13). Es esta tarea de renovaci¨®n de las categor¨ªas pol¨ªticas, que trata de apuntalar unas y transformar otras, algo que me ha ocupado durante algunos a?os (Innerarity 2002) y del que este libro pretende ser una s¨ªntesis. En una ¨¦poca de indignaci¨®n, que cuestiona y critica muchas cosas que d¨¢bamos por pac¨ªficamente compartidas, este libro trata de darle un repaso a nuestra idea de la pol¨ªtica pregunt¨¢ndose si hemos acertado a la hora de definir su naturaleza, a qui¨¦n corresponde hacerla, cu¨¢les son sus posibilidades y sus l¨ªmites, si siguen siendo v¨¢lidos algunos de nuestros lugares comunes y qu¨¦ podemos esperar de ella. Desear¨ªa contribuir a que esa indignaci¨®n no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta en una fuerza que fortalezca la pol¨ªtica y mejore nuestras democracias.
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