Despu¨¦s de Franco, ?qu¨¦?
Un exfascista, Ridruejo, y un comunista, Carrillo, concibieron y pusieron por escrito que la ¨²nica salida para despu¨¦s de la dictadura consistir¨ªa en un proceso, no en una revoluci¨®n
No, no fue Santiago Carrillo el primero que formul¨®, en 1965 y como t¨ªtulo de un libro que recog¨ªa su informe al VII Congreso del Partido Comunista, la pregunta que retumbar¨¢ durante una d¨¦cada en los o¨ªdos de los espa?oles: Despu¨¦s de Franco, ?qu¨¦? Cuatro a?os antes, Dionisio Ridruejo, en un art¨ªculo publicado en The Atlantic, ya se hab¨ªa preguntado: ¡°After Franco, what?¡±. Y es que, una vez comprobado que la Administraci¨®n Kennedy no iba a emprender ninguna iniciativa que forzara a Franco a abandonar el poder, los espa?oles que militaban en diferentes grupos y partidos de la oposici¨®n del interior o del exilio tuvieron que rendirse a la amarga evidencia de que nadie vendr¨ªa a sacarles las casta?as del fuego, que el dictador morir¨ªa en su cama y que, mientras tanto, solo quedaba un camino: unir fuerzas para preparar el despu¨¦s de Franco. Como el abad Aureli Escarr¨¦ dijo en febrero de 1963 a David Fritzland, c¨®nsul de Estados Unidos en Barcelona, ¡°mientras Franco sea jefe del Estado no ser¨¢ posible ninguna reforma pol¨ªtica sustancial en Espa?a¡±.
Mientras Franco sea jefe del Estado no ser¨¢ posible ninguna reforma pol¨ªtica sustancial en Espa?a
De esa extendida convicci¨®n surgi¨® la c¨¦lebre pregunta. Y la respuesta se fue fabricando con la vista puesta en lo ocurrido en Europa, particularmente en Italia, al t¨¦rmino de la derrota de los fascismos y el triunfo de los aliados en la guerra mundial. Y en ese punto aparece otra vez Ridruejo que, en El R¨¦gimen y la transici¨®n, art¨ªculo publicado en julio de 1965 en la revista Ma?ana que dirig¨ªa en Par¨ªs Juli¨¢n Gorkin, present¨® un ¡°proceso de transici¨®n¡± que comenzar¨ªa por una ampl¨ªa apertura de los canales informativos y seguir¨ªa con el reconocimiento de la libertad sindical, una amnist¨ªa pacificadora y una descentralizaci¨®n pol¨ªtico-administrativa para terminar con la transferencia de poder a un parlamento soberano y aut¨¦ntico.
Era el de Ridruejo un proyecto muy similar al que hab¨ªa elaborado y propugnado el Partido Comunista desde la declaraci¨®n publicada por su Bur¨® Pol¨ªtico el 2 de febrero de 1957. Pues en esta declaraci¨®n, que ratificaba en todos sus t¨¦rminos la resoluci¨®n adoptada por el mismo partido en junio de 1956 sobre la ¡°reconciliaci¨®n nacional¡±, los dirigentes comunistas manifestaban su apoyo a cualquier gobierno compuesto por elementos liberales de diverso matiz, que aprobase una amplia y efectiva amnist¨ªa pol¨ªtica, restableciera las libertades p¨²blicas sin discriminaci¨®n y abriera una consulta democr¨¢tica al pueblo, ¡°hacia le celebraci¨®n de unas elecciones constituyentes¡±. Fue a este proceso al que los comunistas definieron por vez primera, y casi dos d¨¦cadas antes de la muerte de Franco, como ¡°transici¨®n pac¨ªfica de la dictadura a la democracia¡±.
De modo que fueron un exfascista como Ridruejo y un comunista como Carrillo, ambos muy j¨®venes cuando la guerra, ambos con militancia en partidos que han merecido con raz¨®n ser calificados como religiones pol¨ªticas por la carga de fe, entusiasmo y creencia en para¨ªsos terrenales que requer¨ªa la militancia en ellos, los que concibieron y pusieron por escrito que la ¨²nica salida para el despu¨¦s de Franco consistir¨ªa en un proceso, no una revoluci¨®n, tampoco un acto de fuerza, ni un acontecimiento llamado alg¨²n d¨ªa a celebrarse, sino un proceso de transici¨®n que comenzar¨ªa con la recuperaci¨®n de sus libertades por el pueblo espa?ol, continuar¨ªa con una amplia amnist¨ªa que diera por clausurada la Guerra Civil y culminar¨ªa en una convocatoria de elecciones a un Parlamento constituyente.
Todo eso estaba escrito con esas mismas palabras desde muchos a?os antes de que se produjera el llamado hecho biol¨®gico, o sea, la muerte del dictador, en los medios de la oposici¨®n y de la disidencia o, por decirlo en los t¨¦rminos de la ¨¦poca, entre marxistas y cat¨®licos, comunistas y democratacristianos, que hab¨ªan sustituido la pol¨ªtica de exclusi¨®n y exterminio, propia de la guerra civil, por la de mano tendida, propia de los nuevos tiempos de reconciliaci¨®n y di¨¢logo. Claro que nadie las ten¨ªa todas consigo, ni en Espa?a ni en el extranjero, donde se tem¨ªa o esperaba un periodo de violencia y caos. En las reuniones mantenidas en Madrid por los embajadores de nuestros m¨¢s cercanos vecinos, a mediados de las d¨¦cada de 1970, se daba por seguro que, a la muerte de Franco, no faltar¨ªa sangre en abundancia.
En las reuniones mantenidas en Madrid por los embajadores de nuestros m¨¢s cercanos vecinos se daba por seguro que, a la muerte de Franco, no faltar¨ªa sangre en abundancia
Y sin embargo, los espa?oles, que no se comportaron exactamente igual que los italianos, pero tampoco de manera completamente distinta ¡ªel papel de la democracia cristiana lo ocup¨® aqu¨ª un antiguo falangista¡ª, procedieron despu¨¦s de Franco como estaba m¨¢s que dicho y repetido en los medios de la disidencia y de la oposici¨®n a la dictadura: pactando. Lo hicieron, en primer lugar, sobre un pasado de guerra y dictadura, con la Ley de Amnist¨ªa promulgada tras una sesi¨®n realmente hist¨®rica del Congreso de los Diputados en octubre de 1977; pocos d¨ªas despu¨¦s, sobre un presente de grave crisis econ¨®mica, con los llamados Pactos de La Moncloa, y finalmente, sobre un futuro incierto, con la Constituci¨®n que habr¨ªa de abrir las puertas a una profunda distribuci¨®n territorial del poder.
En ese paquete de pactos consisti¨® la respuesta que los espa?oles dieron a la pregunta que de tiempo atr¨¢s flotaba en el aire, despu¨¦s de Franco, ?qu¨¦?: libertad, amnist¨ªa, Constituci¨®n. Lo que, luego de cumplido el proceso de transici¨®n, dieron de s¨ª estos tres pactos es cosa que hoy, al cabo de cuarenta a?os, todav¨ªa seguimos discutiendo.
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