Un r¨ªo de colores pol¨ªticos
La evoluci¨®n del sistema de partidos a lo largo de estas cuatro d¨¦cadas, desde la incertidumbre de 1977 y los a?os del bipartidismo hasta hoy
Era verano de 1977. Despu¨¦s de meses de incertidumbre, propia de una democracia joven que despierta de un letargo de 41 a?os, las primeras elecciones generales de la Espa?a posfranquista dieron a luz un sistema de partidos bastante homologable a la Europa de la que esperaba formar parte. Una formaci¨®n de centro-derecha (UCD) se emparejaba con un partido socialdem¨®crata (PSOE), a ambos los acompa?aba un comunismo disminuido y una derecha escorada (AP) que se debat¨ªa entre la nostalgia nacionalcat¨®lica y el pragmatismo necesario para mirar al futuro. Era un nacimiento m¨¢s tranquilo de lo esperado, pero la corriente pol¨ªtica pronto coger¨ªa velocidad.
Ese primer sistema de partidos apenas dur¨® cinco a?os, pero marc¨® dos herencias fundamentales que llegan hasta hoy: la ideolog¨ªa y el territorio. La primera es harto com¨²n en nuestro entorno, salvo en casos de fragmentaci¨®n extrema: la existencia de un partido-referente principal a la izquierda y otro a la derecha. Rojo y azul. Lo que ha variado es el peso de dichas formaciones, as¨ª como su base de votantes. La ley electoral estaba pensada para favorecer a una formaci¨®n mayoritaria de centro-derecha, con una base de voto conservador en las zonas menos pobladas del centro peninsular. Viejas clases medias y peque?os propietarios, sobre todo. El hundimiento de la UCD, una coalici¨®n m¨¢s interesada que ideol¨®gica impuesta por las circunstancias de la Transici¨®n, le dej¨® a AP camino para crecer desde su rinc¨®n. Le tomar¨ªa una d¨¦cada entera salir de ¨¦l y convertirse en el Partido Popular, nueva formaci¨®n de centro-derecha capaz de aprovechar las ventajas del sistema. En mucho menos tiempo, el PSOE consolid¨® su viaje al centro-izquierda, gracias en parte a las clases obreras y medias urbanas (tambi¨¦n rurales en Andaluc¨ªa). Y fue as¨ª como terminamos con un bipartidismo que, si bien era imperfecto, tambi¨¦n era de los m¨¢s n¨ªtidos del continente.
Lo que hac¨ªa m¨¢s imperfecta esta estructura no era la amenaza desde los extremos. Era inexistente en la derecha, dado que AP-PP se cuid¨® mucho de no liberar el voto reaccionario en su transformaci¨®n; y t¨ªmida en la izquierda, con una IU poco competitiva en el ¨¢mbito nacional por razones tanto ideol¨®gicas como de adversidad en las reglas de juego. No: la imperfecci¨®n ven¨ªa sobre todo de la segunda constante heredada del origen de nuestra democracia. Y es que en realidad nuestro sistema de partidos no es uno sino varios. Las comunidades aut¨®nomas con significaci¨®n nacional han contado desde el principio con sus propias formaciones de cariz descentralizador, sumando otros colores al crisol parlamentario y obligando a los partidos de ¨¢mbito estatal a pelear tambi¨¦n en el eje territorial.
Las comunidades aut¨®nomas han contado desde el principio con sus propias formaciones de cariz descentralizador
Pero la ¨¦poca dorada del bipartidismo emborron¨® estas divisiones. Entre 1993 y 2011, PP y PSOE se repartieron sistem¨¢ticamente un 75%-85% de los votos. En ausencia de mayor¨ªa absoluta en el Congreso, los apoyos de las mu?ecas rusas m¨¢s peque?as, sumados a la ocasional intervenci¨®n de IU, garantizaban la gobernabilidad aportando una parte de ese 15%-25% restante. Fue entonces cuando m¨¢s se desdibujaron las fronteras ideol¨®gicas (en el ¨¢mbito econ¨®mico), territoriales y sociodemogr¨¢ficas entre los electorados. Parec¨ªa un fin de la historia patrio, pero no fue tal.
Ya en las elecciones generales de noviembre de 2011 el equilibrio empez¨® a dar s¨ªntomas de agotamiento. El PSOE alcanzaba sus niveles m¨¢s bajos. El arrollador triunfo del PP disfraz¨® lo que en realidad era el fin del bipartidismo, roto por tres lugares distintos: el primero fue el ideol¨®gico, y el segundo, el generacional. La nueva izquierda urbana se ech¨® a las calles en mayo de ese a?o, y justo tres a?os despu¨¦s, en las europeas de 2014, transformaba las protestas en votos. Hab¨ªa nacido Podemos. En solo dos a?os consolid¨® un 20% del electorado, partiendo a la izquierda en dos mitades iguales. Algo menos generacional, pero igualmente ligado a la emergencia del eje nuevo-viejo en torno a la cuesti¨®n de la corrupci¨®n, y tan de clase media urbana como el partido morado, llegaba el naranja. Pero Ciudadanos lo hac¨ªa por el centro, dando a luz al primer partido liberal en la historia reciente del pa¨ªs.
El cuadro resultante es tan colorido como quebrado: el multipartidismo ha sustituido al bipartidismo gracias a la fragmentaci¨®n de la divisi¨®n tradicional izquierda-derecha, y a la nueva ruptura generacional. Se han mantenido, eso s¨ª, los dos partidos de referencia: uno a cada lado del espectro. Rojo y azul suman ahora la mitad de los votos, pero les basta para mantener mayor¨ªas relativas. No es el nuestro un multipartidismo completamente horizontal, a la usanza n¨®rdica, sino con ¨¦nfasis en dos actores destacados.
Es, sin embargo, el tercer quiebro el m¨¢s significativo para los a?os que vienen. Se trata del ensanchamiento de la brecha territorial. Por un lado, las posiciones de los partidos estatales y de los nacionalistas, en particular los catalanes, se han venido distanciando. Por otro, como el eje territorial y el ideol¨®gico mantienen cierto paralelismo variable, haciendo que la izquierda se enfrente a una profunda divisi¨®n interna: tanto los nuevos como los viejos deben resolver el rompecabezas territorial porque atraviesa sus propias formaciones. Aquella clase humilde del centro-sur y la nueva clase media urbana que formaron la base socialista en los ochenta se sienten hoy m¨¢s lejos que nunca.
Desde los meses de incertidumbre de 1977 a los de 2015 pas¨® un r¨ªo de colores pol¨ªticos que a¨²n no ha encontrado remanso, mucho menos desembocadura hacia un horizonte estable y tranquilo. La cuesti¨®n nacional, la cerrada cercan¨ªa entre PSOE y Podemos, la competencia sistem¨¢tica entre ambos, el torrente de casos de corrupci¨®n que no cesa y la irrupci¨®n de la incertidumbre mundial en el contexto espa?ol no dejan espacio a la calma: por ahora, la corriente sigue fluyendo.
Jorge Galindo es soci¨®logo.