Cuando dejamos de ser una anomal¨ªa
El marco institucional no basta si no va acompa?ado de una autoexigencia constante de democracia
Es dif¨ªcil transmitir a quienes no vivieron los largos a?os de franquismo la euforia que se vivi¨® en las primeras elecciones aut¨¦nticamente democr¨¢ticas. Por fin votar de verdad, escuchar en campa?a algo tan simple como los acordes de La internacional, tener un Parlamento homologable, con todos los requisitos exigibles a las democracias representativas. Por fin Espa?a dejaba de ser una anomal¨ªa en el sur de Europa.
?ramos conscientes de que muchos vestigios del pasado segu¨ªan vivos y con la intenci¨®n de poner palos a las ruedas que conduc¨ªan a una democracia sin adjetivos. Ni el Rey ni Adolfo Su¨¢rez gozaban de una confianza asentada. Las Cortes Constituyentes que se iban a formar tendr¨ªan una mayor¨ªa conservadora. Pero el procedimiento era el justo, cumpl¨ªa todas las reglas del juego democr¨¢tico. Poder votar significaba adquirir de golpe un derecho pol¨ªtico fundamental que los nacidos en la posguerra no hab¨ªamos experimentado nunca como un derecho real y a nuestro alcance. Un salto cualitativo inimaginable para las generaciones nacidas ya en democracia.
Haber vivido esa experiencia y haber sido testigos de c¨®mo la democracia no fue un simple simulacro, sino que vino para quedarse, explica el rechazo que suscitan ciertas salidas de tono y cr¨ªticas de brocha gorda a quienes tenemos suficiente edad para recordar las diferencias entre dictadura y democracia. Lo conseguido desde entonces ha adquirido solidez. El Parlamento, la primera instituci¨®n democr¨¢tica, la que ostenta la representaci¨®n del pueblo, nos ha ense?ado que la democracia es sobre todo un procedimiento que descansa en el supuesto de que la sabidur¨ªa pol¨ªtica se aprende en la pr¨¢ctica y que est¨¢ al alcance de todos los que quieran acceder a ella. A lo largo del pensamiento pol¨ªtico, nunca ha sido loada la democracia como el mejor sistema de gobierno sin m¨¢s, sino como el mejor m¨¦todo para tomar decisiones que no precisan tanto de t¨¦cnicos ni expertos como de personas con voluntad de hacerse cargo del inter¨¦s com¨²n.
Nunca ha sido loada la democracia como el mejor sistema de gobierno sin m¨¢s, sino como el mejor m¨¦todo para tomar decisiones que no precisan tanto de t¨¦cnicos ni expertos como de personas con voluntad de hacerse cargo del inter¨¦s com¨²n
En los 40 a?os transcurridos desde aquellas primeras elecciones, ha habido que lamentar repetidas veces nuestra falta de pr¨¢ctica y experiencia democr¨¢tica. Con una cierta ingenuidad dimos por supuesto que el cambio de r¨¦gimen por s¨ª solo cambiar¨ªa a las personas, y que la implantaci¨®n de instituciones democr¨¢ticas formalmente equiparables a las de cualquier otra democracia de nuestro entorno era suficiente para que ¨¦stas funcionaran impecablemente. Hoy sabemos que el marco institucional y formal no basta si no va acompa?ado de una autoexigencia constante de acercarse al ideal democr¨¢tico, un ideal que, como Plat¨®n dec¨ªa de su Rep¨²blica, solo existe en la cabeza de las personas, pero es una referencia imprescindible para descubrir y criticar las deficiencias de la democracia real.
¡°La democracia ha comenzado. Ahora hemos de tratar de consolidarla¡±, proclam¨® el Rey al inaugurar aquellas primeras Cortes, como recuerda Santos Juli¨¢ en el libro reci¨¦n publicado: Rey de la democracia. No podemos decir que nuestra democracia no est¨¢ consolidada. Pero que sus fundamentos sean s¨®lidos no significa que no sea fr¨¢gil y precise de un cuidado constante y sostenido. Un exceso de rutina y de arrogancia ha impedido la autocr¨ªtica que deb¨ªa salir al paso de las desviaciones que se iban produciendo. Lo que deb¨ªa ser un medio para ir corrigiendo los vicios del sistema se ha convertido en un fin en s¨ª mismo. A saber, los partidos pol¨ªticos con demasiada frecuencia hacen suyas las funciones del Parlamento y anulan a los representantes de la ciudadan¨ªa. En lugar de reaccionar con valent¨ªa a los desafueros y corrupciones que genera toda organizaci¨®n humana, emplean la energ¨ªa en salvarse a s¨ª mismos de lo que juzgan ins¨®lito o falso. Aquella democracia tan esperada, que supo ponerse al d¨ªa con sorprendente rapidez, hoy adolece de adhe?si¨®n ciudadana. El fen¨®meno populista pretende corregir con el encendimiento de las masas lo que solo se corrige bien con diagn¨®sticos audaces y desinteresados.
Dijo Rousseau que ¡°todo degenera en las manos del hombre¡±. La sociedad siempre est¨¢ enferma y, precisamente, la democracia se invent¨® para reparar algunas de sus dolencias. Para ello cuenta con un procedimiento para elegir los representantes de la ciudadan¨ªa y con los contenidos que protege todo Estado de derecho. En las Cortes Constituyentes se pact¨® la voluntad de establecer y mantener a salvo ambos elementos. Ya forman parte de nuestra esencia pol¨ªtica, pero no basta tenerlos, hay que saber demostrar que son ¨²tiles para responder a los conflictos y problemas que nos salen al paso.
Victoria Camps es fil¨®sofa.