La derrota de Cachobo
Fran Alcal¨¢ ya es el ¨ªdolo local tras hundir su lanza en 'Rompesuelas', el Toro de la Vega
En Tordesillas las vacas enviudan a las once. A esa hora se tiran bombas de palenque dejando en el cielo un rastro de humo junto a los helic¨®pteros de la Guardia Civil, quietos en un punto fijo del cielo, y un toro cruza el pueblo hacia la vega entre v¨ªtores y fanfarria. Se llama Rompesuelas y es un hermoso ejemplar de 600 kilos. Cruza despacio un gigantesco pasillo humano. Ajenos a ¨¦l, en el campo se re¨²nen varios hombres que sacan enormes pedazos de tomate, tortilla de dos plantas y una bolla de pan; en cuanto se enteran de que el toro est¨¢ suelto, se suben al techo de su 4x4 a ver el espect¨¢culo.
Rompesuelas se dirige llevado por una multitud a una bandera en la que espera una hilera de caballos montados por vecinos que levantan lanzas acabadas en punta de acero. La imagen es cinematogr¨¢fica. Esperan en silencio, perfectamente ordenados, mientras se acerca un toro torp¨®n al que el p¨²blico grita de todo:
¡ª?Se han pasado con la jeringuilla!
¡ª?Viene drogado!
¡ª?Menudo chute!
Cientos de personas van detr¨¢s del toro como una procesi¨®n de caminantes blancos. Cuando el animal empieza a oler el peligro y echa a correr, la gente esprinta detr¨¢s de ¨¦l. Se ha roto la fila de alanceadores y han esgrimido las armas en direcci¨®n al toro: el animal huye y los caballos salen en estampida tras ¨¦l. La arena del campo produce impresi¨®n de desembarco guerrero. Hace fr¨ªo, viento y llueve. Entre la gente hay de todo, especialmente j¨®venes, muchos sin dormir. Circulan entre la arena algunos todoterrenos, incluido el oficial del torneo, y un tractor lleno de chavales ataviados con pa?oletas espa?olas y gafas de sol, que despachan cervezas mientras insultan a los fot¨®grafos.
El p¨²blico pierde el rastro de Rompesuelas, que huye del descampado y se mete en un bosque: de repente el olor a bosta de caballo y a hierba reci¨¦n mojada por la lluvia es sustituido por el del eucalipto. Dura poco, pero produce una sensaci¨®n enso?adora, como si se le adjudicase un olor incorrecto al espect¨¢culo de destripar un animal: es el olor a los enjuagues de los abuelos en la infancia, a la crema sobre el pecho o la cuenca llena de agua hervida y eucalipto bajo la cama. El barro, el sudor y el roce de la gente y de nuevo las heces de los animales contextualizan lo que va a ocurrir: faltan cinco minutos para que Fran Alcal¨¢, Cachobo, un joven de camiseta fluorescente, acabe con el animal hundi¨¦ndole su lanza.
La caravana interminable de gente se empieza a guiar por el helic¨®ptero de la Guardia Civil. All¨¢ donde va, va el toro. Los vecinos marchan sobre la arena y entre los ¨¢rboles. Se acaba el bosque, y a lo lejos aparece un pol¨ªgono industrial. Ya no hace falta el helic¨®ptero: en la carretera del pol¨ªgono hay alguna mancha de sangre. La multitud invade uno de los estrechos pasillos del parque empresarial. Por aqu¨ª pas¨® Rompesuelas. Hay una nave de piensos, otra de distribuci¨®n de productos congelados, una planta de envasados de aceituna y un recinto lleno de balas de paja. A lo lejos se escucha un murmullo y luego el sonido inconfundible de los cascos contra el asfalto: los caballos vienen de vuelta.
¡ª?Se acab¨®, se acab¨®!
¡ª?Media vuelta todo el mundo, aqu¨ª no hay nada que ver!
Son alanceadores veteranos, de gorra de campo, grandes botas y espalda estirada, que montan con garbo su caballo. Uno le ha hecho un mo?o a la cola del suyo y trencitas a la crin. Es el que ni habla: solo bracea para indicar media vuelta. Muchos, la mayor¨ªa, obedecen. Entienden que el toro ha muerto. Otros siguen por el asfalto hasta llegar de nuevo a una zona de bosque, detr¨¢s del pol¨ªgono. Rompesuelas est¨¢ muerto junto a la carretera, pero no se permite verlo: lo rodean varios alanceadores que impiden que se saquen im¨¢genes. Le cortan la cola al toro y se la atan a la punta de lanza de Cachobo, que la agita contra el cielo. Rodeando al animal desangrado, una docena de chavales levantan sus lanzas y gritan: "?Viva el toro de la Vega! ?Viva el toro de la Vega!".
Un rastro de sangre lleva a esa escena. Son trozos de tripa sobre charcos que el brasile?o Jon Amad, reportero freelance, se pone a fotografiar. Sin embargo, uno de los organizadores baja del coche y le exige que destruya esas fotos. Unas 30 personas rodean al fot¨®grafo, lo zarandean y lo empujan entre amenazas. El organizador le exige la tarjeta. Jon la saca, pero le dice que no se la va a dar. De nuevo la turba se agita a su alrededor: est¨¢n prohibidas las im¨¢genes, le hacen saber. ?Qui¨¦n lo proh¨ªbe?, pregunta Jon. Ellos, contestan. El hombre se lleva a Jon a varios metros, entre los ¨¢rboles, para que le d¨¦ la tarjeta.
¡ª?Mariano, la va a cambiar! ?Te va a dar otra!
Las voces salen de un enorme tubo de obra en el que se han metido dos hombres para protegerse de la lluvia. Ya en el bosque, Mariano, que dice ser de la organizaci¨®n, reclama la tarjeta de fotos y le dice a Jon que le va "a romper la cara". Le obliga a borrar las fotos antes de que llegue un agente de la Polic¨ªa Local. El agente identifica a Jon.
¡ª?No va a identificar a ese se?or? Me ha amenazado, me ha dicho que me va a romper la cara y ha borrado por la fuerza mi trabajo. Usted lo ha escuchado, ha escuchado lo que me ha dicho.
¡ªTiene que ir al cuartel de la Guardia Civil a denunciarlo por amenazas, yo no puedo hacer nada.
¡ª?No me va a proteger? Me ha echado a la gente encima. Usted ha escuchado las amenazas.
¡ªNo digo nada. Le tengo que identificar.
¡ª?Y a ¨¦l no le identifica?
¡ªEs uno de los organizadores, ?no ve que le conozco? ?Para qu¨¦ le voy a pedir el DNI si ya s¨¦ qui¨¦n es?
Acto seguido el agente se mete en el todoterreno de Mariano, de la organizaci¨®n, y se van del lugar. Jon Amad explica despu¨¦s que ayer, repasando con minuciosidad en Internet im¨¢genes de anteriores matanzas, se vio a s¨ª mismo detr¨¢s de un ¨¢rbol con la c¨¢mara en las manos y el toro a medio metro. Detr¨¢s de Jon aparec¨ªa un hombre con gafas de sol y las manos dirigi¨¦ndolas a su espalda, in fraganti, a punto de propinarle un empuj¨®n contra el toro. Tiene la imagen en el m¨®vil: es como la define. Jon recuerda que sufri¨® un empuj¨®n an¨®nimo, que rod¨® por el campo, que el toro le levant¨® la camiseta y que acabar¨ªa cogiendo de gravedad a un colega suyo, Pedro Armestre, el prestigioso fot¨®grafo espa?ol de AFP, que tuvo que ser operado de su pierna derecha. Jon, con la imagen, presentar¨¢ una denuncia por aquellos hechos.
Son las doce y Fran Alcal¨¢, Cachobo, ya es el ¨ªdolo local. ?l y su cuadrilla emprenden el camino de retorno gan¨¢ndose el respeto de los alanceadores veteranos y la admiraci¨®n de los vecinos. El toro ha recorrido unos cinco kil¨®metros: ahora ellos tendr¨¢n que hacerlo de vuelta. Todo el mundo quiere hacerse una foto con Fran, estrecharle la mano, levantarlo a los hombros. ?l no suelta la lanza que lleva la cola de Rompesuelas en lo alto y se pega abrazos con todo el mundo. "Si gano el torneo del toro de la Vega me retiro de a pie y empezaremos a darle al caballo", escribi¨® en enero en Twitter. Se retir¨® a pie, pero no le dio al caballo. Sin embargo, fue curioso observar esa parte de la tradici¨®n en el momento en que el toro falleci¨® desangrado a la espalda del pol¨ªgono industrial, y la atm¨®sfera extravagante de ritual sagrado que tuvo lugar all¨ª entre gritos.
En Tordesillas se reparten unas pegatinas que los vecinos llevan en las mangas, y que llaman a la "fuerza de la tradici¨®n". El lema de esos mensajes es: "Sin ra¨ªz... nada". De este modo el pueblo apela a una emoci¨®n que se habr¨ªa trasladado desde siglos atr¨¢s hasta llegar impoluta a nuestro tiempo, y de las que ellos ser¨ªan los depositarios leg¨ªtimos. Ante la matanza del animal, alanceado por los costados hasta morir, en Tordesillas se ha buscado una raz¨®n intelectual en la historia, una defensa de esp¨ªritu ancestral que hunde sus argumentos en la mera existencia siglos atr¨¢s de esta pr¨¢ctica, que lleg¨® a ser prohibida por el franquismo por cruel. En la web del Patronato del Toro de la Vega se public¨® estos d¨ªas un art¨ªculo en el que uno de los participantes del torneo, Luis Mart¨ªn-Arias, aborda la relaci¨®n entre la violencia y el sexo, su conexi¨®n con el dinero y el capitalismo, para terminar diciendo que se mataba a un toro para no matar personas. Torturar al animal es una "violencia localizada", "socialmente productiva" porque produce cosas que no da el capitalismo, como "buenos vecinos y hombres y mujeres dispuestos a procrear" y finalmente aplaza la muerte porque se le entrega un animal "tot¨¦mico".
La realidad, como siempre, es mucho m¨¢s prosaica. Hab¨ªa chavales alcoholizados insultando a Artur Mas, amenazas a los antitaurinos, que se concentraron en la rotonda que abre camino al campo, y bravatas dispares alrededor de una fiesta que tiene el respaldo p¨²blico de todo el pueblo; los detractores no se atreven a abrir la boca, y otros vecinos de este pueblo de 9.000 habitantes simplemente desaparecen de Tordesillas la semana de fiestas.
De regreso al pueblo, por la carretera, Cachobo y sus amigos cantan, bailan y celebran una victoria, la muerte de Rompesuelas. Sigue lloviendo, pero da igual. A su paso salen los vecinos como si fuese la vuelta ciclista y lo felicitan, le tocan la cabeza, lo llevan a volandas. Cientos de personas arropan al ganador. De repente, sobre la una de la tarde, cuando la caravana ganadora con las lanzas llenas de sangre y la cola de Rompesuelas en lo alto del acero emboca la rotonda, otra caravana se cruza con ellos. Esta es silenciosa y se compone de chicas que llevan una l¨¢grima de sangre pintada en la cara. Dos de ellas lloran. Son los primeros grupos de antitaurinos que abandonan el pueblo. Las dos caravanas se cruzan. Los de Tordesillas, euf¨®ricos, muchos de ellos ebrios, las insultan ("?asquerosas!"); otros las contemplan con curiosidad, y los m¨¢s las se?alan. Las chicas pasan de largo. Metros m¨¢s adelante la Guardia Civil montada escucha improperios de un grupo de antis por su pasividad ante las agresiones que han sufrido a lo largo de la ma?ana antitaurinos y fot¨®grafos: pedradas, escupitajos, palazos y bofetadas soltadas con impunidad.
Fran Alcal¨¢, Cachobo, llega euf¨®rico ante el tribunal del torneo del Toro de la Vega. Anulan su victoria por las irregularidades en el reglamento. Algunos vecinos desconocen que exista un reglamento. Cachobo monta en c¨®lera, protesta y finalmente se encoge de hombros derrotado. Las fuerzas vivas han hablado. Hay una autoridad que emana de ellas que se remonta cinco siglos atr¨¢s, o esa impresi¨®n tiene el pueblo de ellas. La muerte de Rompesuelas no tiene ganador.
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