Del aislamiento a la plena integraci¨®n
El empe?o de un pa¨ªs encerrado en s¨ª mismo por convertirse en un pilar del proyecto europeo
Para la Espa?a que con las primeras elecciones democr¨¢ticas de junio de 1977 emerg¨ªa de la larga noche del franquismo, la recuperaci¨®n de las libertades y la apertura al mundo exterior formaban dos caras inseparables de un mismo anhelo. Esa aspiraci¨®n, di¨¢fanamente plasmada en la primera portada de este diario (¡°el reconocimiento de los partidos pol¨ªticos, condici¨®n esencial para la integraci¨®n en Europa¡±), convert¨ªa en m¨¢ximo y casi ¨²nico programa pol¨ªtico de las clases dirigentes el dictum orteguiano: ¡°Espa?a es el problema, Europa la soluci¨®n¡±.
No cabe extra?arse por ello que para la generaci¨®n de pol¨ªticos espa?oles que iba a llevar a cabo la transici¨®n a la democracia, la tradicional distinci¨®n entre pol¨ªtica interior y exterior no solo fuera imposible de dibujar, sino que funcionara de forma inversa a lo habitual. Porque si lo com¨²n es que los Estados utilicen los instrumentos de la pol¨ªtica exterior para proyectar su identidad, principios y valores a su entorno, intentando conformar este a su imagen y semejanza y as¨ª afianzar su seguridad y prosperidad, en el caso de la naciente Espa?a democr¨¢tica, lo que los espa?oles deseaban era importar esos principios y valores y hacerlos suyos. Frente al franquismo, que hab¨ªa definido su identidad en oposici¨®n a otros, fundamentalmente la comunidad liberal-democr¨¢tica de naciones, la generaci¨®n de la Transici¨®n aspiraba a homologarse con el entorno democr¨¢tico europeo.
Esto explica que, frente a los lamentos que hoy son moneda com¨²n acerca de la (supuesta) p¨¦rdida de soberan¨ªa y los consiguientes arrebatos a su defensa y preservaci¨®n, lo primero que hicieran los espa?oles con su reci¨¦n recuperada soberan¨ªa fuera correr a llamar a las puertas de la (entonces) Comunidad Econ¨®mica Europea para que les permitiera poder compartir su reci¨¦n adquirido preciado bien y poner fin as¨ª a la degradante anomal¨ªa que supon¨ªa el r¨¦gimen de Franco.
Espa?a, recordemos, no hab¨ªa sido miembro fundador de la ONU ni de ninguna de las organizaciones internacionales en las que se bas¨® el orden liberal-internacional de la posguerra. No logr¨®, pese a los ejercicios de virtuosismo anticomunista del r¨¦gimen de Franco, formar parte de la Alianza Atl¨¢ntica, vi¨¦ndose obligado a formar parte de la estructura de seguridad occidental por la puerta de atr¨¢s facilitada por el humillante acuerdo bilateral con EE UU alcanzado con la Administraci¨®n de Eisenhower en 1959.
La europeizaci¨®n de Espa?a sirvi¨® adem¨¢s como marco donde encajar los proyectos nacionales de vascos y catalanes
En paralelo a la marginalidad atl¨¢ntica, solo compensada por una ret¨®rica iberoamericana de escasas consecuencias, el r¨¦gimen de Franco fue siempre un apestado diplom¨¢tico en el ¨¢mbito europeo. Adem¨¢s de las m¨²ltiples condenas internacionales a las pol¨ªticas represivas del r¨¦gimen, la Asamblea Parlamentaria de la Comunidad Europea, mediante el famoso informe Birkelbach (1961), neg¨® a la Espa?a de Franco la posibilidad de convertirse en miembro asociado de la CEE, oblig¨¢ndole, aqu¨ª tambi¨¦n, a conformarse con un acuerdo comercial de segundo orden, al tiempo que conced¨ªa una perspectiva de adhesi¨®n a pa¨ªses como Turqu¨ªa o Grecia. Mientras que Eisenhower abrazaba a Franco, los europeos abrazaban a todo aquello que ¨¦ste m¨¢s odiaba: los liberales, democristianos, socialistas, comunistas, masones y, en general, dem¨®cratas agrupados en torno al contubernio de M¨²nich (1962). El diferente rasero empleado por norteamericanos, m¨¢s centrados en la seguridad, y los europeos, m¨¢s preocupados por las libertades y, por tanto, m¨¢s firmes en el rechazo a Franco, no har¨ªa sino ahondar en el europe¨ªsmo de la sociedad espa?ola, dando paso colateralmente a un antiamericanismo instintivo que provocar¨ªa m¨¢s tarde algunos importantes quebraderos de cabeza a los socialistas con motivo del refer¨¦ndum de 1986 para la retirada, despu¨¦s permanencia, en la OTAN.
El legado de aislamiento internacional del franquismo llev¨® a la democracia espa?ola a rechazar definirse como una democracia ¡°nacional¡±. Al contrario, en lugar de aspirar a ser un Estado-naci¨®n independiente, busc¨® convertirse en un Estado-miembro de la Comunidad Europea. De esta manera, al tiempo que se redactaba la Constituci¨®n de 1978, se aspiraba a compartir la soberan¨ªa de la nueva democracia con otras a fin de garantizar a sus ciudadanos un m¨¢ximo de derechos, libertades, paz, seguridad y prosperidad. Espa?a iba a ser un Estado social y derecho, s¨ª, pero a la vez a sufrir una mutaci¨®n constitucional de profund¨ªsimo calado al aceptar formar parte de otro Estado de derecho m¨¢s amplio, el europeo.
La europeizaci¨®n de Espa?a serv¨ªa, adem¨¢s de para extender el marco de libertad, seguridad y prosperidad en el que se desenvolver¨ªa la democracia, para ayudar a encontrar un marco de convivencia en el que encajar los proyectos nacionales de vascos y catalanes, objeto de especial represi¨®n durante el franquismo. Una Espa?a integrada en Europa dilu¨ªa la identidad nacional de una manera aceptable para todos, permitiendo dibujar un futuro de lealtades cruzadas, identidades m¨²ltiples y competencias distribuidas en distintos niveles de gobierno. Como ocurriera con los alemanes, que tambi¨¦n vieron en la integraci¨®n europea una v¨ªa de escape honorable para un pasado tr¨¢gico, los espa?oles pudieron recurrir a la identidad europea para intentar superar sus hist¨®ricos problemas de articulaci¨®n nacional y territorial. Al igual que los alemanes decidieron que un buen alem¨¢n solo podr¨ªa serlo si era un buen europeo, los espa?oles, dudosos de lo que constitu¨ªa un buen espa?ol, tambi¨¦n convinieron en ser ante todo buenos europeos.
Cuarenta a?os despu¨¦s de aquellas elecciones, el europe¨ªsmo de los espa?oles, aunque se ha resentido por los efectos de la crisis, sigue intacto en su aspecto esencial: el identitario. Mientras que en numerosos pa¨ªses de nuestro entorno Europa se ha configurado, al menos para algunas fuerzas pol¨ªticas, como el ¡°otro¡± opresor que desfigura la identidad nacional y del que, por tanto, hay que emanciparse, en Espa?a las fuerzas m¨¢s cr¨ªticas con el proceso de integraci¨®n europeo envuelven su desafecci¨®n en la bandera de ¡°mejor¡± Europa u ¡°otra¡± Europa, nunca en t¨¦rminos de un retorno a la soberan¨ªa nacional y consiguiente deseuropeizaci¨®n de nuestras leyes y costumbres. E incluso aquellos que, como en Catalu?a, aspiran a crear un nuevo sujeto pol¨ªtico nacional siguen adoptando el modelo de europeizaci¨®n que inspir¨® a los constituyentes de 1978, pues tambi¨¦n dicen aspirar a entregar su soberan¨ªa, una vez conseguida, a las instituciones europeas. Que desde 1977 hasta ahora todos los caminos conduzcan a Europa, aunque sea en c¨ªrculo, prueba la extraordinaria fortaleza del sue?o europeo de los espa?oles. Algo que desde luego hay que celebrar. Pero tambi¨¦n cabe preguntarse por qu¨¦ 40 a?os despu¨¦s los espa?oles siguen buscando la soluci¨®n de sus problemas en Europa en lugar de buscar dichas soluciones en casa y dedicarse, que ya es hora, a resolver los problemas que Europa tiene, que son muchos y variados y requieren el concurso de la Espa?a democr¨¢tica.