Nos vemos en esta vida o en la otra
Adelanto del nuevo libro de Manuel Jabois sobre el primer condenado por los atentados del 11-M

Una ma?ana de septiembre de 2003 un repartidor de pollos asados aparc¨® su moto frente al n¨²mero 10 de la traves¨ªa de la Vidriera, en Avil¨¦s (Asturias). Era un motorista de la empresa Artesa, comidas a domicilio. Ten¨ªa 20 a?os y med¨ªa alrededor de 1,75. Un chaval flaquito que se mov¨ªa como un bailar¨ªn de breakdance. Llevaba vaqueros, una camiseta blanca de manga corta y un casco calimero.
En el portal estaba la pandilla del barrio del Arbol¨®n, unos cr¨ªos que pasaban el d¨ªa fumando porros en un muro pegado al garaje, donde ve¨ªan entrar y salir coches. En aquella ¨¦poca, el vecino del primero se asomaba a la ventana, olfateaba el hach¨ªs y pegaba gritos diciendo que iba a llamar a la polic¨ªa. Se termin¨® cansando.
El repartidor, que conoc¨ªa a algunos chicos de cruz¨¢rselos en los bares, se par¨® un momento con ellos. Les dijo que estaba en medio de un reparto y que sub¨ªa a "pillar unos porros". Los pasaba un vecino del quinto. "Pues nada, tira". Al rato baj¨® y se despidi¨®.
El barrio del Arbol¨®n, una zona deprimida de la ciudad, tuvo durante d¨¦cadas el honor de acoger el ¨¢rbol m¨¢s grande de Avil¨¦s, un olmo gigantesco de cerca de treinta metros al que hiri¨® de muerte un temporal. El periodista Borja Pino, de El Comercio, recuerda que se levantaba "erguido y majestuoso" en el cruce de las calles de Guti¨¦rrez Herrero, Llano Ponte y la avenida de Gij¨®n. El olmo resisti¨® a la Guerra Civil y a la dictadura. Cay¨® a pedazos en 1973 cerca de donde iba a caer, talado por una paliza, el repartidor de pollos.
Mientras el joven estaba arriba comprando hach¨ªs, la pandilla tuvo una idea. Un par de chicos fueron hacia la moto, abrieron el cajet¨ªn de comida y sacaron lo que hab¨ªa: un pollo asado y un s¨¢ndwich calientes. Metieron las bolsas debajo de un coche aparcado y se pusieron a esperar. El repartidor baj¨®, se despidi¨® de ellos r¨¢pidamente ("llego tarde"), se coloc¨® el calimero en la cabeza y arranc¨® la moto.
Minutos despu¨¦s, un Mercedes 500 negro aparc¨® en la misma calle, subi¨¦ndose a la acera. Del coche se baj¨® un joven nervioso de 27 a?os, aproximadamente 1,80 metros de altura y vestido con vaqueros y camisa por dentro, de una elegancia "dominguera", seg¨²n Gabriel Montoya Vidal, Baby. Raro porque, seg¨²n la novia del conductor del Mercedes, Carmen Toro, "no se viste nunca, es muy dejado, no se arregla, es muy gitano y viste muy mal. Si no est¨¢s encima de ¨¦l, ri?endo, no se arregla nada". Sin embargo, Rub¨¦n Iglesias, un amigo suyo, dec¨ªa que sol¨ªa ir bien vestido, hasta con corbata: "Yo lo llamaba Titto Bluni porque iba siempre muy elegante".
Ten¨ªa el pelo casta?o, los ojos oscuros, las pieles blancas y sudadas, y una mirada entre socarrona e ida. Salud¨® a la pandilla y se puso de ch¨¢chara con ella.
Los chavales lo conoc¨ªan de aqu¨ª y de all¨¢, como se conoce a la gente en el ambiente de la calle y los bares. De alguna manera le ten¨ªan respeto y temor. Baby recuerda que, en ciudades peque?as, encontrarse a alguien habitualmente termina desembocando en un saludo formal; las copas hacen el resto. El joven se llamaba Emilio Su¨¢rez Trashorras, aunque en Avil¨¦s todos lo llamaban el Minero. Baby llevaba un tiempo escuchando hablar de ¨¦l. En ese momento pens¨® que por fin lo ten¨ªa delante y que le sonaba de verlo alguna vez porque estaba seguro de que eran vecinos.
A los pocos minutos lleg¨® disparada de vuelta la moto de Artesa, comidas a domicilio. Alguien en Avil¨¦s se hab¨ªa quedado sin comer. El repartidor se baj¨® y se dirigi¨® a Emilio como un poseso. No repar¨® en que el Minero no estaba cuando ¨¦l arranc¨® la moto.
¡ª?Fuiste t¨² el que me rob¨® el pollo?
Era todo demasiado prosaico. Hasta para Emilio. No fue casual que el repartidor le preguntase a ¨¦l: era todo un personaje en Avil¨¦s. Tampoco que Emilio contestase con iron¨ªa que s¨ª, dando a entender que un traficante de drogas, de coches y de dinamita como ¨¦l hab¨ªa planificado el robo de un pollo asado y un s¨¢ndwich con tanto detalle que hab¨ªa alquilado un piso durante meses y montado un punto de venta de hach¨ªs para atraer al repartidor y as¨ª, al alejarlo de su moto, hacerse con el bot¨ªn.
Emilio fue hacia el repartidor y le dio un pu?etazo en la cara que lo tir¨® al suelo. Fue un golpe inesperado que hizo que el casco calimero rodase por el asfalto. Le peg¨® uno m¨¢s en el otro lado de la cara. Y luego se abalanz¨® sobre ¨¦l. Dice Baby que fue "una ensalada de hostias", que le rompi¨® la camiseta y que le dio varios pu?etazos en el rostro y patadas mientras estaba tirado en la acera hasta que el repartidor pudo salir corriendo.
Los chavales de la pandilla contemplaron la paliza at¨®nitos. Tras terminar, Emilio fum¨® un porro m¨¢s con ellos, se subi¨® al Mercedes 500 y desapareci¨®. Uno de los chicos cogi¨® a la carrera el pollo asado y el s¨¢ndwich, puestos en la carretera, y los meti¨® de nuevo en el cajet¨ªn de la moto.
El repartidor regres¨® acompa?ado de la polic¨ªa con la cara hinchada y llorosa. Los agentes preguntaron a los del Arbol¨®n si conoc¨ªan al autor de los golpes. Todos dijeron que no sab¨ªan qui¨¦n hab¨ªa sido, que no lo hab¨ªan visto nunca. El repartidor, por su parte, s¨®lo quer¨ªa recuperar la moto. No se dio parte, ni hubo denuncia, y el chico de las comidas a domicilio desapareci¨® del barrio.
La somanta impact¨® a todos. Aquel m¨¦todo era la forma que Emilio ten¨ªa para impresionar a los m¨¢s j¨®venes y hacerse respetar entre iguales. Baby supo semanas despu¨¦s, cuando le vio sacar la pistola y liarse a tiros con unos camellos a 20 metros de la comisar¨ªa de Avil¨¦s, que la actitud del Minero era la propia de un intocable.
Baby ten¨ªa 15 a?os, era un chico de piel oscura y muy delgado, con un ojo ca¨ªdo que le daba aspecto de chaval peligroso. Llevaba siempre encima Ventol¨ªn, pues era asm¨¢tico; en muchas ocasiones ten¨ªa que parar, coger resuello y echar mano de ¨¦l. Pocos a?os antes los m¨¦dicos le hab¨ªan abierto el cuello para extraerle una f¨ªstula de la que le sal¨ªa pus a la garganta; dos cicatrices peque?as debajo de la barbilla recuerdan la operaci¨®n.
Dice que se qued¨® asombrado por aquella mirada medio ida de Emilio en cuanto se dispon¨ªa a atacar a alguien; nunca vio pegar a nadie as¨ª. Parec¨ªa querer matarlo. Antes de ir a por ¨¦l, como si tuviese que despachar un rito, se mordi¨® brevemente las u?as. Cuando estaba nervioso, Emilio siempre se mord¨ªa las u?as.
Baby, al que tambi¨¦n llamaban Gabri o el Guaje, hace memoria. La primera vez que le dirigi¨® la palabra a Emilio fue tras la paliza al repartidor:
¡ªJoder, fiera, menudas hostias le has dado ¡ªle dijo.
Uno de los amigos con los que estaba Baby aquel d¨ªa era Iv¨¢n Granados, de 21 a?os. Un chico de gesto aturdido, mirada mansa y buena. Las cejas espesas, oscuras y juntas. Ten¨ªa una gordura de san bernardo y le sol¨ªan llamar Pira?a. Baby lo conoc¨ªa del colegio p¨²blico Marcelo Gago, aunque Pira?a iba algunos cursos adelantado. Volvieron a encontrarse en el barrio, porque Pira?a viv¨ªa en la traves¨ªa de la Vidriera, como Baby y como Emilio. Los dos ten¨ªan algo en com¨²n: ni Pira?a ni Baby hab¨ªan acabado el colegio. Baby hab¨ªa trabajado como alba?il en obras aisladas. Pira?a lo hab¨ªa hecho en un taller de coches, en un concesionario, como fontanero y como pe¨®n en empresas de montajes y de la construcci¨®n. En aquella ¨¦poca se encontraba trabajando en un servicio de limpieza.
Emilio Su¨¢rez Trashorras hab¨ªa reclutado con una exhibici¨®n de fuerza a dos integrantes de lo que el periodista de EL PA?S?Pablo Ordaz llamar¨ªa despu¨¦s "los chicos de Trashorras, la clase de tropa, su fiel infanter¨ªa". Uno de ellos, Pira?a, le dijo "no" en el momento decisivo; otro, Baby, se convirti¨® en su mejor amigo.
Nos vemos en esta vida o en la otra
Barcelona, Planeta, 2016
231 p¨¢ginas
18 euros
Sale a la venta el 28 de abril
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