La banda sonora de la costa c¨¢ntabra
Las palas se han convertido en una se?a de identidad de los 284 kil¨®metros de costa de la regi¨®n
El litoral cant¨¢brico se caracteriza, adem¨¢s de por el agua fr¨ªa, casi helada dir¨ªan algunos, por el sonido de las palas c¨¢ntabras. El repalateo constante de los cerca de 750 jugadores ¡ªsin contar a los turistas¡ª que juegan en los 284 kil¨®metros de costa de la regi¨®n, seg¨²n las asociaciones de palas, ya forma parte del entorno. Entre ellos est¨¢ Alfredo Fraile, de 67 a?os, conocido como el abuelete. En julio de 2000 jug¨® incluso con el equipo estadounidense de tenis para la Copa Davis, entre los que estaba John McEnroe. Decidieron probar las palas, aunque desistieron al primer golpe de Fraile: ¡°Esto no es para nosotros¡±, aseguraban los tenistas entre risas.
El sonido resulta llamativo para los turistas y armonioso para los palistas, como se conoce a los jugadores. A otros ba?istas, sin embargo, les resulta molesto. ¡°Cuando voy a la playa me gusta relajarme y disfrutar de la tranquilidad, no a escuchar el ruido constante de la pelota contra la pala¡±, se sincera Clementina Anuarbe, c¨¢ntabra de 56 a?os. Otros como Marta Calleja, de 26, reconocen que ya est¨¢n acostumbrados a ese sonido: ¡°No me disgusta. Forma parte de nuestra costa¡±. De entre los vecinos de la zona, no se conocen quejas por el ruido. Esto se debe a que las viviendas m¨¢s cercanas al mar tienen el paseo mar¨ªtimo y una calle por medio, lo que dificulta que el sonido llegue hasta las casas.
El abuelete, ajeno a este debate, sigue fiel a su cita y cada ma?ana juega con sus compa?eros en la playa de El Camello, en Santander: ¡°Despu¨¦s de repartir la prensa [regentaba un quiosco y ahora hace el reparto a los suscriptores], voy y juego una hora y media, sea invierno o verano¡±. Jaime Tella, directivo de la asociaci¨®n deportiva de palas El Camello, asegura que es muy dif¨ªcil parar sus bolas: ¡°Conserva mucha fuerza y tiene una t¨¦cnica que no la tiene casi nadie¡±. El juego, que naci¨® en Santander hace un siglo como una alternativa econ¨®mica al tenis, no deja ganadores ni vencidos. Su ¨²nica meta es divertirse con los amigos y hacer ejercicio.
Los casi tres kil¨®metros que hay en El Camello, La Magdalena y El Sardinero son los m¨¢s frecuentados por los jugadores. All¨ª se mezcla el repalateo continuo con el sonido de los ni?os y el romper de las olas. Del mismo modo, en esta zona es donde m¨¢s curiosos se detienen a inmortalizar el momento con sus m¨®viles y c¨¢maras de foto con gestos de admiraci¨®n. Una escena parecida a la que se ve en las playas de Rio de Janeiro (Brasil) con el v¨®ley-playa. Para los residentes en Santander, como Manuel Guti¨¦rrez, presidente del club de palas la Gr¨²a de piedra, el golpeo r¨ªtmico de las bolas es el sonido y la imagen del litoral de la regi¨®n: ¡°pah, pah, pah, pah [imitando el soniquete del golpeo]¡±; para los for¨¢neos, un espect¨¢culo deportivo diferente.
El Ayuntamiento de Santander, en cuyo litoral se concentra la mayor¨ªa de jugadores, acota en la parte m¨¢s alejada del mar una zona para el juego de las palas durante los meses de verano, explica un portavoz del Consistorio. El resto del a?o, se puede practicar en cualquier parte de la costa. Esto no siempre ha sido as¨ª, ya que hasta finales de los ochenta el juego estaba prohibido en las playas de ciudad de Cantabria. ¡°No tenemos restricci¨®n horaria, aunque el Ayuntamiento s¨ª nos exige un seguro de responsabilidad civil¡±, cuenta Tella. Este seguro cubre a jugadores y personas que puedan ser golpeados con la bola.
El juego, que se puede practicar entre dos y hasta cinco jugadores, consiste en golpear una pelota con fuerza e intensidad durante el mayor tiempo posible. Lo m¨¢s com¨²n es que se juegue entre cuatro, por parejas. Los jugadores se colocan a una distancia de entre siete u ocho metros y con palas de madera maciza que pesan entre 500 y 700 gramos. Se reparten dos roles: unos son los pegadores, que golpean la pelota de forma plana y con fuerza; y otros son los paradores, que se encargan de recibir la pelota y devolverla al pr¨®ximo jugador. ¡°La bola es de tenis, preferiblemente de entrenamiento, por la fuerza que coge y el sonido que tiene. Pin, pan, pin, pan [emulando el sonido que se hace en el juego]¡±, explica Tella.
Para Mar¨ªa Isabel P¨¦rez, hija de uno de los primeros jugadores conocidos (Mariano P¨¦rez), las palas c¨¢ntabras son la vida de su familia. Su padre jug¨® hasta los 83 a?os y su hermano, que ahora tiene 78, todav¨ªa lo hace. Las palas siempre han sido la compa?era de viaje de la familia, fuesen a la playa o no. ¡°Una vez en San Roque de Riomiera (Cantabria), frente al mercado de los domingos, jugamos mi padre, mi hermano, mi marido, mi cu?ada y yo en unas casas derruidas. Todo el mundo fue a vernos jugar¡ parec¨ªa un partido de tenis¡±, recuerda.
P¨¦rez asegura asimismo que el sonido es inconfundible: ¡°Es la m¨²sica de fondo de nuestras playas. Nuestro litoral se puede reconocer con los ojos cerrados¡±. Entre los habituales del cant¨¢brico, en invierno y verano, hay palistas de ambos sexos y de todas las edades. Antes eran pocas las jugadoras, pero ahora est¨¢ casi al 50%, seg¨²n Fraile, que a pesar de sus 67 a?os no es de los m¨¢s veteranos. ¡°En la asociaci¨®n del camello tenemos jugadores desde los cinco hasta los 80 a?os¡±, concluye Tella.
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